Artesanos: víctimas
de la dolarización
Claudia Márquez Linares, Grupo Decoro
LA HABANA, mayo - Entre tambores, barcos de vela, collares de cuentas de
barro y maracas de un dólar, los artesanos acaparan la atención de
cuanto turista merodee en derredor del Seminario de San Carlos y San Ambrosio,
en la Habana Vieja.
No lejos de allí, desesperados tríos de guitarras deambulan
para ofrecerle a los visitantes extranjeros las migajas históricas del
Che Guevara en la melodía de "Hasta siempre, Comandante" o
intentan que alemanes y franceses den salticos al compás del chan chan,
estilo Compay Segundo.
Otro grupo, cuatro cantantes bajo el manto de Shangó y Obatalá
y la sombra de las ceibas de la Plaza de Armas, acompañados de dos
ancianas bailarinas tabaco en boca, sayas de colores, turbantes rojos y
descalzas, que implora a cuanta deidad del panteón africano existe para
lograr la magia de que caigan unos dólares en el sombrero de guano
destinado a las recaudaciones.
El ambiente es propicio para que los mendigos, que huyen continuamente de
la policía, aplaquen el hambre de cada día con las limosnas
dolarizadas; para que las mulatas, con los glúteos casi al aire,
provoquen la lujuria a los extranjeros que buscan sexo y los artesanos ofrezcan
sus mercancías o un cuadro de Fidel Castro.
En el siglo XVI los artesanos ya constituían una fuerza vital en el
desarrollo socio-económico de la villa de San Cristóbal de La
Habana. Carpinteros, herreros, plateros, curtidores de pieles y otros, dejaron
su huella indiscutible en cada una de las manifestaciones arquitectónicas
y artísticas de lo que hoy se conoce como el casco histórico de la
ciudad de La Habana.
Un reconocido artesano cuenta que fue en el año 1978 cuando empezó
el trabajo artesanal de manera abierta en la peculiar Plaza de La Catedral. "Allí
se vendía de todo", recuerda el hombre.
La cantidad de personas que acudían a ese lugar hacían de él
un verdadero hormiguero. Apenas quedaba espacio para caminar. Cada sábado
se convertía en una fiesta de la artesanía donde hasta la gente de
escasos recursos salía de allí con un títere para su hijo.
Aún son recordadas las famosas "cocaletas", sandalias de largas
tiras de piel que se amarraban por encima del tobillo y que gozaron de gran
aceptación en aquella época.
"Todo se acabó cuando metieron presos a los artesanos y en las cárceles
prepararon talleres para que trabajaran para el gobierno", informa la
fuente.
Ahora, en la era de la sociedad socialista dolarizada, los artesanos son víctima
de altos impuestos. Por ejemplo, los que tallan figuras en madera tienen que
pagar 159 dólares al mes, además de soportar el acoso de los
inspectores.
Esperemos que algún día la artesanía vuelva a estar al
servicio de la población y no, como ahora, sometida a los intereses del
gobierno.
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