Belkis Cuza Malé. Publicado el jueves, 10 de mayo de
2001 en El Nuevo Herald
El antiguo fiscal de la revolución cubana, Fernando Flores Ibarra, más
conocido como Charco de sangre, acaba de declarar al periódico chileno La
Tercera que los cientos de fusilados que tiene en su haber no le quitan el sueño,
ni siquiera el de la siesta. Flores Ibarra, que vive en Chile casado desde hace
años con una doctora chilena, encarna a su modo a esa nomenclatura de las
altas esferas del poder, obediente y ciega, que no ha dejado de cumplir el papel
asignado por la jerarquía superior.
Entrenado para la impiedad, nuestro personaje de marras habla desde el
cinismo que le confiere su arrogancia. Yo no sé ustedes, pero puedo
imaginar sapos, culebras, sabandijas, y hasta ratas saliendo de su boca --no
flores, como sugeriría su apellido--, mientras respondía al
periodista que lo entrevistó para el periódico chileno. Aunque,
tengo que decir en su favor que la crudeza de sus palabras demuestra que antes y
ahora Fernando Flores Ibarra sigue siendo el mismo: un servidor bestial de una
revolución que devora a sus hijos, aunque se enmascare como más le
convenga.
Sin embargo, les invito a que veamos al señor Flores Ibarra desde
otro ángulo, desde la perspectiva del que pone pie en polvorosa como un
``exiliado'' más. ¿No se dan cuenta? La libertad de que disfruta hoy
el antiguo fiscal no sólo lo convierte en otro ``exiliado de
terciopelo'', sino que lo ampara de caer en desgracia ante Fidel Castro, pues
haciéndose el bobo se ha conseguido una extranjera y ha ido a refugiarse
a un país democrático. El astuto Charco de sangre sabe muy bien
que lo mejor, sea como sea, es ponerse a salvo --no de los exiliados de Miami,
sino de las garras de Fidel Castro, no vaya a ser que le pase como a Osvaldo
Dorticós, el ``presidente'' de Cuba que ``se suicidó'', o al
antiguo jefe de la Seguridad, José Abrantes, muerto de ``un infarto'' en
las mismas mazmorras que albergaran a miles de opositores castristas. De modo
que él también ha hecho como muchos cubanos que para abandonar la
isla se casan con extranjeros. No importa si sirviendo a la revolución, o
si invirtiendo a nombre de varios que como él preparan el terreno para
salir corriendo cuando suenen las primeras campanadas de la era postcastrista.
Ahora el fiscal sale en defensa, dice, de su honor, del nombre de su familia
y de no sé cuántos otros valores morales que él a todas
luces desconoce. Y es que Margarita, su hija, que hace años estuvo casada
con el escritor chileno Roberto Ampuero de burguesa consentida de la
nomenclatura revolucionaria se ha convertido en dirigente de la Federación
de Mujeres Cubanas, y a ese proceso le sobra ahora un libro donde se ve
retratada --por ``pura coincidencia'', diría yo--, en la protagonista de
Nuestros años verde olivo.
Lo extraño es que Flores Ibarra acuse a Roberto Ampuero de proxeneta
y no repare en confesar que vive de su mujer, la doctora chilena, propietaria
parece de una cadena de farmacias chilenas, aunque algunos aseguren que hay
dinero cubano invertido detrás de todo esto.
Mientras el fiscal-chacal se defiende como gato bocarriba allá en
Chile, Vladimiro Roca, el hijo de otro dirigente de la revolución,
fundador a su vez del Partido Socialista Popular, le demuestra al mundo con su
actitud de enfrentamiento, tras una injusta condena que ya va por el día
1,394, que no importa en qué cuna se nazca, si se es persona decente.
Roca, que ya tiene 52 años y pasó parte de su vida como piloto en
las fuerzas armadas revolucionarias, es uno de los autores, junto a otros tres
disidentes, del manifiesto La patria es de todos. El único que permanece
en la cárcel es precisamente el hijo del hombre que ayudó a crear
el sistema monstruoso que hoy gobierna en Cuba.
Vladimiro, al igual que toda su familia, especialmente su esposa, lú-
cida y abnegada, no han vacilado en perder sus privilegios como parte de la
casta dominante y enfrentar todo tipo de represalias. Las noticias que llegan de
la cárcel hablan de un hombre que no se doblega, dispuesto a llevar su
mensaje disidente hasta sus últimas consecuencias. Y Fidel Castro, que
siempre vio en Blas Roca a un enemigo, que lo humilló en más de
una ocasión, por considerarlo quizás una figura espuria salida del
seno de la clase obrera (``el zapatero Blas'', decía con sorna), no un
guerrillero, que ni siquiera apoyó su lucha durante su guerrita en la
Sierra Maestra, se ensaña ahora con Vladimiro porque es un modo de
castigar la memoria de su progenitor. En definitiva, Fidel Castro quiere abolir
toda figura que no sea la suya, no importa que, como él sabe, nadie ose
arrebatarle el título de campeón de la monstruosidad.
El futuro es el presente, ése que ya se perfila. Y el antiguo fiscal
de la revolución, Flores Ibarra, y Fidel Castro, ambos, saben que hoy es
mañana y quieren --guapetones al fin-- enfrentarse a sus fantasmas del único
modo que conocen, rastrillando sus armas: el fiscal, con insultos a cualquier
intento de hacer ficción con una historia personal que se le parece, y
Fidel Castro, amenazando con batirse a muerte si intentan secuestrarlo. Como en
sus viejos tiempos de gánster habanero. Lo que también sabe el
tirano es que quizás en un par de años, Vladimiro Roca pudiera
convertirse no en su sustituto, sino en el primer presidente de una Cuba libre y
democrática. Pero para entonces, él y Charco de sangre, según
sus propias palabras prefieren no estar en este mundo. ¿Alguien se opone a
ese deseo? Bueno, quizás el diablo, que no quiere cederle la batuta al
comandante en jefe.
belkisbell@aol.com
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