La estrechez
de Valle Grande
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, mayo - Iovany Aguilar Camejo vivió durante casi seis meses
la pesadilla del presidio político cubano en todo su rigor y la acción
depredadora de la contrainteligencia del régimen de Castro. Conoció
de amenazas e interrogatorios, golpizas y encierros en mazmorras alucinantes,
provocaciones oficiales y juicios amañados, horrible alimentación
y peor atención médica. Contra estas miserias humanas creadas por
unos hombres opuso su enorme fuerza vital y la grandeza de sus ideas. Su
resistencia ilimitada le permitió pasar la prueba. Este relato resume su
experiencia.
Iovany, de 28 años y miembro del movimiento opositor Hermanos
Fraternales por la Dignidad, fue apresado el 24 de mayo de 2000 en 15 y N,
Vedado, cuando intentaba aproximarse al edificio que ocupa la Dirección
Nacional de Prisiones del Ministerio del Interior. Pretendía, en unión
de otros disidentes pacíficos, entregar en aquellas oficinas un documento
exigiendo atención médica para Marcel Valenzuela Saez y el
traslado del doctor Oscar Elías Biscet a una cárcel próxima
a la capital; ambas personas, recluidas en las penitenciarías "1580",
de Ciudad Habana, y "Cuba Sí", de Holguín,
respectivamente. Las dos instalaciones con categoría de máximo
rigor.
Lo condujeron, relata Iovany, a varias unidades de Orden Público y lo
llevaron finalmente al Departamento Técnico de Investigaciones (DTI), en
100 y Aldabó, en esta capital. Sometido a interrogatorios por 21 días.
Encerrado en una pequeña, sucia, mal ventilada y húmeda celda
tapiada, carente de lo más elemental para estar en ella apenas unas
horas. Otras tres personas se movían como fantasmas en su interior bajo
una tenue luz amarilla que distorsiona las imágenes y exacerba la
aberración del juicio en tiempo récord. Gritó y protestó
desde que llegó por lo injusto de su arresto. Demandó lo
liberaran. A los nueve días se declaró en huelga de hambre. A los
doce comenzó a gritar "¡Vivan los derechos humanos!" y "¡Abajo
la dictadura!" Los guardias lo sacaron del calabozo, lo amarraron de pies y
manos, le introdujeron en la boca un trapo sucio mientras le decían: "Ahora
grita lo que quieras". Lo dejaron tirado en un cuarto oscuro. Horas después,
dos oficiales de la Seguridad del Estado lo entregaban al penal de Valle Grande,
en esta provincia, acompañado de una causa iniciada contra él por "desorden
público".
Esta institución penitenciaria está formada por un predio de
mampostería con dos plantas, además de seis barracas en línea,
techos de fibrocemento y paredes de bloques. A la instalación central
destinan los reos condenados hasta diez años de privación de
libertad, pero hay otros en proceso de apelación que extinguen penas de
20 ó más años. Valle Grande no presenta diferencias
funcionales y disciplinarias con el resto de las prisiones de su condición
en Cuba. Al conjunto lo rodea una cerca doble separada por un corredor de cuatro
metros de ancho. Patrullas armadas y perros de presa vigilan día y noche.
La cerca exterior se eleva a seis metros de altura, con garitas de vigilancia
cada centenar de metros. En su extremo superior termina con alambres de púas.
Hay celdas de castigo para ser ocupadas por quienes incurren en faltas y, a la
orden del día, la violencia y el trato abusivo de los custodios hacia los
martirizados.
Los destacamentos tienen capacidad para 120 hombres alojados en 40 literas
tripes que ocupan un área de 150 metros cuadrados, ¡apenas 1,2 metro
cuadrado por persona! La escena se completa con retretes y duchas al final del
pasillo. No hay agua corriente durante el día. Se almacena en tanques de
55 galones. Generalmente los prisioneros superan en número las
capacidades disponibles, por lo que muchos deben dormir en el piso.
El bloque mayor alberga a 12 compañías con 130 reclusos cada
una. En resumen, la población penal en este establecimiento oscila entre
2,200 a 2,500. A Iovany le tocó vivir en el primer piso, segunda compañía.
Las actividades del día comienzan -según recuerda el joven- a
las 5 y 30 de la mañana con el "de pie". A las 6 el desayuno
(agua con azúcar, caliente, y 38 gramos de pan duro). El primer recuento
o pase de lista se produce a las 8 de la mañana en barracas y compañías.
Después viene la inspección, que casi nunca se realiza pero
constituye un magnífico mecanismo diabólico que busca mantener a
los condenados de pie durante horas al lado de las camas sin que puedan moverse
del lugar. La limpieza comienza a las 8 y 20 de la mañana y es efectuada
por los propios penados. Almuerzo y comida se llevan a cabo a partir de las 12
del mediodía y a las 6 de la tarde. Los alimentos, invariablemente,
consisten en arroz con gorgojos y mal olor y sopa de chícharos. Todo en
pocas cantidades. El comedor de los albergues está en una nave aparte. En
el edificio grande hay uno por piso. Las mesas y sillas son de concreto y están
empotradas al suelo. El segundo recuento se hace a las 6 y 30 de la tarde. Entre
comidas los cautivos pueden emplear su tiempo en dormir, jugar dominó,
cartas o damas. El silencio y apagado de las luces se produce a criterio de los
jefes de compañía.
Desde que Iovany llegó a la cárcel -precisa- se declaró
en huelga de hambre. Tampoco se bañaba ni asistía a los recuentos.
No participaba de las inspecciones. Así estuvo los primeros 17 días.
Cuando llevaba dos semanas de protesta lo lanzaron a una mazmorra de castigo. Su
rebeldía era mucha, pero su salud sumamente crítica, motivo por el
cual le suspendieron el aislamiento al día siguiente. El jefe del
presidio y la policía política hablaron con él para que
desistiera de la huelga. Se negó. Esta se debía, explicaba, a que
su encarcelamiento era injusto. Los calabozos tapiados y similares a los del
DTI. Sus dimensiones: 2 x 1 metros. La ya pobre alimentación se reducía
a la mitad para los que residían en ellos. El castigo se prolongaba por
21 días. A ellos se accede por protagonizar hechos de sangre, prácticas
homosexuales o incurrir en una acción interpretada como una indisciplina
por los militares.
Allí tuvo la oportunidad de conocer a varios confinados políticos
ubicados en otros destacamentos: Lázaro Constantín Durán,
Carlos Oquendo y José Aguiar, quienes de inmediato entraron en contacto
con él por los canales clandestinos de la penitenciaría, y le
facilitaron lo indispensable para sobrevivir los primeros tiempos. Su arribo al
penal se produjo en circunstancias especiales de salud: problemas pulmonares,
conjuntivitis en ambos ojos y desnutrición aguda debido a la protesta
iniciada en 100 y Aldabó.
La atención médica en la instalación es en extremo
deficiente y no cuentan con los medicamentos apropiados. Había un médico
designado por la institución penitenciaria. Las enfermedades más
frecuentes entre los internados: tuberculosis, leptospirosis, descontrol en el
sistema nervioso, enfermedades digestivas y dermatitis. Era norma, cuando algún
reo se agravaba, llevarlo al Combinado del Este. Aguilar Camejo también
pasó por estos movimientos, y comprobó el pésimo trato
profesional dado a los enfermos. El denunció esta realidad no sólo
fuera de la prisión, sino que se las entregó a la dirección
de la misma, motivo por el que fue golpeado brutalmente a principios de junio de
2000. Los oficiales de la contrainteligencia, al enterarse de la paliza, lo
trasladaron con urgencia para la sala de reclusos del hospital militar de
Marianao "Carlos J. Finlay". Allí estuvo prisionero 45 días.
Los oficiales fueron tajantes: "Suspendía la protesta o a la fuerza
le pondrían los sueros y aplicarían el resto del tratamiento para
su recuperación". Iovany cuenta que no permitía lo
inyectaran, por temor a que le inocularan el virus del sida u otros males que lo
dejaran incapacitado parcial o totalmente. Decidió entonces suspender la
huelga. Al mismo tiempo, recibió algunas visitas familiares.
A finales de agosto de 2000 retornó a Valle Grande. De inmediato
reinició la huelga de hambre reclamando su inmediata liberación.
En esta ocasión la sostuvo durante 22 días. Un hecho curioso: las
autoridades de la cárcel se negaron a conducirlo a las celdas de castigo.
Iovany insistió cumplieran con lo establecido para evitar que su actitud
de rebeldía afectara a otros martirizados de su campamento y se viraran
contra él. Pero las órdenes de la policía política
eran claras: "No se le podía tocar". En cambio, lo amenazaron
con crearle una causa por desacato al no acogerse al plan de reeducación.
El penado hizo gárgaras con este nuevo intento de doblegar su espíritu
de lucha.
Valle Grande no está exenta de fugas. En mayo de 2000 ocho condenados
lograron evadir el dispositivo de seguridad, saltaron las alambradas y huyeron
en la noche. Se supo que fueron interceptados, castigados y remitidos a otras
prisiones. En octubre de ese año un joven negro, sancionado por asalto
continuado a turistas extranjeros, saltó del carro jaula en que lo traían
esposado. Se bajó y echó a correr ante la vista de sus custodios.
No lo pudieron encontrar. Más tarde se supo que la petición fiscal
superaba los 20 años de internamiento.
La violencia en el establecimiento es el lenguaje de los cautivos para hacer
valer sus posibles prerrogativas. Sus causas: deudas de juego, ajustes de cuenta
de la calle, robos entre ellos, actos forzosos de homosexualismo. Es raro
transcurra un mes sin que se produzca una discusión o un hecho de sangre
cuyo resultado no comprenda víctimas fatales.
La represión de la soldadesca sobre los internados es frecuente y
bestial. Responde a detalles insignificantes: reclamación de atención
médica, no pararse bien durante el recuento, no acatar debidamente las órdenes,
o simplemente no ser del agrado de un guardia. El colmo es que hasta los
prisioneros que atentaban contra su vida, si sobrevivían, eran sometidos
a pateaduras colectivas y públicas.
"En octubre de 2000", relata Iovany, "un miembro de mi compañía
se enfermó de los nervios. La dirección del penal conocía
del caso y no actuó. El infeliz se ahorcó en una de las duchas con
una tira de tela. Cuando lo vi tenía la cara morada y los brazos y
piernas extremadamente pálidos. Se balanceaba su cuerpo y reflejaba en la
pared caprichosas sombras chinescas. Era evidente llevaba mucho tiempo en esas
condiciones. Cuando lo sacaron los combatientes presentaba la rigidez propia de
los cadáveres. Este hecho lo denuncié públicamente y culpé
a los militares por no ofrecerle atención psiquiátrica en su
momento".
"En mayo de 2000 la oficialidad logró poner al resto de los
confinados del albergue en mi contra", apunta el joven. "Unos
tropezaban conmigo. Otros me miraban en forma desafiante. Los alistados les habían
dicho que perderían visitas familiares y pabellones conyugales por mi
culpa si no desistía en mi actitud contestataria. La situación se
tornó extremadamente tensa. Exigí nuevamente se me llevara a una
mazmorra para no afectar a los demás. La directiva de la prisión
no tomó ninguna medida. Se hizo la denuncia pública, y se
puntualizó que mi vida corría peligro. De inmediato cesó el
intento de chantaje.
"Surgió en otra ocasión la idea de extraer la sangre a la
población internada para detectar posibles casos de tuberculosis, sin que
se tomaran medidas sanitarias de protección. El preso político Lázaro
Constantín y yo nos negamos a pasar la prueba y explicamos las razones.
Muchos reos nos apoyaron y se sumaron a la demanda. La administración
penitenciaria tuvo que desistir de la idea. La solidaridad humana jugó,
en esta oportunidad, un papel destacado".
Testigos excepcionales nos cuentan que durante una de las visitas de sus
familiares Iovany se puso una camiseta que introdujeron clandestinamente a la cárcel.
La llevaba debajo de la camisa, que se quitó ya en el salón, y
ante visitantes, custodios y demás internados se destacó la frase:
LIBERTAD PARA LOS PRESOS POLÍTICOS. Los guardias, atónitos, no sabían
qué hacer.
Al terminar el encuentro familiar, según relata Iovany, se la
confiscaron. Luego de muchas discusiones dijo que si no le devolvían la
prenda de vestir no se podnría ninguna otra mientras estuviera en el
penal.
¡Y llegó el juicio! El 30 de octubre de 2000 lo procesaron en el
tribunal de Santiago de las Vegas por "desacato" y lo condenaron a
pagar una multa. Pero de los casi seis meses que estuvo recluido injustamente en
Valle Grande nadie dijo nada. El tribunal y la fiscalía evadieron las
explicaciones.
Máximo Gómez hubiera calificado su actitud en la prisión
de "verdadera hombrada", como acostumbraba a describir los
desproporcionados enfrentamientos con el enemigo colonial.
Iovany se creció en aquel cubil infernal, y de qué manera. La
estrechez de Valle Grande y los hombres que martirizaron sus carnes no pudieron
impedir aumentara la iluminación energética de su espíritu.
Parecía la reencarnación del cíclope Brontes, hijo de
Poseidón y Anfitrita, forjando el acero con que fulminó las
infamias que casi a diario comete el régimen castrista y que tan ocultas
mantiene al pueblo cubano.
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