Tierras sin
vida
Milagros Beatón, APLO
SANTIAGO DE CUBA, mayo - Recuerdo la primera vez que percibí la finca
de mis abuelos como un espacio de terreno desolado, triste, sin vida. Terminaba
la década de los 80. Por esa época los campos de Cuba eran
azotados por máquinas ruidosas de cuchillas afiladas, cuyos conductores
realizaban las acciones previstas por el gobierno para consumar lo que llamaban
"la colectivización de las tierras agrícolas".
Yo había visto huracanes y otros desastres naturales, pero ninguno de
esos fenómenos tan temidos por los humanos era comparable a los daños
causados aquella mañana en que la vegetación era arrasada por las
maquinarias gubernamentales. De las heridas de los árboles tendidos en el
suelo brotaba un olor singular. Los frutos verdes aún yacían
abortados por doquier. Flores y hojas rodaban por todas partes movidas por las ráfagas
del aire. Muchas aves volaban como atolondradas después de perder sus
nidos y huevos, mientras los pichones perdían sus vidas.
El lugar quedó no sólo sin árboles frutales, sino que
aquella mañana perdió su encanto.
Desde entonces, la existencia es escasa en ese sitio sin colorido. Igual
sucedió en la mayoría de los campos cubanos, donde la
colectivización de las tierras dejó como propietario exclusivo al
Estado socialista.
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