Vía
libre para el ALCA
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, mayo - La Tercera Cumbre de las Américas se desarrolló
en la Ciudad de Quebec, Canadá, del 20 al 22 de abril. En la misma
participaron 21 presidentes y 13 primeros ministros, representantes de todas las
naciones del continente con la excepción de Cuba. Su amplia agenda tuvo
como punto central la creación del Area de Libre Comercio de Las Américas
(ALCA) en los próximos años.
Esta voluntad integradora no es casual. La Humanidad ha entrado en una nueva
etapa de trascendentales cambios, sin precedentes en su milenaria historia.
Dicho radical proceso de transformaciones, conocido como "globalización",
por sus características objetivas, es inevitable y cualquier nación
que intente refugiarse dentro de sus fronteras, abrazada a conceptos anticuados
de soberanía, sin valorar los nuevos tiempos, será aplastada.
En este contexto, los pueblos tensan fuerzas y dirigen sus energías
hacia la complementación de sus potenciales económicos, políticos,
sociales y culturales, para enfrentar un fenómeno que si bien trae
consigo enormes posibilidades para generalizar el progreso y los avances científico-técnicos
con significativos beneficios para los países subdesarrollados, también
implica serios desafíos como es el vertiginoso crecimiento de la
competitividad, que si se dejan de tomar en cuenta, podrían causar
incalculables daños.
Lo anterior explica la tendencia mundial hacia la integración. Europa
Occidental, pionera en este quehacer, ha derribado las barreras aduaneras;
homologa sus mecanismos jurídicos; ha creado una moneda y edifica
estructuras políticas comunes, algo increíble en un área
geográfica con tantas diferencias culturales y un pasado preñado
de discordias, cuestión probatoria de la urgencia actual de la
complementación entre las naciones.
En Asia, aunque con un menor progreso, los procesos integracionistas también
están vigentes. Incluso en la preterida y atrasada Africa se incrementan
las voces que claman por la indispensable complementación de las economías.
En ese escenario, resulta lógico que los países de Las Américas
hayan acordado aunar esfuerzos para crear el ALCA, el mercado común mayor
del planeta, con un potencial de 800 millones de consumidores, una generación
actual del 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial y la
pertenencia como socio del país más poderoso y desarrollado del
universo, Estados Unidos.
Las negociaciones para crear el ALCA deberán concluir a más
tardar en enero del 2005, según lo acordado. Para ello se estableció
un Plan de Acción. Varios países como Chile, Argentina y las
naciones centroamericanas han expresado sus deseos de avanzar y concretar
convenios integracionistas antes de esa fecha. México, que suscribió
hace algunos años el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLC), con Estados Unidos y Canadá, lleva ventaja.
No cabe duda de que el camino de las negociaciones conducentes al ALCA, y
después su propia ejecución, estarán llenos de obstáculos.
La asimetría en el nivel de desarrollo de los países constituirá
el principal valladar. A ello se agrega el tradicionalismo, los viejos esquemas,
la mentalidad conservadora y el temor lógico que cambios tan radicales
infunden en algunos sectores.
Sin embargo, en el mundo actual no existen otras alternativas a la integración.
Eso sí, la misma tendrá que realizarse sobre bases equitativas,
con medidas socio-económicas que favorezcan a las masas menesterosas del
continente, protejan el medio ambiente y garanticen un desarrollo sustentable.
Las diferencias de desarrollo entre los países puede reducirse con un
curso lógico del proceso integracionista, la creación de fondos de
solidaridad para las naciones menos avanzadas, como se ha hecho en Europa
Occidental, y la ayuda masiva para la formación del capital humano
requerido para esta gigantesca tarea. Pero el factor más importante para
vencer las dificultades deberá ser la firme decisión política
de los países menos desarrollados de avanzar hacia el progreso.
Por otra parte, deberá estar claro que una integración para el
beneficio de las corporaciones no sólo sería injusta, sino
inviable. Para la materialización del ALCA es esencial que los pueblos
perciban gradualmente el mejoramiento de sus niveles de vida.
La integración beneficiará a las economías más
pobres que recibirán un gran flujo de capitales y tecnología,
permitiéndoles desarrollarse y enfrentar los retos de la globalización.
No obstante, las ventajas no son exclusivamente para el sur subdesarrollado. Las
ricas regiones del norte necesitan mercados para sus cada vez más
sofisticados productos, únicamente adquiribles por ciudadanos con parámetros
educacionales y poder adquisitivo adecuados.
Por eso también está en el interés de Estados Unidos y
Canadá el avance de una América Latina democrática, fuerte
y estable económica y socialmente, capaz de integrarse y así poder
enfrentar los desafíos de otras zonas del mundo constituidas en bloques.
Adicionalmente, existe otro factor positivo. Según el último
censo realizado en Estados Unidos, viven allí 35,3 millones de personas
de origen latino, convirtiéndose en la mayor de las minorías. Esta
población, en rápido crecimiento, se concentra en los estados más
poderosos política y económicamente de la Unión, con lo
cual su peso en la sociedad crece paulatinamente. Esto es una gran ventaja, pues
representa un puente en el proceso integracionista, al permitir una mejor
comprensión de los problemas que afectan a las naciones al sur del Río
Grande.
De singular importancia resulta el reconocimiento en la Tercera Cumbre de
que los valores y prácticas de la democracia son fundamentales para
avanzar en el logro de la integración del continente. La democracia
representa un factor básico para el desarrollo económico, político
y social. En un mundo cada día más complejo, la confrontación
respetuosa de las ideas, el diálogo constructivo y las consultas
populares han demostrado ser herramientas indispensables para el progreso de las
naciones. Por el contrario, el voluntarismo y el estatismo conducen al fracaso,
y constituyen factores de inestabilidad y confrontación.
De ahí la decisión plasmada en la Declaración Final de
la Cumbre sobre que "cualquier alteración o ruptura inconstitucional
del orden democrático en un estado del hemisferio constituye un obstáculo
insuperable para la participación del gobierno de dicho Estado en el
proceso de cumbres de Las Américas".
Antecedentes de cláusulas defensoras de la democracia aparecen en
otros proyectos integracionistas como el Mercosur y la Unión Europea. Por
su parte, la Cumbre instruyó a los ministros de Relaciones Exteriores
preparar una Carta Democrática Interamericana en la próxima
asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Cuba, con su gobierno totalitario, mediante esta cláusula queda automáticamente
excluida del proceso integrador; rudo golpe para un país sumido en la
crisis más profunda y prolongada de su historia. A la alta ineficiencia
de su economía, que ha reducido al mínimo su capacidad
exportadora, se agregará una competencia desventajosa en los mercados de
Las Américas, cuyos países derribarán entre sí las
barreras aduaneras abaratando considerablemente los intercambios comerciales.
Esto no será meramente un gran obstáculo al comercio, sino
también desalentará la cooperación económica y científica-técnica
en su sentido más amplio, incluidas las inversiones extranjeras, en la
Isla, y por ende el ingreso de nuevas tecnologías. Hay que considerar que
Cuba representa un pequeño mercado de 11 millones de personas con un
magro poder adquisitivo y, al estar virtualmente bloqueadas sus posibilidades de
exportación a su región, el atractivo económico y su poder
de negociación con terceros países se reducirán
considerablemente.
El presidente de México, Vicente Fox, al término de la Tercera
Cumbre la calificó como la entrada de Las Américas al nuevo siglo
con el pie derecho. Para el pueblo cubano, por el contrario, significa el
refuerzo del aislamiento con dramáticas consecuencias para su futuro.
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