Andres Reynaldo. Publicado el viernes, 30 de marzo de 2001
en El Nuevo Herald .
En política, soy un amante del diálogo. Incluso del diálogo
entre sordos. Una política sin diálogo es una contradicción
en sus términos. Si se trata del diálogo entre cubanos, paso del
amor al vicio. Nuestra reconciliación nacional debe atravesar el debate
serio y civilizado del pasado y el presente. Tenemos que dialogar hasta la
perversión o el hastío. Por eso, en principio, me pareció
loable que miembros de la Brigada 2506 acudieran a La Habana a la conferencia
académica Girón, 40 años después, auspiciada por el
gobierno de Fidel Castro.
Según Granma, acudieron cinco brigadistas, del más de millar y
medio que desembarcaron en Cuba apoyados y, a la vez, abandonados por Estados
Unidos. De los visitantes, el más conocido es Alfredo Durán, un
abogado que ha luchado consistentemente por impulsar una apertura entre el
exilio y el castrismo. En una de sus declaraciones en la isla, Durán dijo
una rotunda verdad: que ninguno de los brigadistas había combatido a
nombre de los intereses norteamericanos, sino para defender un ideal
estrictamente cubano.
A pesar de los documentos secretos dados a conocer y un par de observaciones
novedosas, ese solo comentario de Durán, dicho en un contexto oficial
(que en Cuba no hay un espacio académico independiente) marca un hito.
Sobre todo, un hito para ese insólito espécimen de exiliado que
lleva décadas tratando de no llamar a la dictadura por su nombre en aras
de una utópica apertura.
El exilio constituye el único núcleo en toda la historia
cubana que ha vivido casi medio siglo de experiencia democrática. Ese
privilegio nos debía proporcionar una profunda conciencia ética,
fuente de toda autoridad moral, así como un clara unidad de propósito
frente a la dictadura por encima de (y gracias a) nuestras diferencias. En este
sentido, tanto la derecha como la izquierda tienen que recorrer un largo
sendero. Que no lo hayan hecho todavía es una bochornosa desgracia y
destaca nuestra inacabada y turbia formación nacional.
Si la convocatoria a esta conferencia hubiera estado abierta a todos,
probablemente la mayoría de los brigadistas tampoco hubiera estado de
acuerdo en asistir, lo cual es un error. En buena política, si el
dictador abre el foro hay que ocupárselo y hablar sin pelos en la lengua.
Ahora bien, Durán es un hombre brillante y culto que, estoy seguro, sabe
medir la dimensión moral e histórica de los acontecimientos.
Extraordinariamente sagaz a la hora de criticar las posturas antidemocráticas
del exilio, no puede pasar por alto las características propagandísticas
de la conferencia y sus escandalosas deficiencias de enfoque.
Para empezar, la convocatoria no estaba siquiera abierta a todos los que
lucharon del lado revolucionario. Aquí el asunto era seguir vistiendo una
fundamental discordia entre cubanos amantes de la libertad y cubanos amantes de
la dictadura con el descosido manto de la confrontación con Washington.
Por si fuera poco, las razones que convencieron a Durán y otros
brigadistas para desembarcar en la isla no han desaparecido. Todo lo contrario.
El castrismo hoy es menos justificable, menos popular y, por tanto, menos legítimo
que hace 40 años.
De acuerdo con una información del periódico madrileño
El País, Durán comentó: ``Esto ha sido un tributo y un
homenaje a todos los cubanos que murieron en estas playas, a los de las fuerzas
revolucionarias y a los de la Brigada 2506, con la esperanza de que estos hechos
no se repitan más en nuestra historia''. A primera vista conmovedor, el
planteamiento adolece de consistencia moral. No puede igualarse a los defensores
de la democracia con los defensores de la esclavitud, aunque algunos de estos últimos
creyeran que defendían una buena causa. ¿Vamos a hacerle un
monumento a los criollos que lucharon del lado de España en las guerras
de independencia? ¿Videla y Pinochet merecen el mismo pedestal que sus víctimas?
¿Deben ir juntos de la mano, en el olimpo de la reconciliación
nacional, Salas Cañizares y José Antonio Echeverría?
Los brigadistas invitados perdieron una oportunidad para poner los puntos
sobre las íes, a riesgo, por supuesto, de que los pusieran de regreso en
el primer vuelo a Miami. Entiendo que haya quienes sueñen con una
apertura de Castro contra Castro. Es una actividad que concierne a la sicología
de cada individuo. El sueño se puebla de visiones repugnantes cuando
sirve para adormecer la verdad. De Madrid a Buenos Aires, la prensa recogió
el emocionado instante en que Durán estrecha la mano de Arnaldo Morfa, un
oficial del ejército castrista que disparó contra él en la
batalla. La misma mano que tal vez a esta hora está golpeando a un
disidente. |