MADRID. Luis Martín. ABC,
marzo 28, 2001.
La masiva aceptación con la que cuenta en los últimos años
la música cubana, no es más que una obviedad. Desde los albores
del siglo XX, este inmenso catálogo musical capitaliza la contribución
más fecunda de la creación popular de Occidente. Testigo
excepcional de su crecimiento en los últimos setenta años, el
pianista Ramón «Bebo» Valdés ha recalado en Madrid en
estos días.
El pretexto: haber puesto recientísimamente un disco en la calle,
que, con el título «El arte del sabor», afianza con sabiduría
y sabrosura tan histórico legado. El álbum, además del
respaldo rítmico del contrabajista Israel López «Cachao»
y el conguero Carlos «Patato» Valdez, cuenta con la colaboración
del saxofonista Paquito D´Rivera, el músico que rescató a
Bebo del anonimato, cuando en 1994, decidió producir el disco «Bebo
rides again». Un título revelador, por cuanto como declara el
propio Bebo «supuso mi regreso a los estudios de grabación
después de los más de treinta años de la publicación
de Mucho sabor».
¿Qué hizo en todo ese tiempo?
Durante una gira por Escandinavia en los años 60 me enamoré
de mi mujer y nos quedamos a vivir en Estocolmo. Trabajé durante más
de quince años contratado como pianista por una cadena de hoteles de
Suecia. Más tarde, Paquito me llamó para grabar «Bebo rides
again».
En «El arte del sabor» ofrece un repaso a clásicos
como «El son de la loma», «Cumbachero» o «Adiós
Panamá». ¿Un repertorio como ese, rejuvenece?
¿Y cómo no había de ser así? Para
entenderlo, es preciso reparar en que todos los músicos de mi generación
ya éramos profesionales en los años 30. Hemos tenido, pues,
oportunidad de compartir amistad y experiencia con personalidades como Ernesto
Lecuona, Peruchín, Machito o Frank Emilio Flynn, desde que éramos
muy jóvenes. Hemos vivido en directo este «boom» que se anuncia
ahora en diferido, por ser de siempre. De modo que es inevitable rejuvenecerse
cada vez que a uno le llaman «clásico». Los músicos de
ahora, los más jóvenes no pueden ni siquiera hacerse una pequeña
idea de lo que eso significa. Y, en ese sentido, el éxito de Buenavista
Club Social ha sido decisivo.
No parece muy satisfecho con la renovación que están
llevando a cabo las nuevas generaciones.
No demasiado. En todo este asunto de los nuevos valores de la música
cubana, ha habido en los últimos años una especie de estrategia
política. Primero se quiso eliminar la historia, los referentes, para
quedarse únicamente con la evidencia de la novedad. Más tarde,
cuando se comprobó que esta cantera no funcionaba como se había
esperado, se decidió nuevamente el regreso a las raíces. E
insisto: Buenavista Club Social, con su enorme repercusión internacional,
ha sido un magnífico ejemplo de la necesidad de disponer de anclajes en
el pasado, en el repertorio de siempre.
Wim Wenders dirigió un documental sobre ese colectivo, y
Fernando Trueba, para filmar «Calle 54», le incluyó a usted. ¿Satisfecho
con esa colaboración?
Enormemente. Sólo un talento como el de Fernando podía
ser capaz de asumir una película así. Se trata de un documento
imprescindible para comprender las claves de la cultura latina. Probablemente el
mejor que se ha podido realizar desde el imperio de Carlos V. En él, se
demuestra que cada uno de nosotros tiene unas características singulares,
una nacionalidad diferente, pero todos estamos unidos por el carácter
latino. Y hay una grandiosa intercomunicación cultural entre todos. |