Sebastian Arcos Cazabon. Publicado el martes, 27 de marzo
de 2001 en El Nuevo Herald
Corría el mes de marzo de 1990. En una casa del reparto Aldabó,
en las afueras de La Habana, seis disidentes vieron su conversación
interrumpida por el estruendo de un helicóptero que sobrevolaba la
vivienda. Minutos más tarde, una turba de "airados ciudadanos''
asaltó la residencia, derribando la puerta de entrada y destruyendo
varias ventanas. Así aplastó el régimen cubano el primer
intento serio de unión de varios grupos disidentes, que en aquel entonces
no llegaban a la media docena.
El segundo intento --a principios de los 90-- fue menos efímero, pero
también fracasó como resultado de intrigas y sospechas sembradas
desde dentro y fuera por igual; y en vez de unir, terminó dividiendo a la
oposición en dos bloques inefectivos, la Coordinadora y la Concertación.
El tercer intento --Concilio Cubano, en 1995-- fue mucho más serio, y
la reacción del régimen fue tan brutal que dejó cuatro
cubanos muertos en el Estrecho de la Florida.
El cuarto y último intento acaba de producirse con la firma del
Proyecto Varela por más de cien grupos opositores.
La importancia de una convergencia de grupos opositores en Cuba es fácil
de juzgar observando la reacción del régimen. Una coalición
opositora atraería la atención y la legitimidad internacional de
manera más efectiva que un centenar de grupos pequeños. Pero no es
el escenario internacional lo que más preocupa al régimen, sino el
escenario interno. Una coalición opositora atraería sin dudas una
mayor atención de la población cubana, que podría comenzar
a considerarla como una alternativa seria al actual régimen. Es por eso
que el régimen cubano, que ya fracasó tratando de extinguir a la
oposición, ahora no se puede dar el lujo de permitir que ésta se
organice y madure.
Madurez es la palabra clave. Ninguna oposición política tiene
posibilidades de éxito si no se une detrás de una estrategia común,
más allá de la simple coincidencia en el objetivo final. La
democracia es el juego del consenso de opiniones diversas. El consenso es síntoma
de madurez política y sólo las sociedades políticamente
maduras son capaces de prosperar en libertad. Los cubanos, con 53 años de
dictaduras en apenas cien como república, no podemos saltar con éxito
del totalitarismo a la democracia sin primero aprender el arte del consenso y
las coaliciones políticas. El Proyecto Varela nos brinda una oportunidad
perfecta para ejercitar esas virtudes.
Pero además de un ejercicio necesario, es también políticamente
astuto. Al solicitar un plebiscito avalado por la constitución de 1976,
el Proyecto Varela es legal, moderado, y por lo tanto casi imposible de
descalificar. Nadie puede oponerse a la idea de someter al régimen cubano
a la voluntad popular a través de un plebiscito sin asomar la garra
totalitaria. Para la oposición, el Proyecto Varela es un generador de
aliados y un neutralizador de enemigos, incluso dentro del mismo régimen.
Para el régimen, es la incómoda disyuntiva de aceptar el
plebiscito o reconocer que ignora sus propias leyes.
En 1984, la oposición chilena --mucho más madura y organizada
que la cubana-- fracasó en su intento de forzar al régimen de
Pinochet a una apertura porque se empeñó en demandas irreales que
la dividió y debilitó. Apenas cuatro años después,
esa misma oposición, unida tras la idea de un plebiscito contemplado en
la constitución redactada por el régimen militar, sacó a
Pinochet del poder. Aunque Castro no es Pinochet, la experiencia chilena no debe
ser descartada por completo.
Algunos han criticado al Proyecto Varela por ser un "proyecto
marxista'' que legitima la constitución del 76, y con ella al régimen.
Lo mismo pudiera decirse del caso chileno, pero allí están la
oposición en el poder y Pinochet desaforado. Ningún proyecto que
promueva las libertades individuales puede ser marxista, y el promotor del
Proyecto Varela, Oswaldo Payá Sardiñas, es un opositor legítimo
y honorable que tiene de marxista lo que tengo yo de marciano.
El Proyecto Varela no pretende ser la solución perfecta a la crisis
cubana. Tampoco es un proyecto de transición, sino apenas un primer paso
en esa dirección, un experimento interesante cuyas consecuencias sólo
son negativas para el régimen. Por eso creo que merece el apoyo de todos,
con más o menos entusiasmo e independientemente de cuál sea
nuestra estrategia favorita. A fin de cuentas, la política es el arte de
lo posible, y no de nuestros sueños.
arcoss@fiu.edu
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