Adolfo Rivero Caro. Publicado el viernes, 23 de marzo de
2001 en El Nuevo Herald
Algunos de nuestros mejores intelectuales --como Rafael Rojas, por ejemplo,
cuyas brillantes columnas en El Nuevo Herald disfruto tanto-- tienden a rechazar
la idea de que Castro tenga una ideología. "El castrismo'', escribe
Rojas, "no es una ideología, es un estilo personal de gobierno que
se sirve de un vasto repertorio simbólico para legitimar sus
decisiones''. Esa concepción hace que el joven académico no
considere imposible, y ni siquiera improbable, que Castro pueda pasar del "nacionalismo
revolucionario'' al "reformismo democrático''. Según Rojas,
lo que lo impide, básicamente, es que sería confesar que su "revolución''
ha sido una criminal pérdida de tiempo.
Comprendo que pueda parecer una concesión, y casi un elogio, aceptar
que un hombre de los antecedentes gangsteriles de Castro pueda tener una ideología.
Paradójicamente, sin embargo, a mí me parece que son estos amigos
los que no toman suficientemente en serio las ideas y, específicamente,
las ideas del marxismoleninismo. Es bueno recordar que el marxismo niega la
validez del derecho burgués. Lo niega porque éste no sólo
acepta el status quo de una sociedad dividida en clases, donde un grupo social
minoritario explota a la mayoría, sino porque además el derecho
burgués refuerza ese status quo. De aquí que el derecho, como toda
la "superestructura'', sea, en la práctica, un instrumento de la
explotación de clase.
Ahora bien, no aceptar el derecho, no aceptar el "imperio de la ley'',
es lo mismo que hacen los gangsters, los delincuentes. Eso es, a mi juicio, lo
que estos amigos no toman suficientemente en cuenta: la profunda afinidad entre
las ideas marxistas y la delincuencia. Marx le dio una ideología a muchos
hombres que, de otra forma, hubieran sido asaltantes de caminos. Una ideología,
por cierto, que tienen raíces muy viejas y prácticamente
indestructibles en la envidia humana. El refranero español lo había
dicho desde hacía siglos: "Ladrón que roba a ladrón,
tiene cien años de perdón''.
Marx nunca elaboró una ética. Se limitó a señalar
el carácter histórico, y por tanto transitorio, de ciertas ideas
morales. Lenin, que tuvo más que ver con la práctica
revolucionaria, precisó un poco más. Los beneficios que iba a
aparejar una revolución comunista, dijo muchas veces, eran casi
inimaginables. Se iba a terminar la explotación del hombre por el hombre
y, por lo tanto, con la raíz misma de la desigualdad y de la pobreza.
Trotsky llegó a afirmar que el hombre corriente de la nueva sociedad
comunista alcanzaría la estatura de un Aristóteles o un Miguel
Angel y que, sobre ese nuevo nivel, se levantarían nuevos titanes. Los
beneficios de la nueva sociedad iban a ser tan maravillosos que sus costos se
reducían a la insignificancia. ¿Acaso no merece la pena mentir,
robar, torturar o matar en aras de una meta tan extraordinaria? ¿No es ése
el tema de Les Mains Sales de Sartre?
El objetivo, lo único importante, es salvar la revolución
porque, a largo plazo, sólo la revolución podrá acabar con
la pobreza y la injusticia. Los medios --las concesiones de la NEP o el período
especial, la cesión de territorio en Brest-Litovsk o la dolarización,
siempre son secundarios. Lo único permanente es la guerra de clases. ¿La
dolarización? ¿Los cuentapropistas? ¿El respeto a las
inversiones extranjeras? ¿La no intervención en los movimientos
insurreccionales de otros países? Todo eso es secundario. Puede ayudar a
la revolución o perjudicarla, según las circunstancias concretas.
Si Fidel Castro fuera un oportunista porque no tiene ideología, como
piensan algunos amigos, hubiera firmado la declaración condenando a la
ETA en la última cumbre iberoamericana. No lo hizo porque de esa forma
enviaba un claro mensaje a los revolucionarios y terroristas de todo el mundo de
que el gobierno cubano estaba con ellos. Y porque el apoyo de esos grupos, en
las condiciones actuales, le parecía estratégicamente importante.
Sus decisiones no están gobernadas por ningún principio moral
abstracto. Lo único importante es la salvación de la revolución,
indisolublemente unida a la salvación política del grupo dirigente
que defiende su validez.
Lenin nunca se hizo ilusiones democráticas. El mismo se ocupó
de disolver la Asamblea Constituyente e instaurar una dictadura sangrienta. Está
en la misma esencia del leninismo no hacer concesiones a las "confusiones''
de las masas. Por consiguiente, Castro es irreprochablemente leninista al
rechazar el más mínimo asomo de "reformismo democrático''.
Sabe que cualquier concesión democrática como las que se hicieron
en la Europa del este llevaría, por las mismas razones, a los funerales
del régimen.
Nuestro amigo Rojas tiene razón cuando afirma que Fidel Castro es un
oportunista. Pero no porque no sea un verdadero marxistaleninista, sino porque
lo es. No porque no tenga ninguna ideología, sino porque la tiene. El
problema estriba en que esa ideología ha demostrado estar terriblemente
equivocada. Su oportunismo estriba en mantenerse fiel a una ideología que
ha fracasado. No es oportunista porque cambie de posición cuando cambien
las circunstancias. Es un oportunista porque dijo querer el poder para poder
mejorar el nivel de vida del pueblo y, aunque lo ha envilecido y arruinado más
allá de todo lo imaginable, sigue aferrado al mismo. Es inevitable llegar
a la conclusión de que lo quería simplemente para aprovecharse
personalmente --como tantos ladronzuelos del tercer mundo. Nada más
vulgar. Ni más miserable porque, a diferencia de otros caudillos, ha
visto hundirse en la miseria a un país relativamente próspero. Y
no le importa. Lo único que le importa es mantener sus privilegios.
Calificarlo de miserable no sería un insulto, sino una definición
técnica. |