La Carte
Blanche. ¡Voila!
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo - Si es usted ligeramente mayor de cincuenta años,
si no tiene dinero y un palancón detrás en el aparato estatal, y
para colmo es gay, apriete bien los músculos de sus esfínteres
antes de decir o escribir algo que 'rasgue' ligeramente el velo que cubre 'lo
otro': el monstruo invisible que es el poder real.
Si además circuló, aunque sea sólo como elemento
'decorativo' por los salones cortesanos habaneros y pretende seguir jodiendo,
taponéelos.
Hace sólo unos días entré en el caserón del
tango, deprimente lugar, con la intención de comer algo. Me encontré
con El Disidente. Lo invité a un café, ¿qué más?
Charlé con él y casi como colofón de su monólogo me
espetó: "Cámbiate ese pantalón, mi socio, es de chiva".
Es cierto que el color y la textura de la tela recuerdan el usado por oficiales
del MININT. Le ofrecí un cigarrillo Popular y miré con dulzura su
rubicundo rostro. "No tiene clase", pensé. Recordé al
amigo que habiendo comprado el pantalón en Londres, no en Harrod's
precisamente, me lo regaló. ¿Cómo un noble (aunque sea
arruinado) caería en la chivatería? Sería una actividad
demasiado barata.
Un noble, de sangre, tiene otros intereses, otras miras. Los delatores pagan
su pequeño precio por mantener sus pequeños 'negocios'. Lo
compadecí. Pensé en sus esfínteres, pues debe tener varios.
¡Pobre pueblo cubano!
La charla con El Disidente versó sobre su posible salida definitiva.
No hacia el Norte revuelto y brutal, no, hacia Europa. Escandinavia si es
posible. Hace años parlotea sobre su salida definitiva. Quizás no
ha pensado en la tremenda dificultad que el finés le pueda presentar. ¡Ah!
tiene miedo, ligeramente según dice, de que no le den la salida del país.
La famosa tarjeta blanca. ¿Quién es, o ha sido, para que no se la
den? Ya eso es harina de otro costal. La tarjeta blanca es como un comodín
de un juego de barajas. De acuerdo a los intereses en juego con cada individuo
que la solicita, entran a funcionar mecanismos de chantaje o presión
sobre el desventurado solicitante. Si Ud. usó sólo sus caderas o
es un agente del aparato estatal, todo irá sobre ruedas, le será
dada su tarjeta blanca antes de que venza la visa que obtuvo con mil sacrificios
y muchos dólares pagados a los coleros.
Los encuentros con El Disidente son inevitables para mí. Son casi la
máxima prueba soportable. Siempre me deja un malísimo sabor (a
mierda) en la boca. Recuerdos de infancia, quizás.
¿Por qué carajo tiene uno que irse DEFINITIVAMENTE de su país?
Pregunta con mil respeustas. Cada cubano tiene las mil propias. Yo preferiría
ir y volver. ¿Es eso posible? Quizás dependa de los reales
manipuladores de la tarjeta blanca, que no son aquellos que con grados o sin
ellos están sentados en las oficinas de Inmigración.
El Disidente me dejó deprimido. Aún más. Obsesionado
con tantas personas queridas que nunca he vuelto a ver y que casi todas ellas no
usaron las tarjetas blancas, sino las masivas salidas de El Mariel o las del 94.
Algunas, la insegura travesía del Estrecho de la Florida en 'objetos
flotantes' que no se pueden denominar embarcaciones.
Recordé cómo mis amigos, en el ochenta, fueron embarcados
junto a delincuentes sacados a propósito de las prisiones del país.
Recordé cómo un padre y su hijo se depilaron las cejas, se tiñeron
de rubio el pelo y se presentaron como homosexuales para que fueran expulsados,
sin tarjeta blanca, de Cuba a través del puerto de El Mariel. Recordé
cómo se mantuvo al acecho hasta el día y la hora oportuna Reynaldo
Arenas, en su cuartucho del 'memorable' hotel Monserrate. Ya sin tarja de bronce
que lo identifique. ¿Por qué la habrán retirado de su
fachada?
Pienso también en una amiga, esta vez revolucionaria ¿? que ya
ha gastado 400 dólares en dos cartas de invitación y 150 dólares
en un pasaporte obtenido rápidamente en una consultoría jurídica,
que ni piensa en la tarjeta blanca. Ella deja en Cuba a sus padres y a sus
hijos. Sólo desea ver por un mes a su esposo, que está trabajando
en un país latinoamericano. Pero como su profesión es la de
ejercer la Medicina necesita que el ministro del ramo la autorice a viajar.
Lleva más de seis meses esperando dicha autorización.
¿Mis esfínteres? Bien apretados, gracias. Puede que continúen
así, pues jamás (no tanto, Ponce) podré acercarme a los
planes o papeles imaginados, aún bocetados, que deseen imponerme en el
momento oportuno para ellos, los especialistas del ministerio correspondiente
que atienda a los carrozones no organizados o a aquellos amantes de La Boheme.
También de la de Puccini, y la de Baudelaire, of course.
¡Oh, El Disidente! Me jodió la tarde. Su pantalón fue
comprado en Harry Brothers. Tienda ubicada en O'Reilly entre Bernaza y Villegas.
Recientemente re-estrenada por el equipo de arquitectos y urbanistas que
trabajan con amor en el casco histórico. ¿Costó siete dólares
solamente?
Alguna querida amiga esperó en vano su permiso de salida. Este llegó
como ella, pragmática al fin, esperaba: cuando su visa norteamericana
estaba vencida. Por suerte, no es de las que tiene que hacer cola ante la Sección
de Intereses, y le fue renovado su visado rápidamente.
Recuerdo que Reynaldo Arenas, en El Portero, habla de la necesidad de vivir
con el miedo dentro. En Cuba, por supuesto. A pesar de la dulzura de sus cañas.
Ese miedo, en la 'gente común', crece a medida que se acercan a las
oficinas de Inmigración. Aquellas personas 'menos comunes' acceden al
terror, obviamente. ¿Con qué les saldrán los magos de dichas
oficinas antes de entregarles las dichosas tarjeticas blancas?
Ya lo expresé anteriormente, si su salida fue obtenida a través
de un buen caderazo, o es debida a un trabajo secreto, o no tanto, para la
patria, su permiso de salida será entregado en tiempo y forma. Pero éstos,
por ahora, son los menos. ¿Realmente?
Así que aunque usted sea ligeramente menor de cincuenta años,
tenga dinero, un buen palancón en el aparato estatal, no sea gay, no haya
sido un solicitado cortesano, pero quiera ir a ver a su familia a USA, así
como así, por verlos nada más, no necesita decir ni escribir nada
que vaya en contra del 'desorden establecido'. Pero apriete bien sus esfínteres,
o mejor taponéeselos, pues pudiera ser que en el momento en que le
entreguen su tarjeta blanca les digan o les 'soliciten' algo que se los relaje a
tope para siempre.
¿Mi edificio? Bien, gracias. Más tranquilo por ahora. Cerrado al
público, por supuesto, y con una nueva camada de delatores. ¿Oíste
bien, Disidente? Gracias a ello pueden tener tres o cuatro pares de 'popis' y
algunos dólares para tomar cerveza. ¿Verdad que estoy bien cuidado?
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