Plaza de
Armas
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo - En estas cálidas tardes de marzo, los bancos de mármol
de la Plaza de Armas están atestados de una de las faunas más
variopintas que observarse pudiera en cualquier otro lugar de la Habana Vieja.
Los libreros aparte, pues son los que abonan los impuestos elevados y pagan
los platos rotos, generalmente, por cualquier desaguisado que suceda en el bello
lugar, inspectores y policías sus frustraciones económicas se las
cobran a ellos. ¡Han sobrevivido demasiado tiempo! Quizás no les
queda mucho.
Las caras de la gente se repiten día a día. Se ven madres con
niños chiquitos que los lanzan en persecución de las hordas de
europeos y canadienses que fluyen constantemente pos sus senderos.
Caricaturistas que rompen uno tras otro sus trabajos cuando el dibujado no pagó
el dólar o los cincuenta centavos de dólar. Viejas que parecen
brujas y viven a dos o tres horas en guagua del parque, que se dedican a pedir
jabón de baño o lapiceros. Dos o tres muchachones con el síndrome
de Down, entre ellos Felo, el veterano, pues pasa de los cincuenta años.
Por cierto le encanta la rumba de cajón que un grupo folclórico
toca ensordecedoramente el día entero en el mismo lugar: la esquina de O´Reilly
y Tacón.
También pasean la hermosa Plaza de Armas los dueños de razas
de perros que antes nunca se vieron en el país, como el lebrel afgano o
los chauchau. Generalmente son los nuevos ricos de la zona.
Los rastafaris tienen tomado el lugar y compiten en peinados cada vez más
complejos y gorros tejidos que son buenas bolsas para llenarlas de yuca o
boniatos. Son de los que más suerte tienen en el parque pues las nórdicas
europeas no pueden resistirse ante tanto esplendor viril y "sauvage".
Claro que entre los asiduos al parque hay gente en extremo interesante que
mantienen cordiales relaciones con los vendedores de libros viejos. Son
generalmente profesionales viejos, con mucha experiencia de la vida y con un
anecdotario rico del pasado y del presente, donde este último casi
siempre queda mal parado.
No olvidemos a algún que otro pinguero o jinetera y a los consabidos
y conocidos policías del lugar.
El parque se ha convertido en un centro económico de primera categoría,
pues los vecinos venden agua fría, dulces, comidas por encargo, ropas,
desodorantes, muebles, objetos de ferretería... Generalmente todo ello en
dólares. Además, guardan los libros de los vendedores en sus casas
y cobran por esto al igual que por su transporte en carretillas.
Por lo general un librero es una persona culta con la que se puede
intercambiar ideas, por eso también cada uno tiene sus tertulias más
o menos inocuas, conocen de las cámaras que los enfocan continuamente y
de los chivatos que se les acercan para escuchar todo lo que se diga.
En Cuba hacer dinero, sobre todo en un negocio privado y legal, es como
hacer contrarrevolución. Por eso algún que otro librero siente la
terrible espada de Damocles siempre amenazando su vida y su estabilidad. Esto lo
convierte en paranoico. Continuamente se están cuidando de los "provocadores".
Si lo hicieran ilegalmente no tendrían esos problemas, pues estás
más seguro pagándoles a los policías que a los inspectores
e impuestos. Esto sucede en mi edificio, donde con total afabilidad uniformados
y delincuentes se entienden día a día.
Ahora los reyes de la Plaza de Armas son los vendedores de Cohibas falsos y
tabaco en general, tienen controlados sus bancos, abordan a los clientes de los
libreros y su mercancía la tienen escondida en los edificios de alrededor
del parque. No parecen tener tampoco problemas con los polis que los ven y se
hacen los de la vista gorda. Total sólo ganan un promedio de veinte dólares
diarios.
Hoy leyendo unas páginas de Saramago en su bello libro "El año
de la muerte de Ricardo Rin", tuve que alejarme de la Lisboa del 36 y
acercarme a La Habana del 2001.
Los tabaqueros discutían sobre un amigo que ¡al fin! estaba
viviendo en España pero que quería volver porque estaba ilegal en
ese país y se había divorciado de la infeliz ciudadana ibérica
que lo transportó a la península. Decía uno de ellos que
ese fulano era un débil, que él conocía otros que estaban
viviendo bien y "haciendo negocios" en España aunque estaban
ilegales. El cierre de la conversación lo puso uno de ellos al decir que
toda Europa era una mierda, que lo bueno era USA, que allí ningún
cubano estaba ilegal. ¡Y eso que escuchan y ven en la tele las mesas
redondas! El fin de su reunión a mi vera derecha fue correr a buscar un
puro Cohiba "pero que sea de calidad" para regalárselo a aquel
yuma que anda con un cubano medio comemierda que parece que no está en na´.
"Tú verás que el yuma se lo fuma esperando a su amiga y viene
a encargarnos con seguridad una caja".
La policía pasó por su lado cegada por la luz solar. Pienso en
los viejos que venden cigarros al por menor (sueltos) en las esquinas y que si
los coge la policía les impone multas elevadas.
Las campanas del reloj de los capitanes dieron las cinco de la tarde
mientras en el restaurante La Mina un grupo musical tocaba a toda lata "El
cuarto de lula, le cogió candela..."
Hui hacia mi refugio lleno de telarañas en Mercaderes #2 a disfrutar
de esa prosa perfecta de Saramago y a poner música clásica en la
radio.
Ya hoy no iría a la exposición a la que fui invitado y en la
cual exponía escultura y pintura el autor de "Trilogía Sucia
de La Habana". Me hubiera gustado conocerlo.
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