Leer la
prensa cubana
Tania Díaz Castro
LA HABANA, marzo - Leo la prensa cubana cada día. Casi de punta a
cabo. Religiosamente. Pero no creo en ella. Lo hago por costumbre y necesidad;
hasta para reír un poco con las crónicas de González Bello
y algunas cosillas de los discursos habituales.
Porque leyendo la prensa cubana nos damos cuenta de que si fuéramos a
creer en todo lo que dice, tendríamos que admitir que vivimos en el paraíso
terrenal.
Nos damos cuenta a través de la prensa cubana de que aquí todo
anda bien, que apenas hay problemas de difícil solución. Se empeña
la prensa cubana en describir diariamente un país que está muy
lejos de existir: el papel todo lo aguanta.
El domingo pasado, por ejemplo, "Juventud Rebelde" imprimió
dos suculentas páginas comentando el libro "Miami, donde el tiempo
se detuvo", cuyo autor, el colega Luis Báez, quien comenzó
conmigo el periodismo como autodidactas que éramos casi todos, se da el
lujo de jurar y perjurar en entrevistas realizadas a su tocayo Luis Ortega, que
el exilio cubano ha sido un invento de Estados Unidos. ¡Qué Dios los
tenga confesados! Quiere esto decir que los dos millones de cubanos que viven a
noventa millas de Cuba no son seres humanos, sino robots o tal vez el fruto de
clonaciones y no personas desarraigadas que sufren la lejanía de su
patria.
También la prensa cubana repite que Estados Unidos de igual forma
inventó la oposición pacífica, los activistas de derechos
humanos, los partidos que se mantienen ilegales y hasta los periodistas
independientes. Así, también podemos suponer que Estados Unidos
inventó nuestra libreta de racionamiento con productos alimenticios
fantasmagóricos, el "período especial" y su "opción
cero", las 300 cárceles abarrotadas de culpables e inocentes y por
qué no, al mismo sistema inoperante cubano a pesar de su empecinamiento
antiyanqui.
En fin, que según mi amigo Báez, la diáspora judía
también fue un invento de Roma a pesar de que tanto los hebreos como los
cubanos han mantenido su identidad por encima de todo.
Para rematar, me dicen que yo no escribo lo que me manda y ordena mi corazón,
mis ojos y oídos, sino que escribo por el impulso de un robot de
procedencia dudosa.
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