Pesimismo
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo - Son las 2:35 de la madrugada de un miércoles que
comienza muy frío. Me haré un té caliente. De buena
calidad, de Ceylan, y barato, además. La caja de 8 onzas me costó
3.85 dólares en el Restaurante Arabe que está en la calle Oficios
entre Obispo y Obrapía.
Les empecé a escribir a las 10 de la noche, pero llegaron ellos y me
dejaron ahora. No podía hacer otra cosa, pues vinieron a verme desde su
pueblo, que está a 60 kilómetros de La Habana, no deseaba
desairarlos y los atendí. Tienen una buena moto con sidecar que permitirá
que estén dentro de una hora calentitos en su cama.
Yo soy el que tengo frío ahora, estoy muy cansado y me duele mucho la
espalda. Me alivio tomando aspirinas e ibuprofen por paletadas. Suerte que me
regalaron 20 pastillas de este último medicamento ayer. En las farmacias
no los hay. ¿Qué haré cuando se acabe?
A mi alrededor los ratoncitos juegan e inspeccionan el lugar sintiéndose
tan seguros como si yo fuera su padre o su madre. No hay veneno para ratones en
pesos cubanos. ¿Lo habrá en dólares? Las arañas tejen
impunes sus telas a pesar de las fumigaciones periódicas contra el
mosquito Aedes aegypti.
Mi paranoia no me permite sacarme el miedo de dentro. Siempre espero un
golpe sin avisar y terrible de las autoridades cubanas. Ya me sucedió una
vez. Ahora podría repetirse. A veces pienso que un cubano que de una
manera u otra no actúe con la doble moral con la que actúa la
manada restante, y para colmo sea capaz de decir o escribir lo que siente, lo
que piensa, debe estar (algo) loco. Eso pensaron las autoridades cubanas con
muchos presos políticos en el pasado a los que "curaban" a base
de electroshocks como hicieron con Nicolasito Guillén Landrían.
Además, está la Ley 88, la que de serte aplicada puede
llevarte a la cárcel hasta por veinte años. Para colmo de males,
les niegan el permiso de salida del país a aquellos periodistas
independientes que ya tienen visado de U.S.A. o de otros países.
Quizás haya periodistas independientes que se sientan plenos con su
trabajo, y así debe ser, pues son sobre todo valientes en un país
donde nadie es capaz de decir verdades públicamente. Pero yo no me siento
pleno. Sé, como ellos lo saben, que somos monedas de cambio políticamente
hablando. Sé que la fiera está ahí y que cuando se sienta
herida puede ser mortal. Ya hace diez años un conocido me dijo: "El
poder lo cogimos a tiro limpio y a tiros tienen que quitárnoslo. Así
que de cambios y transición nada, o casi nada, pues se pierden retazos de
poder".
Al fin, ¿qué soy yo sino un hombre solo, mayor y con achaques, y
para colmo homosexual? Es verdad que tengo cierta cultura plástica y
literaria y bastante coraje aunque no lo parezca.
Pero vivo inmerso en este pueblo, interesado principalmente en sobrevivir,
que no está apto o no quiere pensar en que las raíces de sus males
están en el sistema político y que quizás como otros
pueblos en situaciones similares tengan miedo al aparato represivo, tanto, que
convierte a una gran parte en delatores. ¿Solidaridad? Sólo enviando
médicos y deportistas hacia otros países.
¿Debo confiar más en los disidentes que conozco? La experiencia
de mi vida en este país me dice que no puedo confiar en nadie. Aunque
obviamente me siento bien cuando estoy entre los compañeros de trabajo
del Grupo Decoro con Manuel Vázquez Portal a la cabeza.
¿Puedo quejarme tanto? No debería, pues soy un privilegiado
dentro de los periodistas independientes, me acaban de publicar un libro: "Crónicas
desde La Habana", en España. Es una compilación de 47
trabajos publicados en su mayoría en CubaNet. Los editores desean que
vaya por un tiempo a transmitirle al público español mi agonía
sartriana sufrida en este maravilloso infierno socialista. Si me permite el
Estado cubano salir de Cuba ¿? desde luego que iré a Madrid y
Zaragoza a infectarles con este virus espiritual.
Me perdonarán ustedes, queridos lectores, esta letanía de
males. Ya tomé mi buen té caliente de Ceylan; tengo menos frío,
pero no menos miedo.
Como ven, sólo les hablé de mis temores, pues los amigos que
estuvieron de visita esta noche, me recordaron a un personaje que bien pudo ser
uno de los mejores agentes cubanos de la inteligencia que me visitó y que
por cierto me enseñó a temer mucho y con razones objetivas. Ya no
está en el archipiélago.
No les conté la anécdota que les tenía preparada y que
bien puede narrarse en pocas líneas. Esta tiene su buena moraleja.
En uno de los municipios de esta Ciudad de La Habana, a principios de los
noventa, el hermano de un amigo mío vivía en concubinato con una
joven mujer negra. Esta no pudo soportar esos años del Período
Especial y dejó a su joven marido por viejos extranjeros que le pagaban
50 dólares por sus favores sexuales. Delia se llama, pues está
vivita y coleando. Cuando ella se equilibró económicamente se
recogió al buen vivir a tal punto que llegó a ser la presidenta
del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de su cuadra. Pero no
todo es felicidad. Se le acabó el dinero y comenzó a jinetear
estando aún en su puesto del CDR. Como la compañera es una negra
joven y de buen ver se empató con un español con el que se casó
en febrero e hizo una boda por todo lo alto en su cuadra, con todos los miembros
de su organización. Se va para la madre Patria en abril. Y colorín
colorado este cuento se ha acabado.
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