El afecto hacia el pueblo cubano impide que la Argentina ignore las
denuncias por violaciones a los derechos humanos y cambie su postura ante la ONU
Emilio Cardenas. Embajador, ex representante de la
Argentina ante la ONU. Clarín
digital, marzo 9, 2001.
El próximo mes, en Ginebra, la Comisión de Derechos Humanos de
la ONU volverá a tratar la cuestión de la "situación
de los derechos humanos en Cuba". Algunas manifestaciones vertidas por
funcionarios de ese país de tono inusualmente despectivo
parecen haber generado alguna confusión en torno a la cuestión.
Por ello, parece oportuno formular estas reflexiones y aportar algunos elementos
para el análisis.
Hay entre las nociones de democracia y derechos humanos vinculación
intrínseca. Porque los últimos están incluidos en la
sustancia misma de la primera. De lo contrario, cualquier definición de
democracia se agotaría en el plano de lo institucional.
La democracia nace en la gente y está siempre a su
servicio. Supone el control, por los ciudadanos, de los asuntos colectivos. Para
lo cual, poder opinar y disentir libremente es indispensable. Y porque, además,
postula la igualdad entre los ciudadanos. Por ello, no hay democracia cuando una
parte de la ciudadanía es silenciada.
Sin las libertades de expresión, conciencia, asamblea, movimiento y
opinión, el pueblo no puede expresarse como lo exige el esquema básico
de la democracia. En el totalitarismo, en cambio, los individuos deben
subordinarse a los requerimientos del Estado. Las instituciones, por su parte,
no están diseñadas para defender a los ciudadanos sino para
asegurar el cumplimiento de los objetivos del Estado. Incluyendo en ello a la
Justicia misma.
El disenso no se tolera. No importa si está originado en diferencias étnicas,
religiosas, culturales o políticas.
Según algunos, en la Comisión de DD.HH. se trata de "condenar"
a Cuba por lo que ocurre en su seno en mate ria de libertades individuales. No
obstante, la lectura de la resolución aprobada por el organismo el año
pasado muestra que ello no es así, atento a que no contiene "condena",
limitándose tan sólo a "exhortar" a ese país.
Clarísimo
Ambas nociones son absolutamente distintas. "Condenar" es, en
esto, reprobar una conducta. "Exhortar", en cambio, es incitar a que
se haga alguna cosa amistosamente.
Esa es la resolución que la Argentina votó a favor (como
otros) por fundamentos que pueden sintetizarse en la visión chilena de la
cuestión, cuando su delegación señaló que, pese al
aislamiento al que se vio sometida Cuba, "no creemos se justifique la
restricción de los Derechos Civiles y Políticos de sus habitantes,
especialmente la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la
libertad de asociación y la de reunión, ni menos la persecución
de la disidencia al gobierno". Clarísimo.
Resolución que exhortó a Cuba a adherirse a los instrumentos
internacionales de protección de los derechos humanos, de los que aún
Cuba no es parte. Pero que además, y entre otras cosas, permita la visita
de los relatores especiales de la Comisión, quienes con sus
informes aportarían seguramente más luz sobre la cuestión
desde un plano independiente.
Al no existir esos informes, porque no se materializaron ni las invitaciones
ni las visitas para generarlos, cabe recurrir a la información contenida
en los documentos específicos de las Organizaciones No Gubernamentales
que siguen de cerca el tema. Y, de no haberse producido modificaciones en la
situación real anterior, parece difícil pensar en cambiar seriamente
de posición. Más allá de las simpatías. Y de la retórica
de contenido político. Porque así lo impone la amistad
particularmente entrañable que los argentinos sentimos por el pueblo de
Cuba.
Veamos qué dicen las más respetadas.
Amnesty International denuncia la persecución de la oposición,
los disidentes, periodistas y hasta de los propios defensores de los derechos
humanos que existen en Cuba. E informa que cientos de personas están en
prisión por delitos de orden político o son prisioneros "de
conciencia". A todo ello agrega su preocupación por el uso de
legislación "mordaza" para castigar las opiniones diferentes a
las oficiales y por la recurrencia a la pena de muerte y a la tortura.
Human Rights Watch, por su parte, informa que las prácticas del
gobierno cubano en este ámbito fueron, el año pasado, "generalmente
arbitrarias y represivas". Y estuvieron amparadas por la estructura legal e
institucional doméstica, que restringe la libertad de expresión y
las de asociación, movimiento y de prensa. En esto, incluye a los
tribunales, que recuerda son controlados por el gobierno. Por último,
también expresa su preocupación por el uso reiterado de la pena de
muerte.
Finalmente, el informe correspondiente a este año producido por la
Sociedad Interamericana de Prensa se pronuncia en idéntico sentido. En
efecto, señala que el Gobierno "continúa con la misma línea
dura de control sobre la prensa y los informadores independientes". Y
describe con detalle el arresto y expulsión de corresponsales
extranjeros; la represión y hostigamiento sufridos por el periodismo
alternativo o no alineado; así como las presiones sufridas por los últimos.
Al no existir informe alguno emanado de la misma ONU, los precedentes de las
ONG referidas adquieren una relevancia que, de otra manera, sería
bastante menor.
La situación interna de Cuba en materia de derechos humanos, por lo
visto, no parece haberse alterado demasiado el año pasado.
Lamentablemente. Por esto, no hay espacio para que nuestro país modifique
su pronunciamiento sobre el tema. Con independencia de las especulaciones
relativas a la nueva conformación de la Comisión. Y más allá
de las amenazas o comentarios que puedan recibirse de quienes admitieron haber
intervenido activamente en nuestros asuntos internos. Con perfiles de violencia.
De allí que cabe esperar, el mes que viene, un pronunciamiento en
favor de una nueva exhortación (lo que, como hemos visto, no es sinónimo
de condena) para que en Cuba se amplíe el margen de las libertades
individuales y garantice la plena vigencia de los derechos humanos. Porque esto
es, seguramente, lo que la mayoría de los argentinos aspira respecto de
un pueblo cercano a nuestro corazón, al que nos une una particular relación
de afecto.
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