Sebastian Arcos Cazabon. Publicado el miércoles, 7
de marzo de 2001 en El Nuevo Herald
Dicen que todo lo que sucede conviene. Tuvo que pasar Elián con su
estela de angustia y frustración para que los exiliados cubanos comprendiésemos
cuán mala era nuestra imagen dentro y fuera de Estados Unidos, para que
descubriésemos cuán vulnerables somos a los estereotipos. En
aquellos días aciagos, muchos nos preguntábamos cómo era
posible que fuera tan fácil denigrar a una comunidad trabajadora y
respetuosa de las leyes como la nuestra.
Hay al menos tres razones que explican nuestra mala imagen. La primera es
que en La Habana hay un señor que, con todo el poder del estado cubano a
su disposición, lleva más de 40 años pintándonos
como una masa de blanquitos-racistas-burgueses-
resentidos-intolerantes-terroristas- narcotraficantes-corruptos-mafiosos-etc. En
realidad --en un caso clínico de proyección típico de su
personalidad narcisista-- el dictador sólo nos está endilgando sus
propios defectos, pero como buen discípulo de Goebbels, Castro sabe que
una mentira repetida persistentemente llega a convertirse en realidad.
La segunda razón es que siempre habrá gente, sea por
ignorancia o por inclinación ideológica, dispuesta a creer lo que
el dictador dice. Los medios de comunicación masiva --permeados por el
detestable postmodernismo-- son particularmente vulnerables debido a una general
falta de profesionalismo que los lleva a repetir estereotipos y publicar sólo
temas "controversiales''. Un exilio trabajador y variopinto en sus
opiniones políticas es muy aburrido; uno revoltoso y monolítico en
su intolerancia vende más periódicos.
La tercera razón, y la más importante, somos nosotros mismos.
En 40 años no hemos sabido vender nuestra imagen real de víctimas-despojados-
desterrados-trabajadores exitosos- buenos ciudadanos-demócratas. Y no sólo
no hemos sabido vendernos, sino que regularmente reforzamos --voluntaria o
involuntariamente-- la imagen negativa que de nosotros vende el dictador.
En una cosa tiene razón el régimen cubano; la nuestra es una
guerra de ideas, y la guerra de ideas no la gana el más macho, sino el más
inteligente. Hasta ahora, los exiliados hemos peleado con más pasión
que inteligencia, y desafortunadamente, tener la razón no es suficiente.
La guerra de ideas sólo se gana demostrando que somos mejores que el
enemigo, día a día, todos los días.
Donde el dictador es intolerante, nosotros debemos ser tolerantes; donde el
dictador es violento, nosotros debemos ser pacíficos, donde el dictador
grita, nosotros debemos razonar. No sólo es lo correcto, sino que además
es lo conveniente.
No hacemos nada con quejarnos de la prensa; tenemos que aprender a lidiar
con ella bajos sus propias condiciones. De nada vale hablar de una "conspiración
internacional'' que sólo nos hace lucir paranoicos. No basta con ser
buenos ciudadanos la mayor parte del tiempo, hay que serlo todo el tiempo. Los
exiliados tenemos que ser como la mujer del César, que no sólo
debe ser casta, sino también parecerlo. Y no se trata solamente de
nuestros líderes. Cada uno de nosotros es responsable por la imagen
colectiva. Cada cosa que hacemos cada día de nuestras vidas beneficia o
perjudica nuestra imagen colectiva.
Por las calles de Miami se pasean ex esbirros de Batista y de Castro; por la
radio se escuchan voces que defienden a la dictadura; los "maceítos''
organizan marchas y escriben cartas al Herald; la generosidad del exilio da de
comer a la mitad de los cubanos de la isla. ¿Prueba de que el exilio se
debilita? No, prueba de que en la práctica, en privado, los exiliados
somos mejores que el dictador. Eso que ya hacemos en privado tenemos que ponerlo
ante las cámaras de televisión. Nuestra aparente debilidad es
precisamente nuestra mayor fuerza.
En realidad, los exiliados debiéramos preocuparnos más por los
anticastristas furibundos entre nosotros que por los que abiertamente defienden
al dictador. El que crea que exagero lo refiero al juicio contra los espías
de la Red Avispa, o al artículo de Pablo Alfonso sobre Elizardo el Bueno
San Pedro Marín publicado el pasado 25 de febrero. En la guerra ideológica,
hace más daño un radical de derecha que diez de izquierda.
Es por eso que aplaudo la gestión de varios de nuestros líderes
comunitarios --en particular de Jorge Mas Santos-- para traer los Grammy Latinos
a Miami. Este es el tipo de iniciativa que pone nuestras virtudes, nuestra
superioridad moral, ante los ojos de todos. ¿Que vienen los Van Van? Pues
que vengan.
No hay mejor lección de superioridad moral que defender para el prójimo
el derecho que el prójimo nos niega a nosotros. Y si alguien quiere
protestar, que lo haga, que derecho tiene, pero con moderación por favor,
que los actos de repudio llevan el sello indeleble de la dictadura.
arcoss@fiu.edu
© El Nuevo Herald
Copyright 2001 El Nuevo Herald |