La batalla
de ideas: ¿contra quién es?
Lázaro Raúl González, CPI
PINAR DEL RIO, marzo - En los últimos quince meses los cubanos hemos
estado a punto de marearnos de tanto oír hablar de "la batalla de
ideas", la que es reportada por los medios de prensa oficiales como un
hecho tan real como Ayacucho. Contienda sobre la que hacen constante mención
y en la cual estamos implicados todos.
Oficialmente la quijotesca trifulca comenzó a fines del año
1999 a raíz de la lucha por la devolución del niño Elián
González, en aquel entonces retenido en Miami, cuando millones de cubanos
desfilaron por las plazas del país. Este es el cuerpo de uno de los
contendientes.
Lo que no es tan precisable, sin embargo, es la identidad del otro. Es
decir, del enemigo contra el cual se da aquí la batalla. Porque el niñito
Elián fue devuelto hace tiempo ya y los "bembé"
propagandísticos -llamados oficialmente tribuna abierta, mesa redonda,
congreso, mitín, desfile, marchas combatientes y contramarchas- todos
alaridos uniformemente reiterados, continúan como un rosario
interminable.
Alguien podría suponer que toda esta agitación política,
bajo la pretenciosa advocación de una batalla de ideas, estaría
promovida por el oficialismo cubano en contra de sus proclamados y preferidos
enemigos: los americanos, los yanquis terribles de allá, del norte.
Pero bien sabemos los cubanos cuán dudosa es esta tesis. Aquí
vienen americanos de toda laya. Senadores, banqueros, empresarios, directivos...
tiburones todos ellos del más puro capitalismo político
estadounidense, y son recibidos y agasajados por el gobierno cubano con todos
los "hierros", es decir a golpe de caviar y champagne.
De modo que hay que concluir que probablemente no sean los americanos el
enemigo contra el que se da la famosa batalla de ideas en Cuba.
Ni los son los españoles, los checos, los salvadoreños o los
argentinos porque con ellos sólo hubo episodios circunstanciales, meros
zafarranchos.
Tampoco es probable que seamos los disidentes los enemigos a derrotar en la
batalla de ideas, pues el oficialismo nos considera cuatro gatos desalmados,
infecundos e impotentes.
¿Serán acaso la democracia y el pluralismo, enervantes para los
sistemas totalitarios, o la globalización y el liberalismo? ¿Serán
estas realidades el enemigo?
En realidad esto no parece una urgencia aquí, pues Cuba está a
muy buen recaudo de esos aires libertarios. Estamos mejor fortificados que una
plaza inexpugnable, más enclaustrados que el polvo que yace en el fondo
de una cripta.
Pero si no es contra los americanos, los españoles, los argentinos,
los salvadoreños, los checos, los disidentes, la globalización o
el pluralismo, ¿contra quién es entonces la batalla de ideas en la
que a diario y con tesón supuestamente se bate el pueblo cubano?
Pues muy probablemente contra el propio pueblo de Cuba, o por lo menos
contra el desaliento, el escepticismo y el aburrimiento imperante en vastos
sectores de la sociedad.
Esa dinámica de batalla perpetua pretende, a través de una
catarsis colectiva, la confusión de los planos posibles: lo real se torna
imposible y lo imaginario es trocado en hecho. Estos shows de propaganda política
rinden otro importante dividendo: el individuo no cuenta, porque rigen las
masas.
Sí, probablemente, la tan llevada y traída batalla de ideas
contra un enemigo no identificado no es más que una maquiavélica
estrategia por la que se intenta ahogar al pez en el agua. Dura batalla.
Pero, ya se sabe que además de Ayacuchos también hubo
Waterloos.
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