¿Y si
no es gallego?
Pedro Crespo, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo - Chino, mira pa´ca... ¡Anda, papi...! ¿Será
sordo, chica?
- Es que está entretenido... ¿Te fijaste lo blanco que está?
Parece que no coge sol.
- Tiene tipo de italiano, o de gallego.
- Mira, mira, mira, parece que va a comprar una botella de vino...
- ¿No te lo dije?; ése tiene que ser gallego, porque a los
gallegos les gusta mucho el vino...
- Y... ¿A ustedes qué les pasa?
- Nada, chica, vacilando al paisa ese...
- ¿Al que está allí?
- Si lleva una hora escogiendo lo que va a llevarse y no se decide.
- ¡Te lo dije, ése tiene que ser español! Esa gente es
tacañaaaaaaa... y si no es gallego.
- Bueno, si no entiende el español le podemos decir cualquier
barbaridad que nos va a entender.
- ¡Muchachitas, ustedes se la juegan! ¡Mira que si viene Julián
y nos coge en esto... la vamos a pasar muy mal!
- ¡Bah, déjate de boberías, que Julián no está
puesto pa'ldaño!
- Conmigo que no se tire, porque el otro día lo vi en un pase que...
si hablo... No, no, él no está loco.
La más delgada de las tres dependientas avanzó unos pasos
hasta quedar muy cerca del hombre que se encontraba frente al anaquel de las
bebidas en la céntrica tienda por departamentos.
- Papito, decídete.
El hombre no pareció escuchar. Siguió observando las botellas
de bebida. Era de tez blanca, muy blanca. Vestía un short y,
evidentemente, se trataba de un turista.
La mujer se volteó hacia las otras que la observaban, hizo una mueca
de fastidio y cuestionó:
- ¿Este es sordo o habla otro idioma? Apoyó una de sus manos en
la estantería y la otra la llevó a la cintura luego de alisarse su
larga cabellera.
El hombre se decidió por una de las bebidas, tomó entre sus
manos la botella y se dirigió a la caja para pagar el importe de la
misma. La que estaba junto a él le siguió y ambos se detuvieron
frente a la caja contadora. Las otras a cada lado de la cajera.
- ¿La va a llevar? Preguntó la cajera apoyando con un gesto las
palabras.
El turista, luego de mascullar algo, asintió con la cabeza.
La cajera le mostró el precio indicado en la etiqueta. Luego, con
habilidad, el cliente extranjero se levantó el pulóver y se zafó
una reluciente faja, oculta hasta ahora a miradas indiscretas, bajo el short,
donde guardaba el dinero. El panal de las tenderas se alborotó.
Una de ellas se llevó la mano a la frente y se golpeó
fuertemente con el puño cerrado al tiempo que hizo un gesto con el cuerpo
y exclamó. - ¡Mi madre... qué paquete de toletones!
Ya era evidente que el turista no conocía el idioma español.
Miró atónito las contorsiones de la joven muchacha y siguió
escrutando en su faja en busca del importe de la botella de bebida.
- Niña, contrólate, que se va a dar cuenta.
- Deja eso, chica, éste no entiende na´de na´.
- Vamos, vamos, muchachitas, váyanse de aquí que me van a
buscar un problema. Imploraba la cajera asustada.
- Papito, yo no sé si eres italiano, gallego, musulmán -lo
dijo, no es cuento- pero a tí lo que te hace falta es una viejita como
yo. Le susurraba la delgatida casi al oído del cliente.
El hombre terminó de pagar, se ajustó nuevamente la faja a la
cintura ocultándola cuidadosamente, y abandonó el departamento con
su compra bajo el brazo.
Yo tenía tiempo. Robaba un poco de aire acondicionado en La Epoca,
alimentando mis ojos con lo bueno, regular y malo que nos encontramos cada día.
Salí triste, pidiéndole a Dios que aquello no fuera el común
denominador y dándole gracias por hablar español.
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