Bajo techo
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - Vivir en Cuba es como habitar una casa de pigmeos. Se
anda siempre a gatas. No hay manera de erguirse sin chocar con el techo. Nunca
se había visto un país con tan baja cobija. Anda a rastras el médico
que sabe que nunca podrá librarse de un salario estatal mísero,
anda a cuatro patas el cuentapropista que sabe nunca podrá ampliar su
timbiriche, anda encorvado el taxista privado que sabe nunca podrá
renovar su automóvil, anda como jibado el administrador que se sabe ajeno
todo lo que administra.
Sabe muy bien el gobierno que un hombre con independencia económica
crece y crea otra forma de gobierno, que es muy difícil de doblegar a
quien se basta a sí mismo para solucionar su vida, que la iniciativa
individual es la madre de la pluralidad y la participación colectiva. Por
ello no permite la independencia económica ni el crecimiento individual.
Todo lo rige desde una posición paternalista que crea en la población
la falsa sensación de que sin el gobierno no existen soluciones.
La gente se enaniza de tal modo que siempre anda pidiendo ayuda. Si su casa
se deteriora, allá va donde el representante del gobierno para que, a muy
largo plazo, éste le conceda los materiales para la reparación. Si
su hijo se enferma, allá va a donde otros asalariados del gobierno para
que sanen los males que aquejan al muchacho. Si requiere un empleo, allá
va donde el gobierno decida que necesita su trabajo. El gobierno es el único
repartidor de las bonanzas, bienestares, alegrías. El gobierno es el papá
obsequioso. El hombre, el niño agradecido que nunca crece ni se rebela
contra quien todo lo propicia. Esa dependencia no lo deja crecer. Y es que la
casa donde vive fue diseñada de antemano para que siempre anduviera a
gatas.
Andar siempre a ras de suelo hace parecer que el gobierno es un gigante.
Desde esa postura nadie se atreve a desligarse del coloso, cree que quedaría
desamparado, al garete. Y es entonces que el gobierno aprovecha esa creencia
para mostrarse dadivoso y severo al mismo tiempo. Regalador para quien acate su
poderío, triturador para quien lo desafíe. El bajo techo se
mantiene inamovible y para librarse de él el único camino es
abandonar la casa.
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