Político
a la fuerza
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - En cualquier país del mundo usted puede
desentenderse de la política. Ser médico y dedicarse por entero a
la medicina. Ser agrónomo y consagrarse al estudio de la agricultura. Ser
numismático y entregarse en cuerpo y alma a la colección y análisis
de las moneditas. En Cuba no. En Cuba tiene que ser médico y cederista,
agrónomo y miliciano, numismático e informante de la policía.
No hay alternativa. Te enrolas en política o no puedes ser ni obrero. Aquí
no pueden existir indiferentes.
Desde que se inician los estudios en la escuela primaria te atan al cuello
una pañoleta como símbolo de participación política
y amarrado por ese dogal transitas la vida hasta la muerte. La única vía
de ascenso social es ser buen pionero, buen militante de la juventud comunista,
buen militante del partido. Según sean tus méritos políticos
así serán los peldaños que subas en la escala social. Cuba
es sólo para los que aprenden desde niños el arte de las
consignas, los discursos y los aplausos.
No es nunca el mejor pintor el presidente de las asociaciones de artistas,
no es nunca el mejor médico el director de un hospital, no es nunca el
mejor agrónomo el ministro de Agricultura. Los avales no son nunca estéticos,
académicos o científicos, sino políticos. Hay que acumular
desde la infancia suficientes méritos políticos para ser luego un
hombre de éxito. Y entiéndase como méritos políticos
aquellos que apoyan irrestrictamente los postulados del castrocomunismo.
Cualquier otra inclinación política te convierte en escoria,
inmunda alimaña, vendepatria, mercenario. Aquí cuando se habla de
política, se habla de aceptar lo impuesto por el gobierno única y
exclusivamente.
Mientras en el mundo usted puede militar en aquella tendencia política
que le agrade, que se avenga con sus referencias, que se ajuste a sus
principios, en Cuba tiene una sola opción.
En Cuba un opositor no padece un período de cuatro u ocho años
ni tiene que exiliarse por uno o dos períodos presidenciales. Padece toda
la vida y su exilio es interminable.
Frente a esa escasez de elección el ciudadano ha asumido el
travestismo político como mal menor. Se viste de cederista, se viste de
miliciano, se viste de comunista y en el closet de su corazón guarda
celosamente los trajes que usa en la intimidad de su conciencia.
Nadie es político a la fuerza aunque tenga que disfrazarse para
sobrevivir.
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