CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de junio, 2001


En Tarará arde una caldera del Diablo

Reinaldo Cosano Alén

LA HABANA, junio - Enfrente, la suntuosa inmobiliaria y villa turística Tarará a expensas de las casas confiscadas, que años atrás acogió una gigantesca ciudad de pioneros sacrificada en aras de la captación de dólares.

A pocos metros -basta brincar la Vía Blanca- aparece un caserío de gente muy pobre. Muchas de sus casuchas bordean una gran furnia resultante de la extracción de relleno para las calles de Santa María del Mar y para la construcción cuando casi cien años antes se fomentó la urbanización de las playas del este capitalino. Era la cantera de caliza de la familia Molina, que emigró a Estados Unidos cuando la hecatombe del primero de enero de 1959.

Abandonada por muchos años, la sabia naturaleza se autorecuperó, convirtiendo el enorme hueco en rústico y hermosísimo lugar, tanto que fue escogido por la cinematografía cubana para filmar muchas escenas de películas, entre ellas "¡Tierra o Sangre!"

Sin sanar aún por completo las heridas de la tierra le sobrevino una gran desgracia ecológica: fue escogido como vertedero contaminante del subsuelo, suelo y aire, por alguien con suficiente poder de decisión y gran ignorancia de la naturaleza, situado a algo más de mil metros del mar y rozando un hermoso río que forma en la desembocadura una ensenada en la que se asienta precisamente una marina deportiva turística.

Por presión pública y por alerta científica después, sólo se autorizó a lanzar al descomunal hueco escombros y podas de árboles. Hay situados vigilantes para evitar que sean situados desechos perniciosos no autorizados, como neumáticos de automóviles, pero cuentan vecinos que se hacen de la vista gorda -demasiado gorda- y permiten estas descargas, que les dará la oportunidad de entresacar las gomas menos deterioradas, que siempre encuentran mercado dada la escasez y los altos precios.

En otras ocasiones los vertimientos son de manufacturas en mal estado o con fechas vencidas. Gente necesitada e ignorante las adquirirá a precio de ganga o porque el propio vigilante, obsequioso, les dará entrada. La mercancía puede incluir carne descompuesta, que bien sazonada y cocinada no sabrá tan mal, dicen.

También dicen que son secretos a voces de los que conoce Celestrín, encargado municipal del vertedero tan mal usado.

Pero lo que más indigna al vecindario es cuando alguien por negligencia o maldad da fuego al vertedero, cuando arde la caldera del Diablo.

El humo molesta al extremo del desespero y la asfixia. Llaman a los bomberos. A veces ni van o no bastan para apagar tal cantidad de materia orgánica y altamente inflamable como los neumáticos de auto. Claro, eso sí, tanto humo ahuyenta las nubes de moscas desalojadas de su paraje terrenal, que entonces encuentran acogida en la bodega y carnicería próximas. Viven allí cuatro personas asmáticas, entre ellas dos niños, y en este momento otro menor y un adulto tienen neumonía. Imaginemos a éstos, y a todos los del lugar, cuando el Diablo sopla y envía chorros de permanente humo a sus infelices hogares.

Vecinos cuentan que existió cerca una unidad militar que fue desactivada y que en las entrañas de las colinas circundantes un laberinto de túneles excavados constituía depósitos de explosivos que podían estallar por lo que bomberos y jóvenes reclutas acudían con rapidez a extinguir el fuego.

Aunque los vecinos ya no residen sobre un barril de pólvora, añoran aquella protección contra la candela y su siempre acompañante, el denso humo que hace del día noche.

Ninguno sabe ya a quién quejarse o qué hacer para que sea desactivado el basurero. A estos ciudadanos tratados como de ínfima categoría sólo les queda lamentar su desgracia. También la tierra, mutilada.


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