Agustin Tamargo. El
Nuevo Herald. Domingo 24
Leo en un periódico que un hombre ha sido condenado en La Habana a
dos años de cárcel. Dos años de cárcel le imponen
en cualquier parte a cualquier hombre por asaltar, robar o herir a un ser
indefenso. Pero este hombre de La Habana ni robó, ni asaltó, ni
hirió a nadie. ¿Por qué entonces un tribunal le impone esa
pena? Por esto: por escribir un artículo denunciando una arbitrariedad de
la policía.
El que lee esta noticia y no se vuelve loco es porque ya lo está.
Pues bien, como ésa, increíble, absurda, totalmente surrealista,
son casi todas las noticias que salen de Cuba. Ese país donde Rangel,
Serrano y Dodd nos aseguran que está instalado un régimen
revolucionario dedicado las 24 horas del día a hacerle el bien al pueblo
y a cambiar el destino histórico de América Latina.
Yo tomaría el periódico donde se publica esta noticia, se la
pondría delante de las narices a García Márquez, o alguna
otra de las muchas figuras prominentes que aquí o allá todavía
defienden el régimen de Cuba y reclaman para él respetabilidad, y
le diría así: Dame tu opinión sincera, sin mirar por encima
del hombro a ver si te escucha un policía. Dame tu opinión y dime:
¿qué cosa es esto? ¿No es pura barbarie? ¿No es, más
que una violación de los derechos humanos de ese hombre, una aberración
política y moral, una monstruosidad jurídica que no había
cometido antes en América ningún cafre, ni siquiera Trujillo?
Entonces dime: ¿y por qué tú no lo denuncias? ¿Y por qué
tú no dices al mundo, desde tu plataforma de inmensa fama, que un sistema
capaz de envilecer de tal modo a un juez, a un fiscal, a unos testigos y a un
pueblo entero que contempla a diario monstruosidades como ésta no es un
sistema, ni una revolución, ni siquiera una dictadura militar, sino el
producto de las aberraciones morales de un hombre transmitidas como enfermedad
contagiosa a varias generaciones de seres humanos? ¿Por qué tú,
que tienes celebridad, y que te oyen, no gritas ante el mundo contra este crimen
y reclamas ante él el implacable castigo que merece?
Sí, ya sé. Ha habido en Cuba antes, desde hace décadas,
otros crímenes, contra la carne y el alma de los hombres, contra la
sacrosanta unidad de las familias cubanas, y tú has callado, García
Márquez. Pero esta vez es un crimen contra un derecho que durante tu vida
entera tú has defendido: la libertad de expresión. Este hombre no
es un criminal, no es un ratero, no es un traidor a su nación: es en
medio de su modestia, un periodista, un escritor público, como tú,
García Márquez. ¿Por qué entonces callas? ¿Por qué
entonces comes, bebes, vives y disfrutas en esa linda Habana donde ha sido
condenado este hombre, y duermes después a pierna suelta sin que te
atormente la conciencia? ¿Será que has perdido esa conciencia, García
Márquez? ¿Será que tú, como todos los hipócritas,
según nos dice el Libro, ves la paja en el ojo ajeno pero no la viga en
el tuyo? ¿Será que tu alma de escritor y de ser humano se ha podrido
de tanto cohabitar en la cueva del monstruo, respirando el aliento venenoso de
ese monstruo?
García Márquez no contestará. No contestará
porque no puede, y porque yo no soy nadie para reclamarle esa vigilia de
conciencia, que otros antes que yo y con más autoridad que yo le han
reclamado y él ha desoído. Pero así y todo yo he querido
citarlo hoy al referirme a este hecho porque eran estos hechos, a veces hasta
menos malignos, los que hicieron de él una vez un hombre de izquierda, un
paladín de la justicia para los indefensos, un símbolo del
intelecto en pie, una trinchera moral de los desposeídos.No. García
Márquez no responderá, y mucho menos echará el peso de su
influencia a favor de este cubano infeliz que se llama José González
Bridón y que es además de periodista un activista del sindicalismo
libre. No responderá él, ni otros como él, mentes vendidas
o alquiladas, cultura al servicio de un régimen anticultural por
excelencia.
En otros tiempos americanos era diferente. En los días de Uslar
Pietri, de Picón Salas, de Jorge Mañach, de Germán
Arciniegas, y aún más atrás, en los de Sarmiento, de
Montalvo y de Martí, los escritores eran, antes que escritores, hombres,
y el que pisoteaba la justicia, el que atropellaba a otros hombres, aun
desconocidos, se las tenía que ver de inmediato con el fuego de sus
plumas y el estilete de su palabra. Hoy no. Hoy vivimos en la hora de la
comadrería izquierdizante y confusa, en la época turbia en que un
ser humano es juzgado no por lo que hace sino por lo que piensa y cree, y el
resto calla. Hoy estamos en el tiempo triste en que un ciudadano dice su verdad,
lo llevan a la cárcel por decir esa verdad, y se pudre en ella porque no
tiene fama, porque no es nadie. Y cuando no se es nadie no se tiene derecho a
que los hombres célebres se ocupen de uno.Bolívar tenía
esto en su mente seguramente cuando dijo una vez: "La inteligencia sin
probidad es un azote''. |