Luis Aguilar León.
El Nuevo Herald. Domingo 24
A Fidel Castro Ruz:
Sabemos muy bien, comandante, que corren por Cuba turbios rumores sobre su
salud; que en ciertas ocasiones su hermano Raúl ha mencionado enigmáticamente
la necesidad de "arreglar'' asuntos antes de que usted muera; y que el otro
día las cámaras del Canal 51 lo mostraron a usted en una tribuna pública
balbuceando confusiones, traspapelando las hojas de su discurso y sembrando un
temeroso asombro en el público. Significativamente, las cámaras se
apresuraron a desviar su enfoque hacia el paisaje. Por otra parte, las noticias
internacionales no pudieron ser peores. Los ricos del Club de París le
negaron todo crédito al gobierno cubano y los brasileros se fueron de
Cuba sin encontrar petróleo.
Pero ocurre, comandante, que los cubanos conocen su engañosa
capacidad histriónica, lo bien que usted se hizo pasar por un héroe
democrático mientras imponía una larga y férrea dictadura;
los golpes de pecho que se dio cuando juraba no ser comunista, mientras
atornillaba la población a los caducos preceptos del marxismo; su brutal
manera de culpar siempre a otros (el imperialismo es responsable hasta de los
ciclones) por todos los fracasos que usted mismo genera; y la insistencia con la
que aún grita, después de hundir a su pueblo en la miseria y
detener el progreso del continente alentando guerrillas, que usted es el noble
defensor de los pobres. Es por eso, comandante, que nosotros no acabamos de
creer, o quién sabe si no queremos creer, que usted padece de Alzheimer,
ni queremos aceptar que usted está cada vez más cerca del
desmantelamiento mental.
Pensamos que el apretón de la realidad cubana en torno a su cuello es
lo que le ha dado ese aspecto de viajero espacial deteriorado. Todos los
recursos se han agotado. Y usted, el viejo mago que destellaba trucos sobre el "luminoso
porvenir de Cuba'', no tiene ya nada que ofrecer.Si se tratara de un problema de
salud, créame que estaríamos dispuestos a enviarle gratis a
cuatrocientos médicos de Miami, cargados de medicinas, para devolverle la
capacidad de ver lo que está ocurriendo en torno suyo. Porque ya más
y más gente, incluyendo a altos oficiales de las fuerzas armadas, se han
dado cuenta de que usted no es más que un uniforme vacío. Y es ese
cambio en torno suyo el que quisiéramos que usted viera.
Porque lo que sí sería lamentable para muchos cubanos sería
que después de fusilar a cientos de compatriotas, liquidar la zafra y
sembrar la miseria en el campo, construir sombrías prisiones donde sufren
y mueren innumerables cubanos por el delito de disentir, llevar a la muerte a
miles de cubanos en Angola o en el mar que rodea la isla, usted se enferme, se
le nuble la mente y parta hacia el final sin recordar lo que ha hecho.
Lo justo, comandante, sería que usted tuviera que enfrentarse a sus víctimas,
no para que lo arrojen a un calabozo sin juicio, como usted ha hecho con
Vladimiro Roca y con cientos de otros prisioneros, sino para darle la
oportunidad de que se defienda frente al magno coro que le va a demostrar la
honda catástrofe que en todos los niveles de Cuba ha producido su
implacable carácter.
¿Se trata de venganza? Puede ser que en esa voluntad de justicia haya
un hálito de venganza, pero se trata básicamente de justicia. Los
juicios de Nuremberg y los celebrados en los Balcanes no fueron motivados por
venganza, sino por la necesidad de castigar a quienes como Pol Pot, el verdugo
de Cambodia, se escapan de su país o mueren misteriosamente rápidos,
como a urgencia de sus cómplices que quieren liberarse de toda
responsabilidad en los crímenes.
Ese anhelo de balancear el castigo con el crimen es, posiblemente, una de
las razones que le dio vida al concepto del infierno. Para muchos mortales, una
persona que ha asesinado o torturado a cientos de seres humanos no puede pagar
toda su culpa en esta vida. Frente a la maldad impune, frente a individuos que
rebasan todos los límites del crimen, es difícil aceptar que su
muerte rápida y sin mucho sufrimiento sea el final de todo. Para esos
creyentes, hay un infierno con castigos eternos.
Objetivamente hablando, es cierto que usted no está clasificado entre
esos grandes monstruos, comandante. Pero sí está de lleno entre
los pequeños monstruos. Obviamente, ya usted está cerca de su
final y de que sobre usted se desplome su fracaso. Pero aun así, si pudiéramos
ayudar a que usted recupere un mínimo de luz y esté algo alerta,
créame que lo haríamos. Lo que no deseamos es que se fugue a través
de un problema mental. No, comandante, aprenda cuántas provincias hay en
Cuba y el nombre completo de Ciego de Avila. Alértese, asimile y sufra el
desastre que lo rodea y no nos deje como única opción la del
infierno. |