¿Aire
limpio?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - Una buena nueva, quizás no tan verídica, es
la aparición en la Cuba de los 90, y del presente milenio, de una
voluntad ecológica por parte del gobierno de Fidel Castro. Nicholas
Remple, a la altura de 1997 un funcionario del Programa de Naciones Unidas para
el Medio Ambiente (PNUMA), calificó a ésta como una "tendencia
a lo verde". Algo pasa, al menos en el mundo de las declaraciones, los
programas, los cabildeos, pues Cuba ha sido seleccionada como país para
celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, lo cual es todo un dato.
Una voluntad ecológica significa muchas acciones, que van desde la
promoción de una cultura de cuidado de la naturaleza, hasta la existencia
efectiva de una similar en la producción de la caña de azúcar,
principal agroindustria del país. Por lo pronto, los resultados admitidos
para la presente cosecha evidencian una pérdida casi absoluta de esa
cultura productiva. Más de 750 mil hectáreas con problemas de
riego y drenaje, según el último reporte oficial, además de
absurdas violaciones de las normas técnicas para la siembra de caña,
reconocidas por los especialistas más prestigiosos de la nación,
son indicios de hasta dónde existe en Cuba una verdadera voluntad ecológica,
entendida como pacto entre el hombre y la naturaleza.
Uno de los índices ecológicos fundamentales tiene que ver con
la calidad del aire que se respira. "Aire limpio", parece lógica
demanda de quienes a diario, en la isla, ven brotar de las chimeneas
industriales ciertas columnas de agresivo humo negro. No existe un motociclista
habanero sin quejas referidas a la calidad del aire que choca con su vehículo.
Se sale a la calle vestido de blanco, y se regresa de color gris.
En las condiciones de la censura cubana, parece notoriamente difícil,
para el ciudadano común, hallar reportes fieles sobre la calidad del aire
que respira. No obstante, algunos índices permiten formular hipótesis
de una mayor contaminación ambiental. Un aire más limpio debe de
relacionarse con una presencia menor de factores alergenos, y con una menor
incidencia de enfermedades de enfermedades respiratorias agudas como el asma, aún
cuando dichas enfermedades sean influidas, en el caso isleño, por una
presencia acusada del tabaquismo, satirizado en una caricatura de prensa por
medio de un fumador empedernido, a quien se le imputa contaminar el ambiente; en
un segundo plano, las chimeneas de las industrias hacen de las suyas.
Si se acepta como índice una relación inversamente
proporcional entre calidad del aire e incidencia de enfermedades respiratorias
agudas, la respuesta a la pregunta de cuál calidad tiene aquél es
simple: cada vez peor. Durante el quinquenio 1981-85, de acuerdo con estadísticas
oficiales, la isla tuvo un promedio anual de unos 32,602 casos de las
mencionadas enfermedades por cada 100 mil habitantes, éstas se han
extendido, sostenidamente, hasta llegar en 1999 a unas 46,741 por cada 100 mil
cubanos. Para un crecimiento de ¡43 por ciento! en 15 años.
Tanto tabaco no hace tanto humo, y la elevada humedad relativa propia de
Cuba no parece tan culpable de tantos ataques de asma. Algo más existe,
algo de lo cual apenas se escribe o se habla. Entretanto, prefieren los
motociclistas habaneros adquirir ropas oscuras. Aunque den calor.
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