A paso de
bastón: datos para incógnitas
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - Va siendo hora de averiguar de dónde la gente saca
tanto dinero, en esta Habana ya no tanto de picadillo de soya. No sólo se
trata de que los domingos los bares dolarizados se encuentren atestados de
familias. La ola de calor ya avecinada entre Guanabo y Santa Fe, ha provocado
que los ventiladores casi desaparezcan de las tiendas. La gente, así de
simple, arrambla con ellos aunque tengan un precio de entre 20, 40 y hasta 60 dólares.
Con eso, y hasta con menos, se alimentan ciertas familias.
Ultimas noticias de las tiendas dolarizadas informan que la población
prepara una ofensiva para cargar con los refrigeradores domésticos, cuyos
precios, si se parte de aceptar medidas cubanas, invitan al suicidio. No
exagero: en la última semana, la Plaza de Carlos III vendió 12 de
esos equipos, valorados cada uno en 2,300 dólares, sin contar con que
modelos más baratos, pero de prestigio, han agotado sus existencias. ¿Qué
está pasando? ¿De dónde sale tanto dinero?
La elemental lógica hace pensar que en la isla circula una cantidad
de moneda que las arcas del estado no captan con la rapidez que desearían.
Quizás por ello Francisco Soberón, presidente del Banco Central de
Cuba, ha comenzado a demandar el cese de la dolarización -porque lo que
circula son dólares- y la búsqueda probable de una mejor posición
para el peso convertible, a fin de atrapar las divisas en cuanto entren al país.
Pero, según parece, la opinión popular ha expresado un rechazo
visceral a esa medida. "Jorobita, jorobita, lo que se da no se quita",
fue algo así como el pronunciamiento de una peña de motociclistas
reunidos alrededor del Dios de la tertulia: por supuesto, el mecánico.
Algún que otro analista puede decir que las remesas familiares son
las grandes causantes de lo que está sucediendo, se ve a simple vista, no
se puede ocultar, aunque otra frase popular diga: "Cuba es La Habana, lo
demás es paisaje". Pero yo me pregunto si es sólo eso. Una
extendida economía informal, un algo así como un comercio de
rescate de lo que el gobierno de Fidel Castro no paga en carácter de
salarios, campea por sus respetos en medio de gritos gubernamentales acerca de
la corrupción.
Incógnitas, incógnitas, dice un amigo que develables en el
cuarto libro de contabilidad del estado, que tiene como ocho, recalca. Mi paso
de bastón registra una ostentación sospechosa. Cadenas al cuello,
de oro y de plata, dentaduras orificadas, relojes caros para los promedios isleños,
ventas y reventas de automóviles y de motocicletas, comercio de
videocaseteras, trasiego de los correspondientes filmes, la gente pintando las
casas y reparando como locos. No en todos los barrios, por supuesto, pero sí
en unos cuantos de ellos. Recuerdo una canción de Los Beatles: A day in
the life. Un día en la vida habanera ha cambiado radicalmente en cinco años.
Tanto, que en una tienda de música por cuenta propia pude hallar un CD "quemado"
de The Iron Butterflies. Nada menos que In a gadda da vida. "Música
para especialistas", me dijo la vendedora, mientras su mano rozaba
discretamente la mía. Una señal, una señal cien por ciento
habanera.
Tengo un temor, y lo confieso "sin temor". ¿Estamos los
periodistas independientes cubanos reflejando la infinita riqueza de las
contradicciones isleñas de inicios de este milenio? ¿Acaso las
tribunas abiertas nos están velando los ojos? ¿Qué se oculta
tras masivas complicidades con el gobierno de Fidel Castro, después de
las cuales la gente va a lo suyo, a echar adelante su proyecto individual? Ayer
conocí la edad de una vecina, cuyos senos me perturban. La hacía
un poco mayor, pero sólo tiene 18 años de edad. Fruta fresca. Pagó
cinco dólares por la planilla para solicitar su pasaporte. Ojos negros,
cabellos de fuego, y mi mujer acariciando un destornillador... como si fuera un
puñal. Inocente de mí, no se qué es lo que me perturba. Si
los senos de la vecina, o tanto festival de datos... para tantas incógnitas.
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