Empresa
Car-Onte
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - La carencia de transporte público en Cuba ha traído
como resultado no sólo la aparición, de origen estatal, de
camellos y guarandingas, sino un significativo número de taxistas
privados que han mantenido a lo largo de la historia socialista cubana un
lucrativo negocio.
A estos taxistas privados el pueblo les llama boteros. Ya se sabe por
aquello del botero del infierno y al que los griegos bautizaran con el nombre de
Caronte. Y de donde los jodedores cubanos, nada analógicos que son, han
extraído lo de la Empresa Car-Onte.
Cobran diez pesos por cada pasajero y siguen una ruta prefijada no importa
si el recorrido es de cinco kilómetros o de tres cuadras. No parten de
sus piqueras hasta tanto el carro no esté lleno ni conducen a los
usuarios hasta su destino final.
Montan dos personas en el asiento delantero y cuatro en el trasero, ya sea
en un ancho Cadillac o un estrecho Dodgecito, ambos de cuando aún no se
había inventado el agua tibia.
Los boteros son gente amable. Sintonizan sus reproductoras a todo volumen,
manejan a tan altas velocidades como el cacharrón se los permita, cuando
se les paga en dólares lo cambian a veinte pesos aunque en las casas de
cambio esté a veintitrés y devuelven la diferencia en moneda
nacional. Si uno protesta porque viaja muy apretado le recomiendan cariñosamente
que tome un turistaxi. Cuando uno de los viajeros se desmonta y uno piensa que
se aliviará de la apretazón aparece otro pasajero y sigue la
gozadera.
Claro que hasta aquí he escrito de los automóviles normales,
aunque lo de normales sea un eufemismo. Hay otros inventos dignos de la museología
internacional. Suponga una vieja furgoneta convertida vehículo de
pasajeros. Dos estrechos bancos de acero tapizados con vinil pegado a las
paredes laterales y en los cuales acomodan (Aquí el verbo acomodar también
es eufemístico) a cuatro pasajeros de cada lado. Aquel trasto sale
disparado dando saltos y respingos y, como no tiene más amortiguadores
que lo que usted pone sobre el asiento, llega a su destino con esa parte del
cuerpo entumecida, adolorida, magullada. El techo es tan bajo que se hace
preciso viajar con la cabeza doblada y cuando se baja no sabe si tiene la
cervical enferma o los sesos le pesan demasiado, el caso es que por un buen rato
camina mirando el piso. Y todo está más o menos bien si los que
viajan son delgados, en cuanto se monta un gordito el ambiente se torna más
estrecho.
Pero así y todo, se hace más humano viajar con la Empresa
Car-Onte que intentar cruzar la Estigia sobre un camello de la Empresa de
Transportes Urbanos de la Habana.
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