El café
más amargo de su vida
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, junio - Con 60 años cumplidos, Eduardo (no se supo sus
apellidos) nunca olvidará el último primero de mayo, feriado por
ser el día internacional de los trabajadores. Desde Moa, municipio minero
de la provincia Holguín, donde reside y es muy respetado, se dirigió
confiadamente al lejano Cueto, otro municipio de esa provincia, para visitar a
sus dos hijos. Les llevaba un modesto pero estimadísimo regalo: dos
libras de café. Una para cada hijo. Sin tostar ni moler.
En familia degustarían la tacita del buen café oriental,
criollo, puro. Sin esa adición de chícharos tostados y molidos del
50 por ciento que vende el estado, incluso racionado a ¡cuatro onzas
mensuales por persona! Aunque debemos ser justos, muy barato, 0.24 centavos en
moneda nacional. Una ganga. Café barato para todos, razón por la
cual -por esta conquista revolucionaria- muchos ¿muchos? podrán
decir aún: "¡Gracias Fidel!", como en los primeros años.
A Eduardo lo obligaron a desmontarse del jeep particular que lo llevaba a
Cueto. Casi a la mitad del viaje. Lo obligaron a pagarle al chofer los cincuenta
pesos por un viaje que no concluyó, interrumpido contra su voluntad.
Cincuenta pesos es una pequeña fortuna en esa región donde hay
tanta miseria.
Estuvo arrestado varias horas en la estación policial del pueblo de
Levisa. Le decomisaron el café. ¿Quién habrá bebido su
café? Encima le impusieron una multa de ¡500 pesos! Sueldo promedio
de cuatro meses. Por dos libras. ¡Qué les importó que por el
goteo de los granos muy maduros desprendidos, no recogidos a tiempo, se pierdan
irremediablemente miles de libras!
Evidentemente no hubo intención especulativa en los 920 gramos -ni
siquiera llegaba al kilogramo- de café con que Eduardo quiso obsequiar a
sus hijos, quienes estuvieron muy preocupados ese día al ver que no
llegaba su padre. ¡Contrabando de café!, dijo la policía.
El macizo montañoso de la Sierra Cristal, donde está enclavado
Moa, se caracteriza, además de sus autóctonos pinares, por ser una
destacada zona cafetalera. El café es bebida nacional. Pensemos en esos
viejitos desvalidos que van apareciendo por todos lados, que tanto gustan del
café, pero que deben vender la menguadísima cuota para ayudarse en
la subsistencia.
En las tiendas dolarizadas venden café ilimitado marca Cubita,
Turquino, y otras. Puro, aromático, en precioso envase hermético,
sin chícharos, pero en "fulas" (neologismo criollo de dólar).
Tres dólares diez centavos cuesta media libra: ¡sesenta y dos pesos
en moneda nacional!
Vejado, sopapeado, burlado, estropeado el viaje, indignado, mientras emprendía
el camino de regreso a Moa, viendo a lo lejos los tupidos cafetales, Eduardo
debió meditar qué difícil es vivir en un país donde
todo lo que se diga o haga está prohibido. O casi todo: Eduardo tiene la
libertad de tragarse sus propias bilis.
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