La fea y
gris realidad cotidiana
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, junio - Las playas del este de La Habana, Santa María,
Guanabo y Brisas del Mar, están llenas... de policías. Con sus
boinas grises -el gris es triste y apagado- los llamados policías
especializados se apostan en casi todas las bocacalles, y patrullan el área
donde están los bañistas.
A estos representantes de la ley no les gusta que los jóvenes corran
por la arena o realicen otras actividades propias de una zona natural abierta.
Les prohíben todo. También le solicitan la identificación a
quien se les ocurra y arrestan a quien les venga en ganas.
Recientemente, en la zona de Guanabo, en muy breve tiempo y tras exigirles
el carné de identidad, la policía sacó a dos jóvenes
del lugar porque caminaban por la playa vestidos con ropa normal de calle. Otros
dos fueron detenidos y trasladados hacia la estación local por ser "personal
delictivo": habían cometido un delito diez años atrás
y ya habían pagado, en prisión, su culpa.
Un pescador submarino, aunque tenía licencia de pesca, también
fue conducido en calidad de arrestado, mientras que a un camión que
trasladaba trabajadores especializados en la reparación de calles lo
detuvieron y se les exigió que se identificaran.
Algunas personas creen que tanto "celo" policiaco obedece a que en
estas playas se "mueve" mucha heroína. Otros opinan que es una
medida profiláctica para frustrar cualquier intento de salida del país
por esos lugares rumbo a Estados Unidos en lanchas rápidas. Y los hay que
piensan que es para que los turistas se sientan más a gusto y seguros.
Cualquiera que sea la razón, lo cierto es que los policías
pululan en las playas y éstas, en gran medida, siempre han sido lugares
libres de policías. A la playa va la gente a recrearse, a pasar momentos
agradables, no a sentir la presión desmesurada de los cuerpos represivos.
En los primeros años del triunfo de la revolución armada,
tiempo de muchas medidas populistas, la propaganda situaba a las playas como
lugares de sano esparcimiento a los que todos los ciudadanos tenían
derecho, derecho que había sido escamoteado por la desigualdad y los
privilegios propios de la sociedad dividida en clases.
Hoy, los lugares adonde la población puede asistir con libertad y sin
los inconvenientes creados por el propio régimen que terminó con
las clases son cada vez menos, prácticamente ya no queda ninguno.
Las escenas, propias de los países comunistas, de Rebelión en
la Granja de Orwell, continúan en Cuba. Terriblemente, la realidad
cotidiana es mucho más fea y gris que la que puede describir cualquier
escritor.
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