Podrían
equivocar a otros
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, junio - En un momento de ahogo financiero el gobierno entreabrió
el mercado. Concedió algunos miles de licencias para trabajos por cuenta
propia. Pero rápido cerró. Por completo. Su socialismo endeble se
le iba de las manos.
Con mayor razón, porque peligran los propios cimientos, el gobierno
realiza denodados esfuerzos para impedir o entorpecer la llegada a nuestro país
de ayuda del exterior para la oposición. Sabe perfectamente que la
independencia económica trae aparejada independencia política.
Tal postura a ultranza tiene su lógica: está en peligro la
propia existencia del régimen.
Cierto que es un asunto muy controversial, raigal, que empaqueta a
gobiernos, grupos, sectores, pueblos, que aflora con mayor vigor ahora que se
lleva al Congreso de Estados Unidos el proyecto de Ley de Solidaridad con Cuba
2001, promovido por diez congresistas, entre ellos Jesse Helms, Robert
Torricelli, Lincoln Díaz-Balart y Joseph Lieberman, y por el que ha
expresado sus simpatías el presidente de Estados Unidos George W. Bush.
Hablemos claro: luchar contra régimen tan tenaz, opresivo e
intolerante, que aún dispone de fuerzas y de tantos recursos para
mantenerse en el poder, no sólo requiere de coraje personal -del que la
nación tiene suficientes reservas- sino también de abundantes
medios financieros.
Cuentan que al preguntársele a Napoleón qué necesitaba
para ganar la guerra, sin vacilación respondió: "¡Dinero,
dinero, y más dinero!"
La oposición cubana para ganar su guerra necesita ¡dinero,
dinero, y más dinero!
No sólo dinero de filantrópicas instituciones e individuos del
exterior -¡bienvenido sea!- sino también del gobierno americano, del
pueblo americano, y de cualquier gobierno democrático al que repugne que
aún exista en Cuba un régimen de fuerza que cierra al pueblo todos
los caminos de libertad, progreso, democracia; con razón, condenado una
vez más en Ginebra el 18 de abril como violador sistemático de los
derechos humanos.
Sí, que haya dinero, necesario, suficiente, que alcance también
para el sector mayoritario de la oposición, al que no siempre llega algún
recurso financiero.
En ese sentido resultan esclarecedoras las palabras del abogado invidente
Juan Carlos González Leyva, presidente de la Fundación Cubana de
Derechos Humanos, cuando expresó: "Sí, aceptamos la ayuda del
gobierno de Estados Unidos y de cuantos gobiernos nos quieran ayudar. Pero me
opongo totalmente al centralismo, a la concentración de poder, al
caudillismo. Por eso pienso que las bibliotecas independientes, las agencias de
prensa y periodistas independientes, así como los grupos de derechos
humanos, deben ser precisamente eso: ¡independientes! Tener completa
autonomía en su gestión. El dinero y los recursos no deben pasar
por manos innecesarias. Deben llegar directamente a los directores de agencias,
a periodistas libres, a las bibliotecas, a los grupos".
Larga vista la de este ciego galardonado a fines del mes pasado con el
Premio Pedro Luis Boitel, otorgado por un grupo de ONGs de países del
este de Europa.
Rechazar la ayuda propuesta al Congreso de Estados Unidos significaría
bajar a la oposición cubana, pondría en entredicho la real
necesidad de asignación de fondos de la nación americana, para
contribuir a cambiar el destino de Cuba, pero además pondría en
ridículo a los congresistas autores de la Ley y al congreso mismo de
Estados Unidos.
También quitaría la posibilidad de iniciativa semejante a
cualquier otro gobierno interesado en ayudar al pueblo cubano, desalentándolo.
Equivocados, podrían equivocar a otros.
Por sobre cualquier razonamiento ético, moral, ninguno comparable a
tener que vivir atenazados por una dictadura que en la práctica nos
tritura.
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