CUBANET .INDEPENDIENTE

20 de junio, 2001


Cuba: agradecer al SIDA

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, junio - Una de las paradojas de Cuba recién entrada al nuevo milenio se resume en un viejo refrán popular: "no hay mal que por bien no venga". Parece increíble, pero la isla que un día fue proclamada potencia médica tiene motivos para agradecer al síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) una conducta sexual menos irresponsable, por parte de la población, la que ha traído como consecuencia una disminución de enfermedades venéreas "clásicas" como la blenorragia (gonorrea) y la sífilis.

Cuba cerró en el 2000 con una incidencia de sida de alrededor de 0,034 casos por 100 mil habitantes, de acuerdo con cifras oficiales. A primera vista no parece índice para pensar que el flagelo sea un problema de salud de extremo temor, habida cuenta de las severas medidas tomadas por el gobierno de Fidel Castro para el control de la enfermedad, y de las campañas de salud realizadas por el mismo. Por primera vez, quizás, ha gozado el condón de la publicidad que merece. La presencia del sida, la necesidad de convivir con él y de ser tolerantes con sus víctimas, ha representado la apertura de un espacio para los homosexuales más allá que, de vez en cuando, los cavernícolas del patio escriban artículos en los periódicos. En cierta manera, el sida está abriendo pequeñas ventanas hacia formas de tolerancia que trascienden al mero problema de salud. El sida es responsable, con su terrible máscara sin rostro, de enseñar a los cubanos respeto hacia el otro.

Cada vez que se dice "Cuba, potencia médica", algunos analistas perspicaces llevan el lápiz a la oreja, por cuanto no acaban de explicarse hasta dónde la afirmación se fundamenta. En el caso de enfermedades de transmisión sexual como la blenorragia y la sífilis, existen motivos que las estadísticas revelan, para pensar en la consigna de marras como un eufemismo. Una potencia médica combate a las enfermedades con saña de cruzada, y no descansa hasta ver que el cuadro de salud de su población mejora constantemente. No ha sido así en el caso de las enfermedades venéreas. Rodeadas de misterio, ausentes de campañas de educación para la sexualidad, aún constituyen hoy el lado oscuro de la salud isleña. Se habla, y mucho, sobre el sida, pero la blenorragia y la sífilis apenas se mencionan. Por ello, opina este periodista que si hoy las estadísticas oficiales constatan una disminución de ambas enfermedades, no es porque el gobierno de Fidel Castro las ha combatido con auténtica voluntad, sino porque como resultado de la batalla contra el sida, y del miedo de la población, una conducta sexual menos irresponsable ha provocado su reducción. Por lo tanto, gracias al sida, no al gobierno.

Pruebas, al canto: si en 1970 las tasas de incidencia de blenorragia y sífilis por cada 100 mil habitantes eran de 2,8 y 7,2, respectivamente, para 1986 éstas se habían elevado a 340,0 y 71,4. Semejante explosión no fue detenida por la proclamación de la potencia médica, sino que continuó en una suerte de reacción en cadena hasta alcanzar niveles récord en 1995 y 1996, cuando la blenorragia tuvo una incidencia de 411,7 casos por cada 100 mil habitantes, y la sífilis arribó a una de 143,5.

Reynaldo Arenas, en su autobiografía, testifica a su manera peculiar el proceso de liberación sexual que tuvo lugar en Cuba a partir de 1970. No cabe dudas de que ese proceso, explosión primaveral y descarga liberatoria de las tensiones sociales, trajo como una de sus consecuencias negativas un incremento de las enfermedades venéreas. Hubiera sido de esperar, por parte del gobierno de Fidel Castro, la asunción de dicho proceso y la toma de medidas educativas ante la situación creada. Lejos de ello, el aura del misterio envolvió aquella suerte de locura colectiva, magistralmente narrada y recreada por Arenas. La gente hacía el amor en cualquier escalera y se frotaban unas con otras en los autobuses atestados. Entretanto, las venéreas avanzaban.

Puede buscarse en la prensa, y no se encontrará nunca, un planteo verdaderamente serio de educación para la salud sexual a lo largo de los 80 y a principios de los 90. Aún hoy, blenorragia y sífilis son palabras al parecer inexistentes. Como una cortina de humo, las notables campañas contra el sida ocultan este lado de la salud isleña, no obstante ser la blenorragia y la sífilis enfermedades de declaración obligatoria. Se le debe al sida, por tanto, la reducción progresiva de las tasas de incidencia logradas a partir de 1995, hasta caer en 1999 a valores por cada 100 mil habitantes de 208,1 para la blenorragia y de 110,1 para la sífilis, lo cual no oculta que las mismas alcanzan niveles aún intolerables, si se quiere hablar de Cuba como potencia médica, pues ellas representan un tremendo peligro latente -incluso por el sida- a la vez que la constatación de una falta de educación para la sexualidad presente en la población. Una vez más, el gobierno de Fidel Castro hace preguntar dónde está la célebre potencia, si se entiende por tal un país en capacidad de garantizar salud para sus habitantes.

El miedo al sida ha traído más protección personal. Por carambola, por pura carambola, la blenorragia y la sífilis han disminuído su incidencia. Entonces, gracias al sida.


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