Cuba:
agradecer al SIDA
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - Una de las paradojas de Cuba recién entrada al
nuevo milenio se resume en un viejo refrán popular: "no hay mal que
por bien no venga". Parece increíble, pero la isla que un día
fue proclamada potencia médica tiene motivos para agradecer al síndrome
de inmunodeficiencia adquirida (sida) una conducta sexual menos irresponsable,
por parte de la población, la que ha traído como consecuencia una
disminución de enfermedades venéreas "clásicas"
como la blenorragia (gonorrea) y la sífilis.
Cuba cerró en el 2000 con una incidencia de sida de alrededor de
0,034 casos por 100 mil habitantes, de acuerdo con cifras oficiales. A primera
vista no parece índice para pensar que el flagelo sea un problema de
salud de extremo temor, habida cuenta de las severas medidas tomadas por el
gobierno de Fidel Castro para el control de la enfermedad, y de las campañas
de salud realizadas por el mismo. Por primera vez, quizás, ha gozado el
condón de la publicidad que merece. La presencia del sida, la necesidad
de convivir con él y de ser tolerantes con sus víctimas, ha
representado la apertura de un espacio para los homosexuales más allá
que, de vez en cuando, los cavernícolas del patio escriban artículos
en los periódicos. En cierta manera, el sida está abriendo pequeñas
ventanas hacia formas de tolerancia que trascienden al mero problema de salud.
El sida es responsable, con su terrible máscara sin rostro, de enseñar
a los cubanos respeto hacia el otro.
Cada vez que se dice "Cuba, potencia médica", algunos
analistas perspicaces llevan el lápiz a la oreja, por cuanto no acaban de
explicarse hasta dónde la afirmación se fundamenta. En el caso de
enfermedades de transmisión sexual como la blenorragia y la sífilis,
existen motivos que las estadísticas revelan, para pensar en la consigna
de marras como un eufemismo. Una potencia médica combate a las
enfermedades con saña de cruzada, y no descansa hasta ver que el cuadro
de salud de su población mejora constantemente. No ha sido así en
el caso de las enfermedades venéreas. Rodeadas de misterio, ausentes de
campañas de educación para la sexualidad, aún constituyen
hoy el lado oscuro de la salud isleña. Se habla, y mucho, sobre el sida,
pero la blenorragia y la sífilis apenas se mencionan. Por ello, opina
este periodista que si hoy las estadísticas oficiales constatan una
disminución de ambas enfermedades, no es porque el gobierno de Fidel
Castro las ha combatido con auténtica voluntad, sino porque como
resultado de la batalla contra el sida, y del miedo de la población, una
conducta sexual menos irresponsable ha provocado su reducción. Por lo
tanto, gracias al sida, no al gobierno.
Pruebas, al canto: si en 1970 las tasas de incidencia de blenorragia y sífilis
por cada 100 mil habitantes eran de 2,8 y 7,2, respectivamente, para 1986 éstas
se habían elevado a 340,0 y 71,4. Semejante explosión no fue
detenida por la proclamación de la potencia médica, sino que
continuó en una suerte de reacción en cadena hasta alcanzar
niveles récord en 1995 y 1996, cuando la blenorragia tuvo una incidencia
de 411,7 casos por cada 100 mil habitantes, y la sífilis arribó a
una de 143,5.
Reynaldo Arenas, en su autobiografía, testifica a su manera peculiar
el proceso de liberación sexual que tuvo lugar en Cuba a partir de 1970.
No cabe dudas de que ese proceso, explosión primaveral y descarga
liberatoria de las tensiones sociales, trajo como una de sus consecuencias
negativas un incremento de las enfermedades venéreas. Hubiera sido de
esperar, por parte del gobierno de Fidel Castro, la asunción de dicho
proceso y la toma de medidas educativas ante la situación creada. Lejos
de ello, el aura del misterio envolvió aquella suerte de locura
colectiva, magistralmente narrada y recreada por Arenas. La gente hacía
el amor en cualquier escalera y se frotaban unas con otras en los autobuses
atestados. Entretanto, las venéreas avanzaban.
Puede buscarse en la prensa, y no se encontrará nunca, un planteo
verdaderamente serio de educación para la salud sexual a lo largo de los
80 y a principios de los 90. Aún hoy, blenorragia y sífilis son
palabras al parecer inexistentes. Como una cortina de humo, las notables campañas
contra el sida ocultan este lado de la salud isleña, no obstante ser la
blenorragia y la sífilis enfermedades de declaración obligatoria.
Se le debe al sida, por tanto, la reducción progresiva de las tasas de
incidencia logradas a partir de 1995, hasta caer en 1999 a valores por cada 100
mil habitantes de 208,1 para la blenorragia y de 110,1 para la sífilis,
lo cual no oculta que las mismas alcanzan niveles aún intolerables, si se
quiere hablar de Cuba como potencia médica, pues ellas representan un
tremendo peligro latente -incluso por el sida- a la vez que la constatación
de una falta de educación para la sexualidad presente en la población.
Una vez más, el gobierno de Fidel Castro hace preguntar dónde está
la célebre potencia, si se entiende por tal un país en capacidad
de garantizar salud para sus habitantes.
El miedo al sida ha traído más protección personal. Por
carambola, por pura carambola, la blenorragia y la sífilis han disminuído
su incidencia. Entonces, gracias al sida.
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