Mitos de la
Educación Superior
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - Uno de los más publicados logros del gobierno de
Fidel Castro es el de la educación, particularmente la superior, no sólo
por una realidad presente en la existencia de más de 600 mil graduados
universitarios, sino además por el número de extranjeros de países
pobres que han tenido, y tienen, la oportunidad de cursar estudios en las
universidades cubanas. Se ha llegado tan lejos, que el mandatario isleño
se permite invitar a negros estadounidenses para que se diplomen de médicos.
Aunque la Educación Superior de Cuba se vea lastrada por la consigna "la
universidad es para los revolucionarios", cuyo carácter excluyente
no oculta su tufo a violación de derechos humanos, parece criterio
establecido que la instrucción universitaria de la Isla constituye
ejemplo para los países del llamado tercer mundo, todos al parecer
olvidados de que Cuba es nación con referentes culturales de Primero. Se
da, así, la curiosa contradicción de contar con universidades
presuntamente competentes, sostenidas por el milagro de una economía de
probada ineficiencia, cuyo presupuesto de carácter social haría
magias para garantizar un acceso general al diploma universitario, siempre que
los talentos individuales se lo propongan.
Sin embargo, y más allá de logros reales, las frías
estadísticas se inclinan a mostrar el estatizado y supuestamente gratuito
sistema de educación superior de Cuba, como un buque haciendo aguas por
orificios a lo Titanic, cual si el mundo real se empeñara en probar que
los mitos del post-totalitarismo no son más que mitos.
Poco se dice, apenas se habla. Pero los datos del último decenio
informan de preocupantes irregularidades, propias de una crisis sistemática:
reducción de oportunidades respecto del volumen de población,
elevada deserción escolar, disminución del número de
graduados -con los hombres en la peor posición- y un presupuesto
ineficaz, por cuanto constituye un despilfarro de acuerdo con lo que se logra.
Aunque el sistema de instrucción superior contempla opciones para los
adultos de todas las edades -si bien no en todas las carreras- a lo largo de los
90's éstas se han ido reduciendo, respecto al volumen de interesados
potenciales. Si por tales se considera a la población de entre 15 y 59 años
de edad, particularmente a quienes tienen entre 15 y 24, las estadísticas
oficiales informan a los primeros como prácticamente estables (65 por
ciento del total de habitantes) y a los segundos como decrecientes en 18,6 por
ciento entre 1990 y 1999. Iguales o mayores oportunidades de ingresos harían
esperar iguales o mayores niveles de matrícula. Pero, en ese período,
ésta cayó en 52 por ciento, un nivel mucho mayor que el de la
reducción de los interesados potenciales. Si en 1990 la relación
entre matrícula inicial y población de 15 a 24 años de edad
fue de 12,1 por ciento, ésta se redujo paulatinamente hasta alcanzar en
1999 un 7,1 por ciento para hacer hoy más difícil iniciar estudios
universitarios.
CUADRO 1: Relación entre matrícula
inicial y población de 15 a 24 años de edad.
Indicador
|
1990 |
1999 |
Matrícula
inicial |
223000 |
106787 |
Población
de 15-24 años |
1840000 |
1496904 |
Mat./Población
(%) |
12,1 |
7,1 |
FUENTES: Comisión Económica para América Latina /
Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba.
Uno de los puntos de mayor silencio en la instrucción universitaria
isleña es el de su efectividad, entendida como capacidad de graduar
respecto de la matrícula inicial, y más allá de que ciertos
requerimientos de exigencia provoquen promociones no tan elevadas. La elemental
lógica afirma que si en Cuba la duración promedio de una carrera
es de cinco años, cabe deducir cierta relación comparable entre
quienes iniciaron estudios en una fecha determinada y quienes lo concluyeron un
quinquenio después, así como una promoción aceptable. Pues
bien, lo regular en Cuba es una progresiva disminución de graduados, en
relación con aquellos que iniciaron estudios cinco años atrás.
Si en el curso escolar 1988-89 arribaron a las aulas 236,900 alumnos, cinco años
después sólo se graduaron 34,544, para un 14,6 por ciento. Dicha
relación cayó a 11,9 por ciento en 1999, cuando nada más
egresaron 16,707, al compararlos con los 140,805 que comenzaron estudios en el
curso 1994-95, y todo parece indicar que el futuro no es optimista, aún
cuando la matrícula descendió de 236,900 en 1988 a 106,787 en
1999.
Por lo menos en principio, por lo menos desde un juicio sano, nadie aspira a
una Cuba cuya población sea universitaria en su totalidad. Pero es
indudable que los futuros escenarios cubanos demandarán una capacidad
respetable de profesionales, dadas las necesidades de una economía
globalizada, el tránsito de la isla hacia una producción
preferencial de servicios y bienes de alto valor agregado y el envejecimiento de
la población graduada de enseñanza superior y su consiguiente
reemplazo a causa de jubilaciones, por lo cual cabe suponer una estrategia
destinada a lograr más universitarios. Pero los números, los fríos
números, avisan que sucede exactamente lo contrario. Cada vez, menos
licenciados. Si en el curso escolar 1993-94 se graduaron 31,105 personas, en el
año lectivo 1998-99 sólo se llegó a 10,706, para una caída
de ¡66 por ciento! En apenas seis años. Dentro de ellos, los hombres
llevan la peor parte, algo que está planteando retos para una tradicional
cultura machista. Si en el curso 1993-94 ellos representaron el 41 por ciento de
los graduados, en el año lectivo 1998-99 descendieron al 36 por ciento.
Otro tanto sucede con la matrícula: si en 1993 fueron el 42 por ciento,
en 1999 nada más ascendieron al 36 por ciento. Algunos analistas opinan
que la situación económica cubana está presionando a los
hombres hacia opciones laborales de rápido adiestramiento; sin embargo,
ello no oculta la pista de un desinterés por continuar estudios
superiores en tanto que trabajadores-estudiantes. ¿O será que
carecen de oportunidades, de tiempo que no van a robar a la denominada "lucha"?
Reducción de oportunidades, apenas 12 por ciento de graduados
respecto a la matrícula inicial, bajo nivel de egresados y preterición
masculina, son regularidades demostrables en la enseñanza superior de la
Cuba de hoy. "Mucho ruido, pocas nueces", parece la conclusión
derivable ahora que Fidel Castro acuñó el concepto de "Universidad
para todos"... los revolucionarios. Por supuesto, sobre la base del
despliegue de un presupuesto millonario que apenas gradúa, pero hace
propaganda a lo largo y ancho del orbe sobre las excelencias de la instrucción
superior de la isla, cuyos logros reales están a la vista y no ameritan
discusión. Pero los mitos, los cuentos de camino, sí han de ser
desenmascarados, porque la universidad cubana sí está pasando por
una crisis.
Lo dicen las estadísticas. Oficiales, por cierto.
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