Vicente Verdú.El País,
junio 16, 2001
De nuevo, con las vacaciones, una remesa de españoles se dispone a
visitar Cuba. Todos los países catalogados en las agencias de viaje han
pasado de ser lugares naturales o culturales a parques temáticos, pero
sobre todos no existe ninguno, para los españoles, que iguale a Cuba.
Poco a poco, a través de las visitas, los relatos, la leyenda, Cuba
ha ido desprendiéndose del espacio y el tiempo real para convertirse en
un producto fantástico. Antes de llegar a este punto óptimo, Cuba
era un destartalado sistema soviético, una proteica isla del Caribe, una
sociedad ensayando una revolución, una economía con las
dificultades del bloqueo, pero ahora cualquier identificación relacionada
con la política, la geografía o la historia pierde razón de
ser. Cuba ha cristalizado en el artículo turístico por excelencia,
en el idóneo parque temático de la posmodernidad. El máximo
consejo de las agencias a quienes todavía no conocen La Habana es
apresurarse a realizar el viaje porque pronto puede ocurrir que Fidel Castro
muera y con su ausencia se estropeen los factores que actualmente redondean la
excepcionalidad del artículo: una reserva comunista cuando no es fácil
encontrar un reducto de esta clase, un pueblo pobre y colorista coagulado en un
intervalo imposible de reproducir, unos ritmos, un lenguaje, unos mojitos
intactos cuando hoy todo se pervierte o está a punto de perecer.
De los artificios que ha creado el capitalismo de ficción con la
colaboración de los mass media acaso sea Cuba el artefacto de mayor tamaño
y convicción. Precisamente se trata de una lograda reelaboración
capitalista de una materia prima comunista y de la figuración, al gusto
occidental, de una cultura que sin menoscabar su exotismo se ha metabolizado
para la máxima asimilación del tour operator. De hecho, es casi
imposible encontrar hoy a un turista que vuelva decepcionado de Cuba, como nunca
se ha registrado tampoco el caso de alguien, niño o adulto, que vuelva
defraudado de Disneylandia, porque la clave no descansa tanto en la realidad de
lo que se ofrece como en la ficción con la que se acoge, no reside tanto
en el llano gozo de lo que existe como en la compleja nostalgia de lo que se
esfuma.
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