El hombre de
los cien mil un pesos
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio - La gente es la misma en cualquier parte del Mundo. Sólo
que la de Cuba no goza de libertad. Unas tienen imaginación, poder
creativo, y otras no. Unas prosperan, pese a la guadaña de las infinitas
leyes coercitivas, y otras permanecen pasivas como fósforos apagados a la
espera de algo. Unas no tienen capacidad ni para proponer la venta de un botón,
mucho menos para fabricarlo, mientras que otras se atreven a esto y mucho más.
Es entonces cuando el régimen socialista, comunista o fidelista -como
quieran llamarlo- no deja títere con cabeza, porque todos los botones,
fabricados o por fabricar, son del Estado.
Mi gente se compone de dos tipos distintos: las que tienen chispa y las que
carecen de ella. Unas se afanan por lograr sus objetivos y otras vegetan frente
a la pantalla del televisor. Por eso creo que en la vida, acá o allá,
la gente actúa como los deportistas en una carrera de 500 metros. Las que
ganan, son las primeras. El resto, no cuenta para la historia.
El caso del famoso artesano Pelegrín es el clásico ejemplo de
un ganador. Un tipo fuera de serie. En el año 1980 llegó con los
pantalones rotos a la Plaza de la Catedral, en la Habana Vieja, y un maletín
donde llevaba para vender objetos de artesanía hechos por él. A
los pocos días le llovía clientes. Tan buen artesano era que, en
breve, fue contratado por el Fondo de Bienes Culturales del Estado.
Transcurridos seis años Pelegrín ya había reparado las
puertas y ventanas de su vivienda, poseía muchos muebles antiguos, un
auto y los efectos electrodomésticos más indispensables. Vivía,
me contaron, como un alto dirigente político.
Pero un día Pelegrín cayó en desgracia. En uno de sus
discursos Fidel Castro se refirió a la cuenta bancaria del artista que
era, exactamente, de cien mil un pesos. De inmediato un montón de
investigadores policiacos se pusieron en función de Pelegrín para
encausarlo por "enriquecimiento ilícito", algo que estaba muy
lejos de la verdad.
En el juicio fueron involucradas decenas de personas que, de una manera u
otra, habían tenido algún vínculo con el afamado artista,
los que a lo largo de varios años le vendieron una batidora, un
exprimidor de naranjas, una máquina de afeitar eléctrica, un aire
acondicionado, un televisor a color, un auto.
El juicio se celebró en la Sala Séptima del Tribunal Municipal
de La Habana. El gobierno ya había decomisado la cuenta bancaria, ocupado
los efectos electrodomésticos, el auto y toda la producción
artesanal de la familia Pelegrín. Allí, en el juicio, estaba yo,
acusada por haberle vendido mi televisor japonés de largo uso al escritor
de novelas radiales Joaquín Cuartas, quien dos años después
decidió vendérselo a Pelegrín.
Cuando me llamaron a declarar, después de ocho horas de espera, me
preguntaron por qué había vendido mi televisor y, sin pensarlo dos
veces, respondí: "¡Porque era mío!" Me mandaron a
sentar con miradas airadas, y a lo largo de las nueve horas que duró el
juicio no volvieron a dirigirse a mí.
Cuando le tocó el turno a Dionisio Jesús Valdés Rodríguez,
todos lo buscamos con la vista. Se trataba de Chucho Valdés, director del
grupo "Irakere", un músico cubano conocido internacionalmente y
que, desde siempre, ha honrado el quehacer cultural de la Isla. Pero Chucho no
estaba allí, a pesar que lo acusaban de venderle el auto "Lada",
ya viejo, a Pelegrín. Un auto que había comprado años antes
al Estado. Tanto a Chucho, a Cuartas como a mí, nos pedían tres años
de prisión.
Pero lo más insólito de esta historia es que Pelegrín,
acusado principal, al que le pedían quince años de condena, jamás
fue llamado a declarar en el juicio. Todos los miembros del tribunal sabían
que en aquellos momentos Pelegrín estaba muy lejos de la Sala. Días
antes había salido en avión rumbo a Caracas, Venezuela. Sólo
así pudo librarse este afamado trabajador manual de una cárcel
segura, mientras que muchos otros de sus colegas no tuvieron la misma suerte.
Me han dicho que Pelegrín aún reside en Venezuela, que continuó
teniendo éxito con su trabajo. Seguramente vive como un alto dirigente
político de ese país. ¡Nada menos que con Chávez en el
poder!
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