Emilio Ichikawa. Publicado el viernes, 15 de junio de 2001
en El Nuevo Herald
Para la mayoría de las escuelas de filosofía oriental, el acto
de comer se encuentra entre el grupo de acciones más sublimes que puede
emprender el ser humano. Es comiendo que nos apropiamos del cosmos infinito;
digerir es una acción de mayor entrega efectiva que el hablar e, incluso,
que el escuchar, gesto privilegiado por todos los maestros serenos de la parte
del sol naciente. Dime qué comes y te diré quién eres.
Alimentarse es crecer a través de los frutos que Dios ofrece de manera
gustosa, estética.
Los cubanos, sin embargo, parecen dispuestos a pensar de otra manera. Aunque
la comida es de una presencia casi obsesiva en el imaginario de la cultura
criolla, se la suele considerar (al menos formalmente) como un valor ordinario y
prosaico. Y éste es un código que puede percibirse en la escala de
valores morales del exilio.
En Miami existe una suerte de "cola'' demográfica que se
establece a partir de la fecha de llegada a esta ciudad del sur floridano.
Alguna gente de mayor tiempo aquí, que ha logrado establecerse y hasta
reunir un capital, cuando quiere cuestionar a un recién llegado suele
discurrir sobre los motivos de exilio: "Tú has venido aquí sólo
para comer mejor''. La frase muestra un claro desdén por la alimentación,
como si no fuera ella un motivo suficiente para moverse a cualquier sitio del
mundo.
Pero lo peor de esto es que la persona cuestionada, al defenderse de tal "acusación'',
muestra que en el fondo comparte el mismo sistema de valores. Llegado el
momento, después de algunos meses, incluso semanas, el interpelado estaría
dispuesto a cuestionar por similar razón a quien le suceda en el arribo a
esta ciudad.
Este vicio de la convivencia cubana, vigente en la isla como en todos los
exilios, debe considerar un par de puntos.
Primero: no existe un derecho exclusivo de exilio, y nadie tiene legitimidad
moral para exigir explicaciones a un compatriota que opte por exiliarse, en el
momento que sea.
Segundo: es cierto que no todo el mundo se fue de Cuba en busca de "libertad'';
la libertad es, sin embargo, un valor que frecuentemente se presenta de manera
indirecta; a través de las ganas de comer bien y sano, por ejemplo. La
libertad, como cualquier otro valor humano, no tiene carácter absoluto
sino para un grupo de personas.
El hambre es una buena razón para justificar un exilio; es por demás
de naturaleza política, toda vez que en un país totalitario, como
es el caso de la Cuba castrista, todo, hasta el pan, es política.
En una visita a La Habana, el teatrista Eugenio Barba defendió la
siguiente tesis: "Tu cuerpo es tu país''. En efecto, como habían
asegurado los antiguos griegos, el hombre es un bípedo implume que guarda
dentro de su piel su patria más preciada. Lo demás es simbología
retórica, tomeguines del pinar y palmas incluidas.
Si esto es así, y yo lo creo, fugarse de Cuba e instalarse en Miami
es de hecho una posición política: una suerte de anexionismo o
estadidad radical del cuerpo.
Lo que José Ignacio Rodríguez o Gaspar Betancourt Cisneros, el
Lugareño, pensaron como ideología, los exiliados cubanos lo han
concretado como una gimnasia del deseo, del hambre.
Así que, con todo el respeto que merecen los poetas encarcelados por
la policía castrista, los pintores con lienzos destrozados y los
disidentes enérgicos y decididos, la decisión de navegar que
asiste a un balsero está trazada por una virtud política de
semejante magnitud.
Unos cubanos han venido aquí a expresar sus ideas en libertad, a
continuar la lucha contra la grosería castrista; otros para ganar dólares
y enviarlos a la familia estancada en cualquier pueblo cubano o, sencillamente,
para comer pastelitos de guayaba en el Versailles. Pero cada uno de ellos,
todos, han sido lesionados en sus intereses por un sistema totalitario de casi
medio siglo y están hermanados sin distinción en la desdicha y la
esperanza.
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