Cultura de
la marginalidad
Pedro Crespo, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - Hace algún tiempo el doctor Salvador Bueno,
presidente de la Academia Cubana de la Lengua, alertó sobre el
vertiginoso deterioro del lenguaje en nuestro país usando palabras que no
dejan lugar a dudas acerca de la dimensión del problema. "Ya los
cubanos no articulamos", aseguró el doctor Bueno, "y nuestro
idioma nacional lo hablamos tan mal, que llegará el momento en que no
podremos entendernos con otros hispanoamericanos".
Pero sabemos que el lenguaje es sólo una rama más de ese
concepto-árbol que denominamos "cultura" y, en realidad, habría
que preguntarse hasta dónde el fenómeno señalado es uno de
los terminales de una crisis de valores mayor que probablemente tenga un carácter
global. Urge, pues, echar una mirada al cubano común para clarificar
sobre algunos patrones de comportamiento social que comienzan a ser típicos.
Y es que al margen de la indisciplina social efervescente en los períodos
de crisis económicas -con sus consabidas manifestaciones de desorden-
existen señales que apuntan a un florecimiento en nuestro país de
una cierta "cultura de la marginalidad". En tal sentido debemos
reconocer la presencia de un orden de valores que hace andar sin camisa por las
calles, agruparse en las esquinas para beber ron, expresarse con el léxico
de "asere", perder la caballerosidad y la medida de lo correcto y ser
agresivo ante el más ligero roce con el compatriota.
Ese mismo orden nos ha hecho dejar de ser pícaros en el humor para
aprender a reír con lo vulgar y en cierto modo estamos "descubriendo
el Mediterráneo", pues es palpable sociológicamente, que la
cultura del "asere" constituye un pesado componente en el modo de
proyección del cubano común. Naturalmente, en el estricto sentido
dialéctico el cubano no puede ser el mismo de hace medio siglo, pero
debemos preguntarnos por qué causas se han asimilado patrones marginales
de lenguaje y comportamiento que no son los más favorables para el
desempeño de una vida ciudadana cabal.
Sería ingenuo obviar que la más contagiosa variante de la música
popular cubana, la salsa, que hoy vive acaso su "boom" como género,
ha obrado en ocasiones como un eficaz portador de ese espíritu de
marginalidad. Y es que la música popular crea, como ninguna otra, ídolos,
modas, estereotipos de lenguaje y comportamiento, y modula de hecho los gustos
de la juventud. Al respecto, es bizantino enumerar cuántos de entre los
temas salseros cubanos han sido insultantes para la mujer con su uso lascivo del
calificativo de "loca", y caben asimismo un buen número de
giros groseros que han acabado por usurpar el lugar del estribillo cubanísimo,
ése que es fino en su picardía y pegajoso por la gracia.
Pero la música popular no es en modo alguno la causa de este fenómeno
de sublimación de lo marginal, sino una consecuencia más. De
hecho, arraiga la convicción de que muchos músicos observan
atentamente esta tendencia gozosa a las manifestaciones de la marginalidad, para
luego trabajar en función de satisfacer un gusto que al mismo tiempo
retroalimenta a las fuentes artísticas y cierra un círculo de
mentalidades. Y es que los orígenes de una cultura expansiva de la
marginalidad en Cuba están en un conjunto de razones económicas,
sociales e incluso en determinado momento políticas -si no olvidamos la
feroz lucha de clases de los primeros años de la revolución y su
consecuente inversión de valores- de extraordinaria imbricación
entre sí.
"La Historia es acontecimiento", nos diría al respecto el
filosófico Herman Hess, "y carece de importancia el hecho de si
estuvo bien o si mejor hubiera sido que no existiese". Mas, de cualquier
manera y en última instancia, queda el hecho de que los patrones de
marginalidad no se corresponden con los de aquel "hombre nuevo" que se
aspiró a formar cierta vez.
Pero llegados al punto de juzgar los daños que provienen de una
cultura expansiva de la marginalidad, cabría preguntarse si ella a largo
plazo disuelve o no los valores históricos de la nación. El cuerpo
ético del "asere" tiende a excluir las nociones de conciencia cívica
y social, y también puede suponerse que destierre otro tipo de percepción
que vigorice el espíritu de un pueblo, pues cuesta trabajo creer que el
hombre ganado por la marginalidad llegue a ser depositario de las enseñanzas
dejadas por los patricios de nuestra historia. Sencillamente, una ramificación
de los peores valores compromete Memoria e Historia, por cuanto la nacionalidad
está sustentada sobre el conocimiento y la creencia en las tradiciones cívicas,
históricas y patrióticas del país.
Por añadidura, cabe señalar el carácter dual y
oportunista de la ética asociada al "asere", quien asistirá
a cualquier festival de "reafirmación revolucionaria" en busca
de música y alegría, como también participará de la
indisciplina social siempre que exista ocasión para ello.
De tales reflexiones emerge la terrible conclusión de que los rasgos
más genuinos de un pueblo pueden involucionar a influjos de una cultura
de la marginalidad en expansión. Y muy preocupante sería la
seudocultura del "asere", que es la que hace vociferar "Hey you,
Loca" al paso de una mujer, prenda de la juventud cubana.
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