Por Jesús Hernandez Cuellar.
CONTACTO Magazine, Junio 13 ,
2001
Durante muchos años, el exilio cubano radicado en Estados Unidos tuvo
que fungir como la única oposición visible al régimen de
Fidel Castro, que en enero pasado cumplió 42 años ininterrumpidos
en el poder. Pero, poco a poco, la oposición interna ha logrado llenar
dentro de Cuba un vacío inexplicable para muchos observadores de la Cuba
de hoy.
Por lo general, las batallas políticas que se producen en un
determinado país tienen como protagonistas a quienes se enfrentan entre sí
dentro de ese país. Los recientes y ya finalizados conflictos en Perú,
tuvieron como foco al ex presidente Alberto Fujimori y a su contendiente y
actual presidente electo Alejandro Toledo, no a Mario Vargas Llosa, prominente
escritor radicado en España, ni a Alan García cuando estaba
exiliado en Colombia. Tuvo que producirse la caída de Fujimori para que
García volviera al foco de atención, al viajar a Perú como
candidato presidencial.
Cuando estallaron los primeros actos de rebelión en contra del obvio
empeño de Castro de permanecer para siempre en el poder, la atención
se centró en quienes se habían rebelado dentro de Cuba, quienes
desembarcaron en Bahía de Cochinos o quienes se alzaron en armas en la
Sierra del Escambray, a lo largo de la década de los 60.
El exilio cubano de entonces, como durante la época de Fulgencio
Batista, era una importante infraestructura de apoyo, nada más.
Con astucia y crueldades inimaginables Fidel Castro logró derrotar a
quienes se alzaron en armas. Fue la época de miles de fusilamientos, de
las condenas a 20 y 30 años de prisión política, el
traslado obligatorio de campesinos que apoyaban a la oposición en las áreas
de conflicto y la expropiación de negocios para dejar al Estado como único
dueño de los medios de producción y servicios, incluidos los
medios de comunicación social.
Era también la época de la emigración masiva, pese a
las restricciones gubernamentales, a través de programas especiales como
los Vuelos de la Libertad entre los aeropuertos de la ciudad cubana de Varadero
y la floridana de Miami.
La Era Totalitaria y el Nuevo Rol de Exilio
Desde marzo de 1968, Castro había lanzado la llamada "Ofensiva
Revolucionaria", cuyo objetivo era expropiar los pequeños negocios,
los más insignificantes: barberías y peluquerías,
limpiabotas, talleres de poca envergadura, cafeterías. Las grandes
industrias y empresas sólidas ya habían sido confiscadas años
atrás. Ahora se trataba de eliminar todo espacio de independencia laboral
del individuo.
Por otra parte, las posibilidades de emigrar se desvanecieron con el fin de
los Vuelos de la Libertad, poco después de 1970.
Llega la llamada "década de la adaptación" a la
nueva sociedad socialista, a lo largo de los 70. La resistencia armada había
concluido. Para la mayoría, tomar las armas era un acto suicida. El
ciudadano comenzó a ser y es hoy día controlado en su barrio por
los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), así como en
su centro de trabajo tanto por la Administración estatal como por el
sindicato dirigido por el Partido Comunista. La juventud sufre desde entonces
igual control en sus centros de estudio. No sólo es peligroso disentir,
sino que además hay que aplaudir.
Nace la era totalitaria, que no es una frase de la propaganda anticomunista
sino un fenómeno socio-político desconocido para América
Latina, Europa occidental y Estados Unidos. Es el control total de la sociedad
por parte del Estado. Algo desconocido, al menos como vivencia, también
para quienes abandonaron Cuba antes de 1970.
Con este panorama nuevo e irregular, que presenta a una oposición
aniquilada o encarcelada y a un país con las manos atadas, el exilio
cubano se ve obligado a asumir un rol protagónico. Ya no es una
infraestructura de apoyo, como cualquier exilio, sino la única voz en
medio del silencio nacional obligatorio.
Pero desde el extranjero es muy difícil derrocar a un gobierno, mucho
menos sin la colosal preparación del adversario. Con la incalculable
ayuda del imperio soviético, Castro habría podido decir lo mismo
que el rey francés Luis XIV: "el Estado soy yo". El caudillo no
tenía por qué temer, tampoco, a una posible intervención de
Estados Unidos. La sombra protectora de Moscú estaba detrás de
cada paso de Castro.
La Nueva Oposición Interna
Más del 60% de los cubanos de hoy, en Cuba, nació después
de la llegada de Castro al poder. Aunque descontentos, no conocen otro mundo.
Con el derrumbe del bloque comunista entre 1989 y 1991, el régimen
flaqueó en muchas direcciones y ocurrió lo que debía
ocurrir, nació una oposición interna que cada día cobra más
fuerza y por lógica se ha colocado en el ojo de la opinión pública
mundial. Es una oposición pacífica, civilista, que ha dejado claro
que no se propone utilizar la violencia. Sus miembros piensan que si ejercieran
su derecho a la beligerancia serían barridos como lo fue el movimiento bélico
que le precedió.
El exilio ha comenzado a compartir las tareas propias de la democratización
de Cuba con esa oposición, compuesta por abogados, educadores,
economistas, defensores de los derechos humanos y periodistas independientes
que, a diferencia de lo que algunos creen, no hacen sus actividades con el
consentimiento de Castro sino a pesar de Castro.
Dentro de Cuba están sucediendo cosas que eran impensables hace cinco
años: se ha abierto una exposición ilegal sobre la historia del
presidio político cubano, a principios de junio, en el corazón de
La Habana, más exactamente en la calle Neptuno entre Espada y San
Francisco, ante la mirada inquieta de la policía política; se ha
creado un movimiento de periodistas independientes que transmiten sus
informaciones hacia el extranjero y que el 31 de mayo pasado crearon la Sociedad
de Periodistas "Manuel Márquez Sterling", también en la
capital cubana; otro conocido grupo, el Movimiento Cristiano Liberación,
promueve un plebiscito a través del llamado Proyecto Varela, que ha
despertado recelos en el exilio ya que pretende hacerlo dentro de las normas jurídicas
de la Constitución comunista vigente, que es desde la realidad interna la
única opción pacífica a mano para cambiar las cosas. Si el
Estado lo impide, la "democracia socialista" de Castro habrá caído
en el ridículo una vez más. Pero si lo acepta y manipula con o sin
observadores extranjeros, la actual élite gobernante podría
conseguir la legitimización que tanto necesita.
Hay diferencias entre algunos miembros del exilio tradicional y la oposición
o disidencia interna. Algunas diferencias son de orden generacional. Cierta
gente del exilio preferiría ver a los nuevos opositores internos con
actitudes más firmes y radicales, algo que no parece posible dentro de la
sociedad cubana de hoy, aun férreamente vigilada por el Estado, un estado
que no tiene intenciones de ceder ni un milímetro ante quienes piensen
diferente.
Otros sienten que la atención mundial está centrada en La
Habana, no en el exilio. Que el protagonismo de ciertos grupos, con poco o nada
que hacer desde el extranjero, ha caído en manos de esta nueva disidencia
interna. Nada nuevo, el protagonismo y la falta de unidad minaron también
las contiendas independentistas cubanas del siglo XIX.
Se ha creado inclusive, entre cierta gente, un sofisma infantil: que oposición
y disidencia no son la misma cosa. Que oposición es estar en contra
abiertamente. Que disidencia es estar en desacuerdo con algunas cosas, pero no
con todo. Que hay que apoyar a los opositores, pero no a los disidentes.
El Diccionario Ideológico de la Lengua Española, de Julio
Casares, de la Real Academia Española, podría poner fin a esta
gestión de tonto divisionismo.
En el apartado político, este respetado diccionario define la palabra
oposición de esta manera: "Minoría que en las asambleas
legislativas impugna habitualmente los actos del gobierno", y "Por
extensión, minoría de otros cuerpos deliberantes". El término
oposicionista es explicado como sigue: "persona que pertenece a la oposición
política". Y opositor es "persona que se opone a otra en
cualquier materia".
El mismo diccionario define la palabra disidencia así: "Acción
y efecto de disidir. Desacuerdo de opiniones en materia importante". Por lo
que, según este texto, disentir es "No ajustarse al sentir o parecer
de otro, estar en desacuerdo con él", y disidir significa "Desavenirse,
mostrarse en desacuerdo o apartarse de la común doctrina, creencia o
conducta".
Se ha acusado a uno de los más importantes opositores políticos
cubanos de hoy, Vladimiro Roca, coautor de La Patria es de Todos, de pertenecer
a la disidencia, no a la oposición, por sus raíces socialistas.
Pero Roca cumple actualmente una condena política de cinco años de
prisión.
No es inteligente, desde la comodidad del exilio, entrar en figuraciones semánticas
con aquéllos que están dentro de Cuba, vigilados y acosados por la
policía política. Mucho menos con los que están o podrían
estar pronto en prisión. Tampoco es inteligente, ni piadoso, pedirle al
exilio que calle lo que piensa, y que se olvide del dolor de los años de
cárcel o del hermano ejecutado en un paredón de fusilamiento.
Lo inteligente sería hacer todo lo humanamente posible por evitar
actos de divisionismo, y entender que cuando dos personas tienen un enemigo común,
se supone que deben hacer causa común aun cuando no estén
exactamente de acuerdo en cómo oponerse al enemigo.
Para exiliados, opositores o disidentes la batalla por construir una
sociedad democrática para Cuba, cuanto antes, debe ser la prioridad.
Afortunadamente, así lo entiende la mayoría.
Entre los amantes de la democracia este es un punto fácil de
asimilar, porque después de todo, cuando Cuba viva a plenitud una
sociedad democrática, ahora o dentro de 10 años, cada cual tendrá
la oportunidad de fundar su propio partido. Y el pueblo, a través del
voto, decidirá quien debe gobernar. ¿O la democracia es de otra
manera?
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