El
monaguillo más resistente de Cuba
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, junio - El asunto comenzó cuando yo, después de
varios años de estar rezando el Ave María, sentí la
necesidad de poseer un rosario. Así que un día, en la iglesia del
Cristo de Limpia, en la calle Egido, lo compré. El rosario era de plástico,
lindo, pero por el uso que comencé a darle, al cabo de un año el
hilo de pita que engarzaba las cuentas luminiscentes se deshilachaba y
constantemente tenía que empatarlo. Tardé meses en descubrir que
tenían que existir rosarios cuyas cuentas estuvieran unidas por un
material más resistente. Averigüé, y en todas las iglesias me
dijeron que ese tipo de rosario era difícil de conseguir.
Un día me dirigí a la iglesia de la Virgen de la Merced. También
allí los rosarios eran de plástico e hilo de pita. No obstante,
aproveché la ocasión y penetré en el templo. En la
semipenumbra comencé a deleitarme con la abrumadora ornamentación
barroca, velas encendidas, olor de incienso, silencio, y experimenté un
estremecimiento. Me detuve ante la imagen de Ramón Nonato, por la
sencilla razón que es mi tocayo. Luego me acerqué a dos mujeres
que cuidaban el templo. Las inquirí para que me contaran la historia
santa de mi tocayo. Luego les expliqué el propósito de mi visita.
Al unísono me hablaron de un tal Ramoncito. Me sugirieron que fuera a la
parroquia del Espíritu Santo. Preocupado por lo que ya me habían
adelantado, les dije que un hombre de 95 años quizás no querría
recibirme. Pero las dos mujeres, una blanca y la otra color café con
leche oscuro, me aseguraron que Ramoncito me recibiría.
La distancia que separa a la iglesia de la Merced de la del Espíritu
Santo es de tres cuadras por la calle Cuba. Faltaban dos horas para las seis y
treinta minutos de la tarde, que es la hora de la misa en el Espíritu
Santo. Por la calle Acosta presioné el botón de un timbre. La
puerta de la sacristía se abrió y un joven afrocubano me invitó
a pasar y a que aguardara en un pequeño vestíbulo formado por
mamparas de pie.
A los pocos minutos un hombre de baja estatura, delgado, mulato, que se tiñe
el pelo como los músicos cubanos de la primera mitad del siglo XX y tiene
fama de hombre santo entre los vecinos de la Habana Vieja, recargado de espalda,
con la cabeza ladeada y un ojo más grande que el otro, se acercó.
Le hablé del asunto del rosario, pero cometí el "error"
de impresionarme con su edad patriarcal, con lo cual el asunto del rosario pasó
a un segundo plano y durante más de media hora lo estuve escuchando. Me
habló de la sencillez de su vida, y de la gracia con que Dios le había
permitido vivir tantos años. En un momento de la conversación se
excusó, fue hasta un enorme mueble y regresó con un marco con
cristal que resguardaba una foto en colores donde, en primer plano, se veía
a Ramoncito recibiendo la sagrada hostia de manos del Papa Juan Pablo II en la
Plaza de la Revolución en el año 1998.
Después mi interés se convirtió en asombro. En aquella
parroquia monseñor Angel Gaztelu, amigo de Lezama Lima y fundador del
grupo literario "Orígenes", había ejercido como
sacerdote desde el año 1957 hasta 1983. Y me acordé de aquel
misterioso domingo, en la última mitad de la década de los años
setenta, cuando Reinaldo Arenas me invitó a una misa en cierta iglesia de
la Habana Vieja. Recordé haber visto en aquella misa a Lezama, Virgilio,
Cintio y otras personas. Años después yo descubriría que se
trataba de un cura que hacía poemas. Sin embargo, ahora despertaba de un
letargo. Durante muchos años me había confundido creyendo que esa
misa se había celebrado en el templo de María Auxiliadora.
Otro aspecto de la conversación que despertó mi interés
fue cuando Ramoncito me narró cómo en el año 1936 descubrió
los restos, misteriosamente desaparecidos durante dos siglos, de fray Gerónimo
de Valdés, bajo una loza hundida dentro del templo.
Hubo un momento, como ya dije, en que no me acordaba del rosario. Entonces,
al final de la entrevista, Ramoncito me dijo que regresara a la semana
siguiente. Fui. Y Ramoncito me dijo que aún no tenía el rosario.
Entonces yo me dije: "Estás molestando a este hombre, no vuelvas
más".
Sin embargo, dos semanas después, el 16 de mayo regresé.
Cuando el joven afrocubano abrió la puerta de la sacristía, exclamó:
"¡Ramoncito lo está esperando hace varios días!"
Dentro de la sacristía, el buen hombre se me acercó. Con su mano
derecha buscó en su viejo saco por la parte del corazón, extrajo
un sobre pequeño, y dijo: "Aquí tiene usted el rosario que
andaba buscando".
El rosario que Ramoncito me regaló sin conocerme es una reliquia ante
la cual prefiero guardar silencio.
Esta pequeña historia sobre la búsqueda de un rosario es mucho
más larga. Por eso considero oportuno cerrar la crónica citando el
Evangelio según San Juan, Cap. 16, Ver. 12: "Tengo mucho más
que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes".
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