Fieles
subordinados
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio - Sé muy bien lo que es un subordinado fiel. Un poco
a la fuerza y un poco por voluntad propia fui durante algunos años una
fiel subordinada de un sistema que me precisó a hacer lo que convenía
al sistema. Preguntar si fui feliz sería tonto. Claro que no lo era. ¿Quién
puede serlo haciendo colas (filas) a diario para comer un plato de
carbohidratos, sentada en un cine con las butacas rotas y el aire acondicionado
deficiente, apretujada en un ómnibus como sardinita en lata, viendo cómo
la gente vegeta en las esquinas mientras otros en fuga son devorados por los
tiburones del Estrecho de la Florida y lo peor, ¿quién se atrevía
a quejarse?
Si al menos hubiéramos podido organizar una manifestación
callejera y desahogarnos a grito pelado, con pancartas en las manos que dijeran
que estábamos en contra de algo o de alguien, poder tirarle una
trompetilla al político indeseado que pasaba orondo en su auto por la
avenida, escoger la educación de nuestros hijos y hasta, por qué
no, adquirir el libro prohibido que buscamos afanosamente o la prensa miamense o
madrileña. En fin, ser libres y no fieles subordinados.
Pero el subordinado incondicional de hoy, después de 42 años
de estar sujeto a la pata de un buró, careciendo de lo fundamental y
dependiente como un perrito tranquilo es, para mí, un espécimen
muy difícil de comprender. Clasificar a este tipo de subordinado como una
cosa inferior respecto a otra, es una tarea titánica.
Estos, válgame el Diablo, jamás se rebelaron a un castigo
paterno, por muy injusto que fuera, jamás saltaron una tapia ajena en pos
de una gallina extraviada, nunca dijeron una mala palabra en alta voz o le
pusieron un huevo clueco al asiento de la maestra. Se trata, no hay dudas, de
personas demasiado normales, demasiado tranquilas, demasiado conformes... vaya
usted a saber. Personas, incluso, que no aparecen en los tratados freudianos.
Porque los fidelísimos subordinados de hoy, y de aquí, se
sienten felices mirando a su superior desde abajo, mucho más abajo de los
cordones de sus zapatos, y se sienten realizados aunque pertenezcan a un gremio
de genios anónimos.
Son -perdón- seres que no tuvieron apuro por salir del claustro
materno y contemplar el alba. Hasta lo confiesan sin tapujo: "Los que hemos
sido sus subordinados (...)". Algo así como un hombre sin sombra o
la sombra de un hombre.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|