Los muñequitos
de la infancia
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, junio - En algún momento de los últimos cuarenta años
yo me habré quejado de la pérdida de aquella zona feliz de mi
infancia, en que me aficioné a la letra impresa con la ayuda de las
historietas en forma de revistas que llamábamos muñequitos y que
proliferaban por toda Cuba en los años de 1950.
Qué misterioso encanto perdido cuando no pude seguir disfrutando de
El Halcón, Superman, Pato Donald, Pompeyo, Tarzán, Vidas Ilustres
y todas las historietas que me enseñaron a viajar al interior de uno
mismo.
Sin embargo, el pasado jueves 31 de mayo, a media mañana, visité
la iglesia del Cristo del Buen Viaje y a la entrada del templo había una
pequeña mesa sobre la cual, a precios populares, se vendían
Biblias, revistas, rosarios, medallitas con imágenes de santos,
crucifijos y velas. Y de repente observé un grueso volumen cuya portada
decía: La Biblia Ilustrada. Entonces en alguna zona de mi memoria se
encendió una pequeñísima luz, la luz del niño
remoto, interrumpido.
Este encuentro con Dios, a través de la historieta, lo interpreté
como la clara señal de que aquella infancia mía, interrumpida en
el año 1959, había recomenzado su camino.
Con el grueso volumen entre mis manos comprendí que finalmente
conquistaría una meta difícil: leer de un tirón el Antiguo
y el Nuevo testamento. Lo podría leer, no con la intención teológica
e intelectual de masticar, palabra a palabra, el sentido oculto o indirecto del
libro de los libros, sino con el modesto deseo de abarcar ininterrumpidamente el
mensaje total de la Sagrada Historia.
Quizás las personas que están mentalmente aptas para leer sin
parar el Ulises de Joyce y el Don Quijote de Cervantes me mirarán por
encima del hombro. Pero confieso públicamente que ojalá algún
día hagan una versión ilustrada de estas dos glorias de la
literatura universal, para que mentes débiles como la mía puedan
acceder a estos saberes tan descomunales.
Por lo pronto, después de haber leído La Biblia Ilustrada por
Andre Le Blanc y texto de Iva Hoth, por el Editor Bíblico C. Elvan
Olmstead, Ph. D., ya puedo decir con orgullo: "he leído el Antiguo y
el Nuevo Testamento íntegramente a través de 766 páginas".
Cada página tiene cuatro ilustraciones. Multiplicando 766 páginas
por cuatro ilustraciones tendremos 3 mil 64 imágenes. Y si es cierto que "una
imagen vale por mil palabras", continuando la operación de
multiplicar, tendremos un total de 3 millones 64 mil palabras.
La Biblia de versión popular que poseo tiene aproximadamente un millón
180 mil 224 palabras. De manera que, a través de esta Biblia Ilustrada,
he leído un total de palabras equivalente a tres Biblias.
¿No es motivo de regocijo esta manera de regresar a los muñequitos
de la infancia?
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