Mueren de
muerte natural los parques cubanos
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio - Los cubanos llamamos parque a los jardines públicos,
a las plazas arboladas y hasta los campos de juego. El primer parque que
conocimos fue la Plaza de Armas (siglo XVI) o Plaza de la Iglesia, situado entre
la Iglesia y la Casa de Gobierno. Pero esta plaza está muy lejos hoy de
ser como lo fue en su mejor esplendor, con sus árboles frondosos, sus
altas palmas reales, jardines bien cuidados y pisos relucientes.
Hoy, nuestras plazas y parques están desarbolados en su mayoría,
sin césped ni flores. En una palabra: abandonados. La función de
jardineros y guardaparques desapareció hace ya varias décadas y sólo
escasos vecinos barren el parque cercano a su vivienda con improvisadas pencas
de guano o gastadas escobas.
El propio director provincial de aseguramiento y apoyo de Servicios
Comunales de la capital cubana ha admitido recientemente y de forma pública
la gran necesidad que tienen nuestros parques y plazas de trabajadores que se
dediquen exclusivamente al cuidado de sus áreas verdes, bancos, pisos y
luminarias, de que las autoridades de orden público apliquen medidas para
sancionar a los ciudadanos que cometen infracciones a su ornato, de acuerdo al
Decreto Ley 201.
Con estas afirmaciones en la prensa oficialista este funcionario ha admitido
que, en ese sentido, la ciudad de La Habana ha estado abandonada durante décadas,
exceptuando un área reducida a cargo del Historiador de la Ciudad, señor
Eusebio Leal, tarea que define como "pasión por salvar", como
sucede a muy pocos.
En el año 1936 había en La Habana unos cincuenta parques o
plazas, con poco más de medio millón de metros de arbolado. Hoy,
al cabo de más de seis décadas, la capital cubana disfruta de 810
parques o plazas, casi todos construidos por gobiernos anteriores al de Fidel
Castro. Muy pocos en comparación con el aumento poblacional de la metrópoli:
más de dos millones de habitantes.
También la prensa oficialista destaca que sólo algunos parques
habaneros son calificados de buenos a pesar de que en éstos se han
instalado pequeños centros comerciales que afean y ensucian sus áreas,
sin que un trabajador fijo se ocupe de su limpieza y cuidado. Es por eso que nos
preguntamos en quién recae el grave delito de dejar en manos de NADIE el
cuidado de nuestros parques y plazas, tan necesarios para un medio ambiente
sano. Para salvar responsabilidades, el gobierno achaca las culpas del deterioro
general a la indisciplina social.
Un ejemplo que ilustra los perjuicios de la falta de un guardaparque es lo
que ocurre en la plaza de la Fuente Luminosa, ubicada en la Avenida de Rancho
Boyeros y la calle 26. En sus aguas los niños se lanzan a un peligroso baño
a riesgo de ser electrocutados por las luminarias rotas que permanecen alrededor
de su copa o de caer en profundos registros cuyas tapas las abren los propios niños.
La prensa oficialista destacó este hecho hace unas semanas y la situación
continúa, gracias a la ausencia de un guardaparque.
El abandono de estos lugares se ha generalizado de tal modo, que en muchos
casos son los propios vecinos de plazas y parques que ponen en práctica
sus iniciativas con el fin de contribuir con el "pulmón verde"
de la capital, como sucedió en el bosque de Pogolotti, en Marianao, La
Ceiba, Puentes Grandes y otras zonas populosas.
Paradójicamente, el programa de Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA) ha otorgado dos premios a organizaciones cubanas por su
destacada actividad en defensa del entorno ambiental y precisamente La Habana,
junto a la ciudad italiana de Turín, fue seleccionada como sede para
celebrar internacionalmente el Día Mundial del Medio Ambiente, el pasado
5 de junio.
Con este propósito, el gobierno cubano se apuró para efectuar
la reapertura de varias zonas del Parque Almendares, abandonado durante años,
y sembrar cientos de árboles. Inaugurado en 1937, este parque siempre gozó
de una fama bien merecida no sólo por sus bellezas naturales, sino además
por la limpieza de su río. En la actualidad, las aguas del Almendares están
tan afectadas que quien ose bañarse en él estaría expuesto
a una muerte segura. Ejemplos como éstos demuestran que el gobierno
cubano jamás ha priorizado el cuidado de los recursos naturales del país.
Un recorrido a vuelo de pájaro por nuestros parques y plazas ofrece
un saldo muy deprimente. Parques de diversiones como el Lenin, el Coney Island,
en la playa de Marianao, y muchos otros, han desaparecido de muerte natural y en
sus áreas no queda ni la hierba, como tampoco quedan las esculturas de mármol
italiano en el muy concurrido Parque Central, situado en Prado y Neptuno,
construido a comienzos del siglo pasado y donde puede verse la estatua más
importante de José Martí.
Sin embargo, para los enamorados, las plazas y parques cubanos representan
el lugar más idóneo: ni hay guardaparques que cuiden el orden, ni
luminarias que delaten los furtivos besos en la oscuridad de la noche.
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