A paso de
bastón: El Engendro y yo
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - Mi primer encuentro con El Engendro se produjo alrededor
de un año atrás, cuando al visitar a una familia que reside en el
oeste de La Habana se me ofreció la oportunidad de adquirirlo por 400 dólares.
Abandonado en un cuarto, cubierto de polvo, surcado de cicatrices producidas por
abusos de sus amos, El Engendro y yo -diríase- nos miramos cual potencias
enemigas. Aquel artefacto había perdido el hábito de ser tratado
con el despotismo ilustrado que caracteriza a los dueños inteligentes.
Desde ya, parecía avisarme de cuántas resistencias me dedicaría.
Sin embargo, sus intensos envíos de energía negativa no me
ocultaron sus deseos de rodar airoso. Para mí, representaba un reto:
pasar de ser un ciclista discapacitado a devenir... motociclista de ese género.
Uno de los pocos del país. Además, era como saltar una de las
cercas impuestas a los periodistas independientes. Porque, dígase de una
vez, El Engendro es una motocicleta de pequeño cubitaje cuya adquisición
de tercera mano, como de paso, informa de la imposibilidad que tienen los
discapacitados isleños de comprar vehículos de motor, aunque
puedan pagarlos, en las tiendas especializadas del gobierno de Fidel Castro.
Asunto de inconstitucionalidad, así de simple.
Pese a ostensibles resabios y corcoveos traperos, vi en El Engendro virtudes
esenciales para prevenir confiscaciones de la policía política:
papeles en regla y motor inferior a 50 centímetros cúbicos, por lo
que se le considera oficialmente como bicicleta motorizada, aunque por empuje y
velocidad emule con una Harley-Davidson en miniatura. La tentación era
enorme; terminé por aceptar el reto de domarle, "with a little help
from my friends". Isla y Exilio: pájaro de dos alas. Desde Miami,
California y Europa, varios comprometidos con la causa de la libertad de expresión
para todos los cubanos reunieron 550 dólares. De sus bolsillos vino el
apoyo para adquirir, reparar y adaptar a mis discapacidades el entonces malvado
Engendro, aunque nadie saque por ello la conclusión de mi rechazo a otros
tipos de ayudas al periodismo independiente cubano, al estilo de la sociedad de
colegas Márquez Sterling.
"Cuentas claras conservan amistades", apunta el refrán. Del
presupuesto original de 550 dólares ya se invirtieron 510. El Engendro,
bufante y agresivo, aún sin pintar y pendiente de luces nocturnas,
circula por las calles de La Habana y atrae comentarios de motociclistas,
quienes le consideran un cacharro de bríos y dignidad, mostrada en la
funda que carga mi bastón, tal y como en el Far West se portaba el
Winchester en la silla de montar. Doce ofertas de compra, en diez días.
Pero ni hablar. No es lo mismo enfrentar el viento este del Malecón
habanero pedaleando sobre una bicicleta, que hacerlo sobre este corcel resabioso
que es El Engendro. Diez años de pedaleo simbolizan al llamado período
especial, los nuevos escenarios cubanos requieren de nuevos símbolos que
expresen el avance de una cultura de resistencia frente al post-totalitarismo.
Esa cultura de resistencia no sólo vive entre comprometidos con la
causa de la libertad de expresión para todos los cubanos. Se manifiesta
además en una economía de resistencia capaz de producir "por
cuenta propia" parte de las piezas que necesitó El Engendro. Sus
bandas de frenos salieron de las manos de Fonseca, toda una institución
entre los motociclistas habaneros, para quienes algunos de sus productos son
mejores que las de ciertas transnacionales, una afirmación sin dudas
probatoria de hasta dónde las trabas gubernamentales a las pequeñas
y medianas empresas privadas y cooperativas se erigen en motivos del
subdesarrollo cubano. Por cierto, no sólo el lucro es capaz de movilizar
a esa economía de resistencia: Julio César y Emilio, mecánicos
de inventiva genial, no aceptaron cobrarme sus servicios cuando me supieron
periodista independiente. Exhibieron cómplices sonrisas de piratas y
dijeron: "Para gente como tú, enfundamos los cuchillos". El
viejo Fonseca me había recomendado darles un poco de conversación,
un día que le encontré en la paladar de mi amigo Samuel.
El Engendro y yo nos vamos entendiendo. Atrás quedó el día
en que pareció que nos mirábamos cual potencias enemigas. "Amor,
con amor se paga". Sobre todo cuando el viento habanero nos enfrenta,
cargados de símbolos de libertad.
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