CUBANET .INDEPENDIENTE

10 de junio, 2001


A paso de bastón: El Engendro y yo

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, junio - Mi primer encuentro con El Engendro se produjo alrededor de un año atrás, cuando al visitar a una familia que reside en el oeste de La Habana se me ofreció la oportunidad de adquirirlo por 400 dólares. Abandonado en un cuarto, cubierto de polvo, surcado de cicatrices producidas por abusos de sus amos, El Engendro y yo -diríase- nos miramos cual potencias enemigas. Aquel artefacto había perdido el hábito de ser tratado con el despotismo ilustrado que caracteriza a los dueños inteligentes. Desde ya, parecía avisarme de cuántas resistencias me dedicaría.

Sin embargo, sus intensos envíos de energía negativa no me ocultaron sus deseos de rodar airoso. Para mí, representaba un reto: pasar de ser un ciclista discapacitado a devenir... motociclista de ese género. Uno de los pocos del país. Además, era como saltar una de las cercas impuestas a los periodistas independientes. Porque, dígase de una vez, El Engendro es una motocicleta de pequeño cubitaje cuya adquisición de tercera mano, como de paso, informa de la imposibilidad que tienen los discapacitados isleños de comprar vehículos de motor, aunque puedan pagarlos, en las tiendas especializadas del gobierno de Fidel Castro. Asunto de inconstitucionalidad, así de simple.

Pese a ostensibles resabios y corcoveos traperos, vi en El Engendro virtudes esenciales para prevenir confiscaciones de la policía política: papeles en regla y motor inferior a 50 centímetros cúbicos, por lo que se le considera oficialmente como bicicleta motorizada, aunque por empuje y velocidad emule con una Harley-Davidson en miniatura. La tentación era enorme; terminé por aceptar el reto de domarle, "with a little help from my friends". Isla y Exilio: pájaro de dos alas. Desde Miami, California y Europa, varios comprometidos con la causa de la libertad de expresión para todos los cubanos reunieron 550 dólares. De sus bolsillos vino el apoyo para adquirir, reparar y adaptar a mis discapacidades el entonces malvado Engendro, aunque nadie saque por ello la conclusión de mi rechazo a otros tipos de ayudas al periodismo independiente cubano, al estilo de la sociedad de colegas Márquez Sterling.

"Cuentas claras conservan amistades", apunta el refrán. Del presupuesto original de 550 dólares ya se invirtieron 510. El Engendro, bufante y agresivo, aún sin pintar y pendiente de luces nocturnas, circula por las calles de La Habana y atrae comentarios de motociclistas, quienes le consideran un cacharro de bríos y dignidad, mostrada en la funda que carga mi bastón, tal y como en el Far West se portaba el Winchester en la silla de montar. Doce ofertas de compra, en diez días. Pero ni hablar. No es lo mismo enfrentar el viento este del Malecón habanero pedaleando sobre una bicicleta, que hacerlo sobre este corcel resabioso que es El Engendro. Diez años de pedaleo simbolizan al llamado período especial, los nuevos escenarios cubanos requieren de nuevos símbolos que expresen el avance de una cultura de resistencia frente al post-totalitarismo.

Esa cultura de resistencia no sólo vive entre comprometidos con la causa de la libertad de expresión para todos los cubanos. Se manifiesta además en una economía de resistencia capaz de producir "por cuenta propia" parte de las piezas que necesitó El Engendro. Sus bandas de frenos salieron de las manos de Fonseca, toda una institución entre los motociclistas habaneros, para quienes algunos de sus productos son mejores que las de ciertas transnacionales, una afirmación sin dudas probatoria de hasta dónde las trabas gubernamentales a las pequeñas y medianas empresas privadas y cooperativas se erigen en motivos del subdesarrollo cubano. Por cierto, no sólo el lucro es capaz de movilizar a esa economía de resistencia: Julio César y Emilio, mecánicos de inventiva genial, no aceptaron cobrarme sus servicios cuando me supieron periodista independiente. Exhibieron cómplices sonrisas de piratas y dijeron: "Para gente como tú, enfundamos los cuchillos". El viejo Fonseca me había recomendado darles un poco de conversación, un día que le encontré en la paladar de mi amigo Samuel.

El Engendro y yo nos vamos entendiendo. Atrás quedó el día en que pareció que nos mirábamos cual potencias enemigas. "Amor, con amor se paga". Sobre todo cuando el viento habanero nos enfrenta, cargados de símbolos de libertad.


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