CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de junio, 2001


Martha, del jardín linda flor

Claudia Márquez Linares, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - "¡Qué desgracia!", exclamó Martha mientras intentaba a tientas encender el "mechón" (botella de vidrio con mecha de trapo) de keroseno en medio de la oscuridad del inoportuno apagón. Ella escuchaba a su hijo de cuatro años que le decía: "Mami, tengo hambre". Y también a la vecina de al lado que, desde el balcón de su casa, vociferaba contra la Empresa Eléctrica de Cuba.

Cada día, después de trabajar ocho horas como secretaria, Martha tiene que enfrentarse a la mayor odisea de la mujer cubana de hoy: buscar qué darle de comer a su familia con un sueldo de 171 pesos y la insuficiente canasta que el Estado socialista le permite mensualmente comprar a cada ciudadano por la libreta de "abastecimiento". Martha sabe que tiene que "resolver" y para ello optó por vender cucuruchos de maní en las paradas de los "camellos". Vende maní, sólo por las noches, para que los inspectores no la multen por no pagar la licencia establecida por ley.

Con nostalgia, Martha recuerda cómo hace tres años su esposo se despidió de ella en la Playa del Chivo. El decidió irse a Estados Unidos en una balsa. Pasó el tiempo y más nunca supo de él. En el mar quedaron todas sus esperanzas.

Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) más del 30 por ciento de los hogares cubanos tienen como cabeza de familia a mujeres, y en Ciudad de La Habana radica más del 50 por ciento de estos casos.

Combinar el trabajo con los quehaceres domésticos es una de las ecuaciones más difíciles por las que atraviesa la generalidad de la población femenina de la Isla. Sobre todo cuando el microwave y la aspiradora, por sólo citar un par de equipos electrodomésticos, son exclusivos de las mujeres cuyos esposos son altos funcionarios del gobierno o del Partido Comunista, que disfrutan de las bondades de la tecnología capitalista.

Martha llega a su casa a las cinco y media de la tarde. Según ella, los apagones le han quitado hasta las ganas de vivir. Queda un poco de arroz de ayer en el refrigerador y un solo huevo. "Al menos el niño tendrá qué comer", se consuela. Ambos se acuestan temprano, como de costumbre. Ella siente cómo el hambre le golpea fuerte, muy fuerte en la boca del estómago. El pequeño duerme. Ella irá a vender maní. Así transcurren los días, uno detrás del otro.


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