CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de junio, 2001


La Habana espera por nosotros

Pedro Crespo, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - Cuentan que en la década del cincuenta la calle San Rafael tuvo su mayor apogeo distinguiéndose, sobre todo, el segmento que comienza en Galiano y termina en Prado. Mis mayores coinciden en que era ése uno de los paseos predilectos de las familias habaneras de esa época, que salían en las noches a mirar las afrancesadas vidrieras.

Tengo un amigo que aún recuerda aquella mañana en que tras las vidrieras de Sánchez Mola apareció un Buick descapotable. Los dueños de este almacén, en franca competencia con las tiendas vecinas, tuvieron la original idea de, aprovechando el sigilo de la madrugada, destornillar las vidrieras, cambiar el decorado y, probablemente con la ayuda de una grúa, introducir el flamante automóvil destinado a un sorteo. Lo que hoy es práctica común en cualquier tienda del mundo, se probaba en La Habana quizás por primera vez. Imagino la cara de los transeúntes al ver aquella inmensidad de auto constreñida a una vidriera, y lamento que un comercio prestigioso sea un edificio en ruinas en este momento.

Mucho se cuenta de emporios comerciales como El Encanto y Fin de Siglo por la calidad de sus productos y servicios. El primero, reducido a cenizas por un presunto sabotaje dio lugar a un parque memorial de la tragedia en que perdió la vida Fe del Valle, trabajadora de la tienda. El segundo, abandonado por alguna empresa que lo dejó deteriorarse y que ahora, con el afán de obtener dólares, lo restaura.

No debemos olvidar que cuando en Cuba las tiendas por departamentos eran un hecho común, en muchos países de Europa y en casi toda la América Latina este tipo de comercio no existía.

Sin embargo, la fiebre de las retauraciones no ha llegado a cubrir toda la calle. Los cines Rex y Duplex están clausurados hace años para ser presuntamente reparados y esperan por el momento de desplomarse quizás con la esperanza de permanecer para siempre en la memoria popular gracias a la crónica de algún cinéfilo sentimental. Suerte dudosa espera al Hotel Bristol, convertido hoy en improvisada casa de vecindad, y a las maltrechas tiendecitas que se alternan con ventas de quincalla en dólares o ropa reciclada a precios aciclonados.

De todas formas, la calle que conocí no fue la de los años cincuenta. Nací mucho después, y mis paseos de adolescente sólo conocieron el remedo de bulevar en la mejor época del socialismo real. Se instalaban entonces allí las tiendas del mercado paralelo, y en cualquier comercio podías conseguir a precios bastante módicos aquel jamón de agua que inexorablemente mis padres me llevaban a la escuela al campo y las confituras, enlatados, ropas, electrodomésticos de la Europa del Este. En esa época tuvo su época de oro el Bulevar -gloria conocida por mi generación- mientras el Rex y el Duplex cambiaban semanalmente su cartelera y la entrada costaba sesenta centavos de peso, con rebaja a cuarenta si el aire acondicionado estaba defectuoso. Después de la película se podía tomar un batido o un "tres gracias" (tres bolas de helado) en el Arlequín o comerse una pizzeta en un local ubicado frente a estos cines.

Las cosas han cambiado, y en aquella librería Viet Nam que alternaba las Obras Completas de Lenin con las de José Martí, donde a pesar de los cánones vigentes se podía escoger algún texto que llevar a la casa, ha estado funcionando, en días de fin de año, un extraño servicio de bar-cafetería con pretendida imagen de café literario con bafles en la calle. Ya corría el riesgo de terminar convertida en una piloto (sitio donde se vende creveza a granel). No sé si decir que por fortuna este sitio lo cerraron por inventario, ahora lo espera su nuevo destino y no me atrevo a dar un buen presagio.

Lo más grotesco del Bulevar de San Rafael en la actualidad son las mesitas sacadas a la calle en el último tramo, ubicadas entre el Nautilus Bar, el Hotel Inglaterra, "las espaldas" del teatro Garcia Lorca y el célebre Cabaret Nacional, que nunca tuve por recomendable. Allí se puede encontrar una atmósfera digna de la pluma de Vázquez Montalbán: una muchedumbre de jovencitos y adolescentes de ambos sexos toman la calle, porque el Cabaret Nacional es también discoteca y en la tarde ofrece a nuestros jóvenes una "matinee". Profusión de argollas y tatuajes, torsos semidesnudos, licras y dientes de oro crean el pastiche que nunca pudo pintar el Bosco.

Al otro extremo, en el parque Fe del Valle, el quiosco de la prensa ofrece servicio telefónico. Abajo, en el otro nivel del parque, unos niños juegan al "taco" (especie de mini-baseball donde el bate es un pedazo de palo de escoba y la pelota -el taco- es un pequeño trozo de ese mismo palo). Me distraigo con el partido, y espero unos minutos a ver si alguien le acierta a dar a la improvisada bola. Hay una baranda pintada de consignas. Parejas que se besan a la sombra. La tarde cae con el cambio de horario, cae con el resumen de nuestras vidas en tonos violetas y alcalinos, cae sobre esta ciudad dormida que, gentilmente, espera por nosotros.


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