El exilio es un reflejo de Cuba, en muchos sentidos: Miami es su capital,
como La Habana lo es de la isla. Y aunque existen fuertes núcleos en
Nueva Jersey, Los Angeles, Puerto Rico y Madrid, al igual que ocurre en Cuba,
las vivencias en "el interior'' no son las mismas que en "la
capital''. Porque ese exilio "periférico'', muchas veces en gran
soledad, en una cultura distinta, con otro clima, sin apenas contacto con
nuestras raíces y nuestros coterráneos, marca nuestras vidas de
manera diferente.
Eso ya lo imaginábamos cuando en mayo de 1980 nos afincamos, con
nuestros tres pequeños hijos, en la gélida Syracuse, Central Nueva
York, mediana ciudad a una hora en máquina del Canadá y a cinco de
la Gran Manzana. Allí todos los hispanos no pasan de 15 mil y no hubo
radio ni televisión en español hasta el año pasado.
Nuestras tres prioridades, al llegar a Syracuse, eran mantenerles el idioma
y raíces a los niños, insertarnos en la sociedad a la que llegábamos
y continuar nuestro trabajo de exiliados cubanos. Y pusimos en marcha un plan
para lograrlo.
Para mantenerles a los niños su idioma y cubanidad, establecimos que
en casa sólo se hablaría en castellano y compramos un radio de
onda corta que, diariamente, sintonizábamos en la Voz de América y
luego en Radio Martí. Mas esta "majadería'' de papá y
mamá no podría durar mucho por sí sola. Y organizamos y
presidimos el "Club Las Palmas'' que, para lograr una mínima masa crítica
de 25 familias, incluyó también a iberoamericanos de todas las
latitudes.
El club publicaba un boletín mensual en castellano, con canciones
populares, poesías, artículos históricos, noticias, etc.
Celebraba un concurso anual de composiciones, el Día de la Raza, en las
escuelas del condado y montaba, en el Festival de las Naciones, el quiosco de
Cuba, con su emblema y fotos, donde tocábamos nuestra música. Se
honraban también las fechas patrias, cubanas y de Iberoamérica,
con charlas y exposiciones: allí celebramos el centenario del 24 de
febrero y el sesquicentenario del Descubrimiento...
Allí también aprendimos, con nuestros hermanos de Iberoamérica,
de sus problemas nacionales y políticos y de cómo percibían
la revolución cubana. Y experimentamos la discriminación hacia las
minorías hispanas, cosa que no se siente en Miami, pues los hispanos aquí
son mayoría y tienen el poder político y económico...
Aprendimos que nuestros problemas, muy importantes para nosotros, constituían
para ellos sólo uno entre muchos. Y que si queríamos obtener
solidaridad para con los nuestros debíamos comenzar por darla para los de
ellos.
Los que hemos vivido en el exilio 'periférico' vemos y enfrentamos la
vida de una manera distinta que los del exilio de Miami
Para insertarnos en la sociedad del middle America, que nos abrió sus
puertas, nos integramos en la Iglesia, que aquí también es como
club, de donde se extraen los pocos amigos que la ajetreada vida y el largo
invierno nos permiten. Así conocimos de sus virtudes y sus problemas, que
aunque distintos, son tan válidos y apremiantes como los de cualquiera y
también requieren solución. Y nos integramos a sus juntas
escolares, de bibliotecas, de ciudadanos y de los scouts, porque así los
podíamos entender mejor.
Y comenzamos a escribir en sus periódicos, para proseguir desde
nuestra trinchera de ideas la faena de ayudar a reincorporar a Cuba a su
trayectoria normal. En sus quince años, nuestra columna ha tenido algún
efecto, a juzgar por la animadversión que ha levantado en el
establishment procastrista de nuestra comunidad y que tanto nos perjudicó
en algunos estratos de la universidad... Y desde las páginas de El Nuevo
Herald y los micrófonos de la Voz del CID, a través de nuestro
programa dominical Sobremesa, tratamos de llevar nuestro mensaje de cubanidad a
las comunidades del exilio y de dentro de la isla.
Mas todo esto resultó insuficiente para nuestros hijos y resolvimos
salir fuera por un tiempo. Con nuestra Fulbright en México pudimos al fin
mostrarles la estructura y el modelo de vida de donde proveníamos... Allí
finalmente los muchachos comprendieron que no éramos diferentes, sino
que, como el patito feo, estábamos en un estanque ajeno...
Los que hemos vivido en el exilio "periférico'' indudablemente
vemos y enfrentamos la vida de una manera distinta que los del exilio de Miami,
pues "el hombre es él y su circunstancia''. Pero como el pluralismo
es precisamente lo que nos une y nos define, esta sana diferencia sólo
nos hace más fuertes y completos.
Director del Proyecto Juárez Lincoln Martí. |