CUBANET .INDEPENDIENTE

5 de junio, 2001


Prisioneros de Castro

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - El gobierno de Fidel Castro siempre ha castigado a sus emigrantes. Desde la temprana década de los sesenta creó mecanismos de represión contra aquellos que deseaban abandonar el país. El trauma que en sí mismo significa marcharse de la Patria se ha visto recrudecido por los métodos brutales que ha utilizado a lo largo de cuatro décadas. Sin embargo, más de dos millones de cubanos han afrontado los rigores y conforman hoy el éxodo más grande de que se tenga memoria en la historia de Cuba.

Yo he sido testigo y, hoy, víctima de ellos.

No se aparta de mi memoria la aflicción de Fabián y Guillermina viendo a su hijo Rolando Sosa Zamora padeciendo en un campamento agrícola mientras aguardaba la liberación. Fueron más de dos años de martirio. Rolando trabajaba en una peletería cuando decidió partir. Lo despidieron de la tienda -ya intervenida- y lo obligaron a realizar las labores más arduas de la agricultura. Visitaba a sus padres con las manos deshechas y el cuerpo molido. Raúl Sosa, su hermano menor y uno de mis mejores amigos de la infancia, se enfurecía frente a los maltratos, pero nada podía hacer para aliviar los padecimientos de toda la familia. Años después, cuando murió Fabián, y más tarde Guillermina, Rolando no pudo asistir a las exequias, no se lo permitió el gobierno. El escarmiento no había concluido. Entonces yo era un niño y estudiaba en la secundaria. Anoté en mi memoria semejante hazaña de la Revolución Triunfante.

Comenzaron las fugas clandestinas. Era la mejor enfrentarse a los tiburones del Estrecho de la Florida que padecer los vituperios y los atropellos a que sometía el régimen a quienes declaraban abiertamente su deseo de marcharse del país. No pasaba un día sin que nos enterásemos de que alguien se había ido. El tráfico era incontenible. Partían pescadores con familias enteras. Se fabricaban embarcaciones rudimentarias. Se evadían funcionarios y militares, artistas y profesionales en viajes oficiales. Y los que no tenían la suerte de llegar y eran sorprendidos por las naves guardafronteras cubanas cumplían largas condenas en las cárceles del país.

1980 fue la apoteosis de la represión. Después de los sucesos de la Embajada del Perú se desató la más bestial cruzada que se recuerde contra aquellos que deseaban partir. Yo vi jaurías enfebrecidas bombardeando con toda clase de inmundicias los hogares de quienes partirían. Yo vi valientes de manadas golpear a indefensos ciudadanos. Yo vi desnudar en plena calle, y bajo andanadas de groserías gritadas como en delirante frenesí, a una mujer. Yo vi a un niño aterrado llorar de espanto e impotencia mientras una golpiza salvaje dejaba inconsciente a su padre. Yo vi frágiles embarcaciones salir de Puerto Mariel repletas de personas decentes mezcladas con delincuentes sacados de las cárceles por el gobierno para darle a la emigración masiva un carácter de lacra social en estampida. Grabé en mi recuerdo la otra heroica victoria de la Revolución sobre el brutal imperio.

El Maleconazo de agosto de 1994 trajo muertes y desespero. El remolcador 13 de Marzo se hundía con su carga de mujeres y niños que sólo deseaban escapar de tantas victorias socialistas. La base naval de Guantánamo fue albergue, durante largos meses de hacinamiento, promiscuidad e incertidumbre, donde cubanos de todos los estratos expiaron la culpa de no querer seguir construyendo -ya sin petróleo soviético- el socialismo. Miles de jóvenes expusieron sus vidas sobre bacinillas flotantes para no seguir siendo "la arcilla fundamental de la revolución". Todos pagaban el alto precio, en divisas sin posible conversión, de no seguir siendo esclavos de un peso sin valor.

El flujo de emigrantes clandestinos no ha podido ser detenido a pesar de que naves guardafronteras norteamericanas devuelven mensualmente a decenas de ilegales que se arriesgan sobre los más increíbles artefactos de construcción casera. Mueren jóvenes en los trenes de aterrizaje de aviones que parten del aeropuerto habanero. Se exponen niños sobre embarcaciones inseguras y aún así el gobierno cubano tiene la desfachatez de negar el calificativo "de exilio" a la diáspora cubana. Quiere verlo como una migración puramente económica. Pero, ¿qué cubano en el extranjero tiene un recuerdo grato de su partida? Siempre han sido castigados. Los que deben su evasión a un viaje oficial son catalogados de "desertores" y castigados con no poder reunificar a su familia. Los beneficiados por el sorteo de visas norteamericanas (bombo) son castigados con enormes sumas, pagaderas en divisas, que muchas veces impiden su partida. Los refugiados políticos padecen la retención de su "permiso de salida" hasta tanto se le antoje al gobierno de Castro. Los que deciden marcharse por cuenta propia son castigados por el sol, el mar, los tiburones, el desencanto de una devolución que los marcará para siempre. Nadie sale ileso del atrevimiento. Dejar de ser prisionero de Castro tiene un costo y la mano omnipotente del "máximo líder" sabe muy bien cómo cobrarlo.

Nunca ningún gobierno atropelló tanto a los emigrantes, ni nunca éstos tuvieron que permanecer tanto tiempo en tierras ajenas y prestadas. Sólo el aberrante, caprichoso, testarudo y humillante permanentismo político en un país sometido al más cruel estatismo ideológico, como el cubano, ha condenado a tan vasto y largo exilio. Comparable únicamente al sufrido por Moisés y su pueblo entre, aproximadamente, 1250 y 1210 antes de Cristo. Exodo que primero dividió la familia, luego la incomunicó y más tarde se aprovechó de la comunicación restablecida para sacar ventajas económicas.

Hoy el potencial migratorio cubano deslinda todos los cálculos y pronósticos. Nunca en la historia de Cuba se produjo tanto afán por la partida. Independientemente de las vías legales y clandestinas la población ha creado otras sendas de escape: matrimonios por convenios, invitaciones por parte de amigos residentes en el extranjero, incorporación a la disidencia. Y es a esta última modalidad a la que más teme el gobierno cubano. Imagine que todo el potencial migratorio decida incorporarse a la disidencia. Sería la catástrofe, la debacle del sistema. No sería necesario emigrar. Se vendría abajo todo el falso andamiaje de apoyo popular que pretende mostrar el régimen. Y he ahí la clave de por qué en estos momentos más de dos decenas de opositores y periodistas independientes, con visas para emigrar a Estados Unidos, son retenidos en Cuba por parte del gobierno de Castro. Ya no sólo se les quiere castigar por el atrevimiento de marcharse, sino que se quieren mostrar sus cabezas sangrantes clavadas en las lanzas del desespero, la angustia, la locura, ante el pueblo, para que sirva de escarmiento. El gobierno tiene que atajar la tendencia a usar la disidencia como una vía migratoria. Y yo creo que tiene razón. Cada día son más los disidentes y más los emigrantes en el paraíso socialista tropical. ¿Qué pasará que hay tanta gente disintiendo y huyendo?


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