Prisioneros
de Castro
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - El gobierno de Fidel Castro siempre ha castigado a sus
emigrantes. Desde la temprana década de los sesenta creó
mecanismos de represión contra aquellos que deseaban abandonar el país.
El trauma que en sí mismo significa marcharse de la Patria se ha visto
recrudecido por los métodos brutales que ha utilizado a lo largo de
cuatro décadas. Sin embargo, más de dos millones de cubanos han
afrontado los rigores y conforman hoy el éxodo más grande de que
se tenga memoria en la historia de Cuba.
Yo he sido testigo y, hoy, víctima de ellos.
No se aparta de mi memoria la aflicción de Fabián y
Guillermina viendo a su hijo Rolando Sosa Zamora padeciendo en un campamento agrícola
mientras aguardaba la liberación. Fueron más de dos años de
martirio. Rolando trabajaba en una peletería cuando decidió
partir. Lo despidieron de la tienda -ya intervenida- y lo obligaron a realizar
las labores más arduas de la agricultura. Visitaba a sus padres con las
manos deshechas y el cuerpo molido. Raúl Sosa, su hermano menor y uno de
mis mejores amigos de la infancia, se enfurecía frente a los maltratos,
pero nada podía hacer para aliviar los padecimientos de toda la familia.
Años después, cuando murió Fabián, y más
tarde Guillermina, Rolando no pudo asistir a las exequias, no se lo permitió
el gobierno. El escarmiento no había concluido. Entonces yo era un niño
y estudiaba en la secundaria. Anoté en mi memoria semejante hazaña
de la Revolución Triunfante.
Comenzaron las fugas clandestinas. Era la mejor enfrentarse a los tiburones
del Estrecho de la Florida que padecer los vituperios y los atropellos a que
sometía el régimen a quienes declaraban abiertamente su deseo de
marcharse del país. No pasaba un día sin que nos enterásemos
de que alguien se había ido. El tráfico era incontenible. Partían
pescadores con familias enteras. Se fabricaban embarcaciones rudimentarias. Se
evadían funcionarios y militares, artistas y profesionales en viajes
oficiales. Y los que no tenían la suerte de llegar y eran sorprendidos
por las naves guardafronteras cubanas cumplían largas condenas en las cárceles
del país.
1980 fue la apoteosis de la represión. Después de los sucesos
de la Embajada del Perú se desató la más bestial cruzada
que se recuerde contra aquellos que deseaban partir. Yo vi jaurías
enfebrecidas bombardeando con toda clase de inmundicias los hogares de quienes
partirían. Yo vi valientes de manadas golpear a indefensos ciudadanos. Yo
vi desnudar en plena calle, y bajo andanadas de groserías gritadas como
en delirante frenesí, a una mujer. Yo vi a un niño aterrado llorar
de espanto e impotencia mientras una golpiza salvaje dejaba inconsciente a su
padre. Yo vi frágiles embarcaciones salir de Puerto Mariel repletas de
personas decentes mezcladas con delincuentes sacados de las cárceles por
el gobierno para darle a la emigración masiva un carácter de lacra
social en estampida. Grabé en mi recuerdo la otra heroica victoria de la
Revolución sobre el brutal imperio.
El Maleconazo de agosto de 1994 trajo muertes y desespero. El remolcador 13
de Marzo se hundía con su carga de mujeres y niños que sólo
deseaban escapar de tantas victorias socialistas. La base naval de Guantánamo
fue albergue, durante largos meses de hacinamiento, promiscuidad e
incertidumbre, donde cubanos de todos los estratos expiaron la culpa de no
querer seguir construyendo -ya sin petróleo soviético- el
socialismo. Miles de jóvenes expusieron sus vidas sobre bacinillas
flotantes para no seguir siendo "la arcilla fundamental de la revolución".
Todos pagaban el alto precio, en divisas sin posible conversión, de no
seguir siendo esclavos de un peso sin valor.
El flujo de emigrantes clandestinos no ha podido ser detenido a pesar de que
naves guardafronteras norteamericanas devuelven mensualmente a decenas de
ilegales que se arriesgan sobre los más increíbles artefactos de
construcción casera. Mueren jóvenes en los trenes de aterrizaje de
aviones que parten del aeropuerto habanero. Se exponen niños sobre
embarcaciones inseguras y aún así el gobierno cubano tiene la
desfachatez de negar el calificativo "de exilio" a la diáspora
cubana. Quiere verlo como una migración puramente económica. Pero,
¿qué cubano en el extranjero tiene un recuerdo grato de su partida?
Siempre han sido castigados. Los que deben su evasión a un viaje oficial
son catalogados de "desertores" y castigados con no poder reunificar a
su familia. Los beneficiados por el sorteo de visas norteamericanas (bombo) son
castigados con enormes sumas, pagaderas en divisas, que muchas veces impiden su
partida. Los refugiados políticos padecen la retención de su "permiso
de salida" hasta tanto se le antoje al gobierno de Castro. Los que deciden
marcharse por cuenta propia son castigados por el sol, el mar, los tiburones, el
desencanto de una devolución que los marcará para siempre. Nadie
sale ileso del atrevimiento. Dejar de ser prisionero de Castro tiene un costo y
la mano omnipotente del "máximo líder" sabe muy bien cómo
cobrarlo.
Nunca ningún gobierno atropelló tanto a los emigrantes, ni
nunca éstos tuvieron que permanecer tanto tiempo en tierras ajenas y
prestadas. Sólo el aberrante, caprichoso, testarudo y humillante
permanentismo político en un país sometido al más cruel
estatismo ideológico, como el cubano, ha condenado a tan vasto y largo
exilio. Comparable únicamente al sufrido por Moisés y su pueblo
entre, aproximadamente, 1250 y 1210 antes de Cristo. Exodo que primero dividió
la familia, luego la incomunicó y más tarde se aprovechó de
la comunicación restablecida para sacar ventajas económicas.
Hoy el potencial migratorio cubano deslinda todos los cálculos y pronósticos.
Nunca en la historia de Cuba se produjo tanto afán por la partida.
Independientemente de las vías legales y clandestinas la población
ha creado otras sendas de escape: matrimonios por convenios, invitaciones por
parte de amigos residentes en el extranjero, incorporación a la
disidencia. Y es a esta última modalidad a la que más teme el
gobierno cubano. Imagine que todo el potencial migratorio decida incorporarse a
la disidencia. Sería la catástrofe, la debacle del sistema. No sería
necesario emigrar. Se vendría abajo todo el falso andamiaje de apoyo
popular que pretende mostrar el régimen. Y he ahí la clave de por
qué en estos momentos más de dos decenas de opositores y
periodistas independientes, con visas para emigrar a Estados Unidos, son
retenidos en Cuba por parte del gobierno de Castro. Ya no sólo se les
quiere castigar por el atrevimiento de marcharse, sino que se quieren mostrar
sus cabezas sangrantes clavadas en las lanzas del desespero, la angustia, la
locura, ante el pueblo, para que sirva de escarmiento. El gobierno tiene que
atajar la tendencia a usar la disidencia como una vía migratoria. Y yo
creo que tiene razón. Cada día son más los disidentes y más
los emigrantes en el paraíso socialista tropical. ¿Qué pasará
que hay tanta gente disintiendo y huyendo?
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