Los vecinos
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, junio - En un país donde las telenovelas gozan de un
aprecio tan arraigado como Cuba, los vecinos constituyen algo más que
simples extras de la película de nuestras vidas cotidianas.
Cuando no hay más tema a discutir en ese parlamento familiar que abre
sus sesiones a la hora de la comida, entonces surgen las historias de los
vecinos.
Vivir sin contactar con los vecinos es imposible hoy en Cuba. Los vecinos
previenen de los peligros (Hay una gripe nueva que anda acabando... Hay
mosquitos Aedes aegypti de nuevo... Por la tarde vino un hombre buscándote,
parecía un policía...) Avisan sobre las oportunidades. Forman
también una especie de "muralla china" contra los "elementos
perniciosos". Los vecinos han llegado a ser agentes anticuerpos al cuidado
de la salud familiar.
Una periodista independiente, amiga mía, hoy en el exilio, contó
con la ayuda de sus vecinos para sobrevivir a la represión gubernamental
en múltiples ocasiones.
Los buenos vecinos ayudan a cuidar niños mientras sus padres salen a
gestiones necesarias. Angeles del cielo regados por cualquier parte, están
generalmente dispuestos a dar una mano en momentos de apuro. Además, ¿cómo
saber cuándo llegó la carne, el picadillo de soya, la leche en
polvo por dieta médica, sin el aviso oportuno del vecino? A falta de un
medio de comunicación eficaz...
"Juana, hoy por la mañana llegó la compota". "¿Ya
compraste el pollo?" "Hay carne de puerco en venta libre en la
carnicería". Son los leads que sintetizan la información
cotidiana que difunden los vecinos. El "soporte tecnológico"
empleado es el boca-a-oído. Si no presta atención a los vecinos,
bien puede vivir como en el planeta Marte. No se enterará de nada.
Mas todo tiene su precio. Eso sí. Hay vecinos... y vecinos. Los hay
que pasan su vida detrás de usted. Algunos, simplemente, molestan.
"Mi amigo, ¿tienes un poco de sal que me prestes?" "Dice
mi mamá que si le puedes mandar un huevo". "Mi socio, ¿tienes
un cigarrito por ahí para dormirme?"
Innumerables son los pedidos de algunos vecinos. ¿Quién escapa a
las carencias y a las necesidades? Pero hay quien traspasa los límites.
Cuenta mi amiga Olguita que sus vecinos de los altos, a las diez de la
noche, mueven los muebles durante treinta o cuarenta minutos. Ella no se explica
la causa del trasiego. La casa de los altos posee tres cuartos. La familia
vecina la componen cuatro personas. Tal es la persistencia de dicha costumbre
que le hace pensar que a las diez de la noche sus vecinos de los altos reciben
huéspedes imprevistos.
"Siempre hay un ojo que te ve", sentencia la canción. Entre
los roles de vecinos está el de vigilante. Existen vecinos a los que nada
se les escapa. Duermen poco y en estado de vigilia. ¡Lo oyen todo! Son
descendientes de algún vigía de barcos de cualquier faro perdido.
Llevan una carga genética pesadísima que les empuja a mirar,
avizorar, acechar, y el resto de los veintinueve sinónimos
correspondientes. ¡Misericordia, Señor!
- Oye, ¿tu sabes que H. Pérez es de la Sinfónica?
- No, me entero ahora. ¿Estás seguro que es músico?
- No, ¿tú estás marea'o?, que es trompeta, soplón,
chivato.
- ¡Ahh!
No puede faltar en un atlas de vecinos el que vende cualquier cosa. Hay
vecinos que te pueden vender hasta un elefante. Tocan a la puerta cuando usted
se está bañando o cuando está durmiendo: "¿Quieres
comprar... hebillas de pelo... un par de medias... un sobre de detergente
Diss... un par de tenis... pastillas de diazepán...?
Un día, la difunta Virginia, la vecina de la esquina de la china Lucía,
ante el rechazo de esta última, le propuso venderle una lata de spam a la
mitad. ¡Ese día no había vendido nada!
Aparte de algunas piedras en este escenario, hay vecinos que contribuyen en
general a la vida comunitaria en circunstancias difíciles. Condiciones
que han propiciado la unión de todos con el objetivo de sobrevivir.
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