Ramón Ferreira. Publicado el lunes, 4 de junio de
2001 en El Nuevo Herald
Fidel se nos muere, dice Raúl. Si no ahora mismo, ahorita. Sus 75 años
de ceguera y 42 dando palos a ciegas resultan intolerables para un comandante en
jefe responsable de mantener a flote sobre sus hombros comunistas a un pueblo náufrago
que flota en dirección contraria. De inmediato, Raulito procede a
advertirnos sobre la conveniencia de seguir hundiéndose con Fidel, ya que
él cuenta con métodos de persuasión política más
refinados y duraderos.
Tal debe ser la premura de Raulito para asumir la batuta de Fidel que éste
se ha dado una vuelta por el mundo, visitando tiranos cuyos excesos lo redimen
de lo que él considera pecadillos y a la vez deja ver lo derechito que
todavía camina mientras dura la inyección o funciona el control
remoto. Esta gira de intercambio de desastres, permite recordarles a sus fieles
cautivos que hay Fidel para rato y a Raulito le da tiempo para cambiar de
oficina los instrumentos de control.
Mientras el mundo cristiano se preocupa por la salud del papa Juan Pablo y
el Vaticano por quien pueda remplazar a un servidor ecuménico sin
precedentes, el pueblo cubano ya sabe quién se ha autoelegido para
sustituir al máximo líder con el vigor y firmeza necesarios para
seguir avanzando a ciegas. Considerando que las masas demandan una imagen
compatible con la arrogancia que se exhibe, Raulito va a tener problemas por ser
lampiño, lucir con visión de topo y necesitar tacones para
alcanzar el micrófono. En cuanto al mensaje, el mundo lo ha descartado,
el pueblo cubano se lo sabe de memoria y lo elimina intacto en el baño
cada día.
Eventualmente el Vaticano ofrecerá un sucesor con méritos para
continuar la misión ecuménica de Juan Pablo y la afirmación
de que Dios no es exclusivo de quien se lo otorga como propio, sino de quien
obedece la ley divina que proclama y no la utiliza para convertirse en apóstol
de una tribu.
Las profecías de Raulito vienen a ser fidelismos reciclados, como si
hasta los plásticos no se degeneraran después de la primera
pasada; su arrogancia es otra prueba desproporcionada con su estatura escasa y
sus ideas muertas. Si Fidel fue un payaso merecedor de aplausos mientras
entretenía a los cubanos a la hora del almuerzo, Raulito es su mesero,
recogiendo las sobras que quedan hoy día para seguir teniendo audiencia.
Y nadie deja propina.
Sin embargo, la audiencia sigue esperando un programa que pueda aplaudir
voluntariamente y siempre hay alguien que se considere con derecho a exhibir sus
dotes. Seguramente que surgirá alguien dispuesto a probar que no se
necesita ser tan alto, tan ambicioso, tan disfrazado, tan mentiroso ni tan
indispensable para gobernar un pueblo en vez de encerrarlo en su casa.
Resulta inevitable esperar por el último cuplé de Fidel para
saber a quién aplaudir o abuchear. Si Raulito está destinado a
recoger los tomates que queden en el escenario de Fidel, es probable que alguien
en el partido comunista que quiera escapar de la recogida, o en las fuerzas
armadas porque esté cansado de marchar alrededor del cuartel, dé
un paso al frente y ordene que se suba de nuevo el telón.
Teniendo en cuenta que la audiencia estará fatigada por años
interminables de resistencia pasiva, ese alguien tendrá que subir a
escena sin otro programa que el que incluya una fecha inmediata para revivir su
energía y le permita al pueblo elegir a quién aplaudir y por cuánto
tiempo.
Mientras tanto, Raulito puede seguir dejándose pelusa en vez de
barba, adaptando las botas con tacones y ensayando gestos autoritarios y miradas
adustas frente al espejo, esperando esa llamada a escena cuando la estrella se
enferma de repente y al sustituto le ha llegado el turno de repetirlo. Pero todo
parece indicar que el show no tiene coda. A Fidel muerto, Raulito, si escapa con
suerte, al aeropuerto.
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