Marcolina,
que linda estás
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - No sé si fue Froilán Escobar. Pero a Ivette
Vian me la presentó un amigo. La primera impresión fueron sus
anteojos de gruesos cristales, su modo peculiar de hablar y su poderosa
retaguardia. Después de una breve conversación en la cual me
convenció de su inteligencia, su talento y su ternura, olvidé las
gafas y la retaguardia. Empecé a verla desde entonces y para siempre como
un ser adorable capaz de enternecer al más "duro" y enniñecer
al más anciano.
Leí sus libros para niños y supe que aquella mujer estaba
hecha de amor y de gracia, que sabía la dirección para llegar
hasta la fantasía y que no se había desligado nunca de la niña
que fue. Había en sus relatos más pasión que oficio, aunque
el oficio fuera el de un artífice. Me convenció con los únicos
argumentos válidos para el arte: el desinterés y la modestia, el
dominio de las técnicas y la inspiración necesaria. Me puso en
presencia de una auténtica princesa de la magia. Los niños siempre
estarían de su parte porque ella los conocía, entretenía y
halagaba como nadie.
Pasaron los años y la Editorial Gente Nueva, después de muchos
atrasos, puso en mis manos, y en la de los niños, sus esperados libros.
Ya yo conocía los textos por otras vías: lecturas entre amigos,
tertulias en sedes culturales, encuentros en las escuelas, pero volvieron a
fascinarme. En el disfrute sosegado de sus cuadernos hallé la misma
frescura que cuando los oía en su voz. Y es que Ivette escribe para
permanecer en la memoria no para obtener triunfillos o elogios pasajeros, que ya
sabe ella cuanto de mediocre tiene la vanidad.
Mas lo que me hace hoy recordarla y escribir estas líneas, que desde
hace mucho tiempo se merecía, es el programa infantil que la televisión
cubana trasmite todos los martes a las siete de la tarde, La Sombrilla Amarilla,
en el cual Marcolina, su personaje más conocido y más querido,
toma la figura de esa otra princesa de la magia que es Norma Reina, actriz de
versatilidad a toda prueba, y se pone a jugar con los muchachos.
No sé de dónde surgió Marcolina ni qué hechizos
la pueblan pero se me hace que es la misma Ivette, e Ivette es una niña
dulce, sabia y buena que sabe jugar y por eso agrada a todos. La Sombrilla
Amarilla no es de esos programas que aburren a los niños y los espanta
del televisor. Tiene razón Enrique Chiquito, el personaje quizás más
carismático del espacio, cuando afirma: "Marcolina, ¡qué
linda estás!" Porque los niños también creen que La
Sombrilla Amarilla es un programa lindo.
Y si me preguntaran con qué está hecho el programa diría
que con amor e imaginación. En el espacio se juega, se canta, se recita,
se adivina, se aprende. No son juegos de fuerzas o habilidades físicas
como en otros programas, son juegos inteligentes: se juega cantando, se adivina
jugando, se juega aprendiendo, se recita jugando. Es un juego muy serio en el
cual se le perfila al niño una personalidad inteligente sin que el
didactismo desmañado tenga cabida en él, o el regalo de estímulo
al más fuerte sea el objetivo del juego; aquí no se regalan
mochilas o cassettes, se regala alegría, amor, sabiduría; quizás
por eso los niños lo prefieren, porque no tienen que arrebatarle un
objeto a los demás, sino que se contagian con el desenfado, la armonía
y el encanto del programa.
El dúo, Ivette Vian como guionista y Norma Reina como protagonista,
hace que Marcolina viva en ese reino que abarca, sin que se noten sus fronteras,
desde la realidad hasta la fantasía y que es el mismo reino donde habitan
los niños y donde la realidad se torna fantasía y la fantasía
se trueca en realidad. Por eso los niños lo aceptan, es su propio
universo, y se sienten dueños de él.
La Sombrilla Amarilla quizás no nos sirva para protegernos del
aguacero pero con sólo verla nos borra la grisura de los días sin
magia, que en Cuba son muchos.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|