CUBANET .INDEPENDIENTE

4 de junio, 2001


Creo en la ingenuidad del Nazareno

Pedro Crespo Jiménez, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - La persona madura es aquella que de algún modo asume con alegría su soledad metafísica. Ni la más persistente compañía puede deshacer la certeza de una primera y última soledad, eres consciente de que primero debes vivir contigo mismo, con las virtudes que alimentas y las miserias que evitas o disminuyes.

Esta realidad existencial te acompaña en la perenne lucha de ángeles buenos y oscuros hasta emprender un día "el último viaje".

Así, llevamos a cuestas nuestra historia personal y, al cargarla con sentido de la propia responsabilidad por nuestros actos, asumimos también esa responsabilidad colectiva que define y realiza el destino de la nación.

Curiosamente, se pueden establecer ciertas analogías entre un individuo y una colectividad. Una persona madura se reconoce importante porque es persona, porque aporta a la colectividad el fruto de su esfuerzo y dedicación. El perseverante poeta y el talentoso agricultor ofrecen frutos diferentes, pero necesarios para el alimento del espíritu y del cuerpo.

Un país puede haber arribado a la madurez si reconoce y aprovecha sus posibilidades, minimiza sus talones de Aquiles y, sin complejos ni presunción, se inserta en el concierto de las naciones haciendo valederas sus notas en tan portentosa sinfonía.

Todos hemos conocido adultos adolescentes, víctimas de una inmadurez que los distancia de la comunidad. Esto me hace pensar que existen naciones adolescentes y, por momentos, llego a creer que vivo en una de ellas.

Si el mundo definitivamente se abre a Cuba, ¿cuánto más podemos esperar para abrirnos al mundo?

Esta pregunta me la formulo a menudo, y cuando miro a mi alrededor me agobio. Me canso. El mundo anda montado en un tren muy veloz; cada día, cada hora, cada minuto que dejamos escapar sin introducir gradualmente las reformas que dinamicen la vida de la nación, significa la pérdida de un tiempo precioso porque el tren del mundo en cada estación multiplica por varios múltiplos su primigenia velocidad, y hay un momento que será muy difícil alcanzarle.

Este tiempo que pierde el país, y que puede paliar en algún no muy dilatado momento con grandes dosis de creatividad, participación y audacia, no es comparable a ese otro tiempo que pierde el cubano de a pie, para quien los próximos veinte años serán cruciales en su existencia; en la inserción internacional que es imprescindible para poner a Cuba en sintonía con el ágil proceso de globalización en marcha, además de una necesaria voluntad política por parte de las poderosas naciones que determinan en gran medida el futuro del mundo subdesarrollado. Se precisa de la incorporación de todos los cubanos al proceso de desarrollo y concertación social. Como dijera el Cardenal Jaime Ortega en la homilía del primero de enero de 1999, en la Catedral de la Habana, por la Jornada Mundial de la Paz: "Peregrinar con nuestro mundo, en nuestro tiempo, es sentir también el llamado de acontecimientos diversos, atender a los reclamos y quejas de hombres y mujeres que parecen postrados en sus posibilidades de realización humana, limitados por esas razones o por concepciones ideológicas y políticas, sea de ocuparse de los bienes del espíritu, sea de abrirse a la trascendencia".

Según Cabrera Infante "la política es para los pícaros". Y de otro intelectual cubano, a quien admiro, pude escuchar lo siguiente: "La política es la política y la ética es la ética, la política nos lleva por oscuros vericuetos hasta la miseria y lo demás es una ingenuidad".

Quizás cometo la ingenuidad de quedarme en Cuba, pero me resisto a aceptar las afirmaciones anteriores.

Creo en una ética de la política y en que pueden existir políticos que realicen su gestión desde una eticidad plena. Creo que debo decir lo que pienso con el debido respeto y responsabilidad. Creo que cualquier cubano tiene derecho a ser empresario, escritor o político y que deben existir los espacios jurídicos suficientes para que se puedan realizar estas aspiraciones. Creo que algún día, no muy lejano, pueda publicar mis versos de poeta menor en Cuba y no en una editorial extranjera.

Creo en la ingenuidad del Nazareno, que fue escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Si estas aspiraciones que enuncio me convierten en un ciudadano ingenuo, mucho me temo que aprenderé la confianza como premisa del que espera, la verdad como deber impostergable de renunciar a la mentira, porque el Amor que todo lo espera es el camino que, como creyente y cubano, he decidido.

A quienes todavía nos importa el futuro, estos días que corren nos preocupan. Ya es hora de que se abran ventanas y circule el aire para que disminuyan estas tensiones que nos llevan al exilio y a la desesperanza. El porvenir precisa de personas cultas, civilizadas, buenas. Precisa de creyentes, de masones, de ateos, de mestizos, de negros y de blancos. De todos los que viven desde Oriente hasta Occidente. Ellos son los pilares de cualquier porvenir, y mientras menos pilares tenga el porvenir, más oscura será la noche de la Patria.


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