Creo en la
ingenuidad del Nazareno
Pedro Crespo Jiménez, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - La persona madura es aquella que de algún modo
asume con alegría su soledad metafísica. Ni la más
persistente compañía puede deshacer la certeza de una primera y última
soledad, eres consciente de que primero debes vivir contigo mismo, con las
virtudes que alimentas y las miserias que evitas o disminuyes.
Esta realidad existencial te acompaña en la perenne lucha de ángeles
buenos y oscuros hasta emprender un día "el último viaje".
Así, llevamos a cuestas nuestra historia personal y, al cargarla con
sentido de la propia responsabilidad por nuestros actos, asumimos también
esa responsabilidad colectiva que define y realiza el destino de la nación.
Curiosamente, se pueden establecer ciertas analogías entre un
individuo y una colectividad. Una persona madura se reconoce importante porque
es persona, porque aporta a la colectividad el fruto de su esfuerzo y dedicación.
El perseverante poeta y el talentoso agricultor ofrecen frutos diferentes, pero
necesarios para el alimento del espíritu y del cuerpo.
Un país puede haber arribado a la madurez si reconoce y aprovecha sus
posibilidades, minimiza sus talones de Aquiles y, sin complejos ni presunción,
se inserta en el concierto de las naciones haciendo valederas sus notas en tan
portentosa sinfonía.
Todos hemos conocido adultos adolescentes, víctimas de una inmadurez
que los distancia de la comunidad. Esto me hace pensar que existen naciones
adolescentes y, por momentos, llego a creer que vivo en una de ellas.
Si el mundo definitivamente se abre a Cuba, ¿cuánto más
podemos esperar para abrirnos al mundo?
Esta pregunta me la formulo a menudo, y cuando miro a mi alrededor me
agobio. Me canso. El mundo anda montado en un tren muy veloz; cada día,
cada hora, cada minuto que dejamos escapar sin introducir gradualmente las
reformas que dinamicen la vida de la nación, significa la pérdida
de un tiempo precioso porque el tren del mundo en cada estación
multiplica por varios múltiplos su primigenia velocidad, y hay un momento
que será muy difícil alcanzarle.
Este tiempo que pierde el país, y que puede paliar en algún no
muy dilatado momento con grandes dosis de creatividad, participación y
audacia, no es comparable a ese otro tiempo que pierde el cubano de a pie, para
quien los próximos veinte años serán cruciales en su
existencia; en la inserción internacional que es imprescindible para
poner a Cuba en sintonía con el ágil proceso de globalización
en marcha, además de una necesaria voluntad política por parte de
las poderosas naciones que determinan en gran medida el futuro del mundo
subdesarrollado. Se precisa de la incorporación de todos los cubanos al
proceso de desarrollo y concertación social. Como dijera el Cardenal
Jaime Ortega en la homilía del primero de enero de 1999, en la Catedral
de la Habana, por la Jornada Mundial de la Paz: "Peregrinar con nuestro
mundo, en nuestro tiempo, es sentir también el llamado de acontecimientos
diversos, atender a los reclamos y quejas de hombres y mujeres que parecen
postrados en sus posibilidades de realización humana, limitados por esas
razones o por concepciones ideológicas y políticas, sea de
ocuparse de los bienes del espíritu, sea de abrirse a la trascendencia".
Según Cabrera Infante "la política es para los pícaros".
Y de otro intelectual cubano, a quien admiro, pude escuchar lo siguiente: "La
política es la política y la ética es la ética, la
política nos lleva por oscuros vericuetos hasta la miseria y lo demás
es una ingenuidad".
Quizás cometo la ingenuidad de quedarme en Cuba, pero me resisto a
aceptar las afirmaciones anteriores.
Creo en una ética de la política y en que pueden existir políticos
que realicen su gestión desde una eticidad plena. Creo que debo decir lo
que pienso con el debido respeto y responsabilidad. Creo que cualquier cubano
tiene derecho a ser empresario, escritor o político y que deben existir
los espacios jurídicos suficientes para que se puedan realizar estas
aspiraciones. Creo que algún día, no muy lejano, pueda publicar
mis versos de poeta menor en Cuba y no en una editorial extranjera.
Creo en la ingenuidad del Nazareno, que fue escándalo para los judíos
y necedad para los griegos. Si estas aspiraciones que enuncio me convierten en
un ciudadano ingenuo, mucho me temo que aprenderé la confianza como
premisa del que espera, la verdad como deber impostergable de renunciar a la
mentira, porque el Amor que todo lo espera es el camino que, como creyente y
cubano, he decidido.
A quienes todavía nos importa el futuro, estos días que corren
nos preocupan. Ya es hora de que se abran ventanas y circule el aire para que
disminuyan estas tensiones que nos llevan al exilio y a la desesperanza. El
porvenir precisa de personas cultas, civilizadas, buenas. Precisa de creyentes,
de masones, de ateos, de mestizos, de negros y de blancos. De todos los que
viven desde Oriente hasta Occidente. Ellos son los pilares de cualquier
porvenir, y mientras menos pilares tenga el porvenir, más oscura será
la noche de la Patria.
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