Dueños
de nada
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, junio - La vivienda constituye uno de los problemas mayores para
los habitantes de la Isla. En las grandes ciudades cubanas, hace mucho que el
problema de la vivienda se convirtió en una situación bastante
compleja y explosiva.
A finales de los años 60 e inicios de los 70, el gobierno cubano tomó
una medida en la misma dirección de otras muchas que instrumentó
desde el comienzo de los 60: concedió el título de propiedad de la
vivienda a los habitantes.
A resultas, los cubanos alcanzaron por decreto la propiedad de sus
viviendas. Años más tarde, se creó el Instituto de la
Vivienda.
Así el gobierno cubano obtuvo por un lado la reafirmación del
apoyo popular y por el otro, simplemente les dejó a los flamantes
propietarios los no pocos problemas constructivos del fondo habitacional en
condiciones nacionales de casi total desabastecimiento de materiales de
construcción.
En los años 80, se promulgó un Decreto-Ley que, en cierta
medida, "liberalizaba" muchos aspectos en el sector de la vivienda:
desde alquileres y ventas, hasta establecer cooperativas de construcción
de inmuebles destinados a viviendas constituidas por los futuros propietarios,
entre otras proposiciones.
Sin embargo, sólo algunos artículos referentes a los aspectos
burocráticos conocieron una aplicación real. Las medidas más
"revolucionarias" jamás fueron instrumentadas.
Pese a ello, hubo cierto alivio en cuanto a la resolución de
necesidades individuales debidas, sobre todo, a búsquedas efectuadas a
través de vías "no formales".
Un nuevo Decreto-Ley de mediados de los 90 complicaría aún más
la situación del sector, porque el objetivo principal del instrumento jurídico
era impedir la emigración hacia la capital del país desde ciudades
y pueblos de provincias.
Como consecuencia, un nuevo sistema de inspecciones, mediciones,
aprobaciones, resoluciones, documentación, entre otras cuestiones,
enardeció el aparato burocrático encargado de los asuntos de
permutas de viviendas, cambio de una o varias casas entre propietarios o no.
El caso de Alejandro es digno de alguien de la talla del guerrero macedonio.
Este señor solamente deseó abandonar el país. Habita desde
siempre la vivienda que pertenece a su familia. Pero sus padres se marcharon
primero. Su padre falleció en los Estados Unidos hace varios años.
Hoy el problema reside en que Alejandro tiene que pagarle al gobierno la
vivienda propiedad de sus padres. Incluso pagar por el muerto.
Diferente experiencia vivió Rosita, que como resultado de la decisión
de su madre de no testar antes del fallecimiento, tuvo que pagar la vivienda
donde vive desde su infancia a pesar de que sus padres eran propietarios, según
la Ley. Pero ella no.
En resumidas cuentas, usted coincidirá conmigo que por mucho afán
para dejar algo a su descendencia, nunca dejará nada. A su lado vigila un
monstruo de mil ojos, voluntad omnipotente y fuerza incomparable: el Estado. El
que ha creado la ilusión que usted posee algunos bienes, pero en
cualquier momento puede arrojarlo en una circunstancia de indefensión
total.
El mecanismo referido opera con eficiencia sin igual, ése sí,
en un país donde tanta ineficiencia acumulada desespera a la mayoría
de los ciudadanos.
Hace más de 400 años, los primeros europeos llegados a estas
costas se vieron forzados a largas descripciones de los fenómenos que
observaron, mas tuvieron que inventar nuevos vocablos o tomarlos prestados de
lenguas indígenas. Hoy por hoy, aún es imprescindible profundizar
en las causas de las situaciones no alejadas de los límites del absurdo.
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