¿Por qué
el régimen de Cuba no suscribe convenios sobre las peores formas de
trabajo infantil?
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, julio - Que el régimen de Cuba no haya suscrito en
Naciones Unidas los convenios sobre las peores formas de trabajo infantil (1999)
y sobre la prohibición de las peores formas de trabajo infantil y la acción
inmediata para su eliminación (2000, aún no ha entrado en vigor)
abre varias interrogantes para quien ha proclamado y proclama que "en Cuba
los niños nacen para ser felices" y también que "nada es
más importante que un niño".
Tan poca -o ninguna- urgencia da el gobierno cubano a tan vital asunto de
preocupación universal que no se ha dignado a ratificar los convenios,
quizás para prevenir censuras en el futuro.
Cuba, por donde se la mire, es un caso sui generis. Cierto que hay muchos
aspectos bien tratados en su código de la niñez y la familia
vigente, que garantiza -teóricamente- el respeto y protección a la
más joven generación y a la familia.
Cierto que hay buena atención educacional y hospitalaria, en general,
aunque escasean las medicinas.
Cierto que se le cierra el paso a la prostitución infantil y al
empleo de infantes en cuestiones de drogas, incluido el tráfico de
estupefacientes, ni son tan empleados en conflictos bélicos, ni permitida
la pornografía infantil.
En este contexto, concordante con los planteamientos de los convenios de
Naciones Unidas, ¿por qué no aprobar los mismos?
La clave del asunto radica en el Artículo 3 del convenio sobre las
peores formas de trabajo infantil (1999), que en su inciso d) condena "el
trabajo que por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo es
probable que dañe la salud, la seguridad y/o la moralidad de los niños",
Ya desde el comienzo fija la obligación del gobierno en el Artículo
1: "Todo miembro que ratifique el presente convenio deberá adoptar
medidas inmediatas y eficaces para conseguir la prohibición y eliminación
de las peores formas de trabajo infantil con carácter de urgencia".
Esto de "medidas inmediatas y eficaces" parece ser lo que menos
cuadra al gobierno por una razón vital, esencial, y es que el régimen
basa su economía en el mercado cerrado, estatal, sin competencia, monopólico,
sin estimulación, que sólo puede lograr un mínimo de
productividad y producción de subsistencia exclusivamente, muy
restringido,, a pesar de las potencialidades laborales y naturales del país,
empleando fuerza de trabajo muy mal retribuida y trabajo forzado semi-esclavo,
así como otras formas encubiertas de obligatoriedad.
El enorme ejército de que dispone el castrismo está integrado
casi en su totalidad por jóvenes obtenidos por la vía del servicio
militar obligatorio, a partir de los 16 años, cuando el Artículo 2
expone: "A los efectos del presente convenio, el término niño
designa a toda persona menor de 18 años".
Decenas de miles de niños han tenido que participar en las aventuras
bélicas en otros países. Pero, además, es Cuba quizás
el único país del mundo donde existe todo un ejército
laboral perfectamente estructurado: el Ejército Juvenil del Trabajo,
cuyos miembros reciben un salario casi simbólico más que real y al
que designan las peores labores de construcción militar y civil, de la
agricultura, realizadas en condiciones casi infrahumanas, por dos años.
Antes era por tres.
Y qué decir de los presos, aún en peores condiciones,
obligados a trabajar, incluidos niños y adolescentes de los centros de
menores (reformatorios), aunque éstos en situación más "benigna"
que los adultos.
Por supuesto, todas las formas de trabajo mal pagado o no pagado, "voluntario",
incluido el de niños y jovencitos en las escuelas al campo o en el campo,
están encubiertas con el velo filosófico del trabajo como forjador
de conciencia y socialmente útil. "¡El trabajo salva!",
hizo inscribir Adolfo Hitler a la entrada de todos los campos de concentración
y exterminio humano.
Alumnos y profesores están obligados a participar, al menos por un
mes, en faenas agrícolas en las llamadas escuelas al campo y
permanentemente en las escuelas en el campo, durante seis años,
secundaria y preuniversitario (sólo tres si son preuniversitarios), y no
reciben salario alguno por esos trabajos agrícolas. Son formas
obligatorias que, precisamente, prohiben los convenios de Naciones Unidas a que
nos referimos.
Pero, en verano, cuando los termómetros marcan 32 grados centígrados
a la sombra, decenas de miles de escolares: niños, adolescentes y jóvenes
de todos los niveles de enseñanza, incluido los universitarios, están
compulsados a integrar columnas de trabajadores a las que dedican un mes de los
dos de sus vacaciones anuales para realizar principalmente tareas agrícolas.
Este mismo año, sólo en la capital, más de 41 mil jóvenes
participan como cada año en las brigadas estudiantiles de trabajo y los
niños en las fuerzas de acción pioneril.
La Ley 1231, contra la vagancia, obliga a la población masculina a
partir de los 17 años, si no está estudiando, a trabajar por un
miserable salario estatal, por lo que muchos rehusan y son condenados a varios años
de prisión.
Por todo eso, y por mucho más, el gobierno cubano prefiere escapar
del escrutinio público como lo hace el avestruz ante el peligro: esconde
la cabeza, pero deja afuera el cuerpo. En este caso, no firma los convenios de
Naciones Unidas.
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